martes, 3 de diciembre de 2013

El dominante sumiso, por María del Mar Quesada


Blanca tenía 17 años cuando Fabián, un guardia civil recién destinado, de 25 años, estatura media, fuerte y un carácter encantador, se mudó a su bloque. Blanca suspendió matemáticas  y a través de los artificios de su madre, mi amiga recibió clases particulares de  Fabián  a cambio de los servicios maternos de planchado de uniformes. Mientras yo pasaba el verano en el pueblo, Blanca había aprobado  matemáticas y también había probado otra asignatura, que para mí estaba pendiente: el sexo. Sus clases con el cuerpo de la benemérita eran de los más instructivas, pues lo más osado que yo había visto en la tele, era un programa sobre anticonceptivos.  Después de las vacaciones de navidad, Blanca fue tan aplicada en su nueva asignatura con el vecino, que tuvo su premio: quedarse embarazada.

Por nada del mundo quería tener la vida de su madre: una madre soltera, reventada por el trabajo y sin vida.  Así que se casaron en abril.  Fabián se había incorporado a un cuerpo de élite con operaciones especiales, con lo cual viajaba mucho y estaba algunos días fuera de casa, ella no sabía mucho más porque era alto secreto. Yo me quedaba maravillaba, pues él organizaba la vida en común de ambos, incluso planificaba el trabajo semanal de ella: la eficiencia de Fabián era la tranquilidad de Blanca. Mientras yo me dedicaba a estudiar mi carrera, Blanca hacia la carrera de madre y esposa por capítulos.

A los dos años de casados más o menos, una mañana Blanca necesitó el libro de familia,  no pudo comunicarse con Fabián porque estaba en una operación especial, así que se dispuso a buscarlo en los archivos que él tan celosamente organizaba y guardaba. Rebuscando,  encontró la carpeta del banco, tuvo curiosidad, ni siquiera conocía cuánto ganaba su marido, y miró los extractos para  ver cuánto habían ahorrado para el aplazado viaje de novios. Observó  que no había mucho dinero ahorrado y que un extracto se repetía constantemente: una transferencia de todos los días 5 de cada mes, a la misma cuenta y por el mismo importe. Ella desconocía que tuvieran otra cartilla de ahorros, así que fue al banco para averiguar dónde iba ese dinero y en el banco solo le pudieron decir que  a una sucursal en Cáceres.

Ese mismo día, Blanca me invitó a café para contarme lo que había averiguado. Con cierto pesar, me confesó que su marido se enfadaría si se enteraba que había revuelto sus archivos. Me pidió ayuda para seguir buscando documentos relacionados con Cáceres antes de que él volviera. Parte del misterio apareció en las facturas del teléfono: en todas, se reflejaban llamadas a Cáceres y siempre al mismo número. Sin pensarlo dos veces, llamamos. Cogió el teléfono un niño de unos 7 años, le pregunté cómo se llamaba y me contestó que  Fabián Muñoz como su padre, indagué para saber dónde trabajaba su papá y el niño confirmó mi sospecha.  La sorpresa de Blanca fue enorme, pues según Fabián, no tenía padres, ni familia, y su vida se resumía a una infancia y adolescencia en un orfanato de Toledo, y una plaza de  guardia civil. Yo dudaba  que un pasado de 25 años fuera tan efímero, cuando el de ella había dado para tanto.

La paciencia no era una de sus virtudes, así que Blanca  volvió a llamar, pero aquella vez lo cogió Fabián padre.  Mi amiga, blanca como su nombre, colgó. Con la rabia y la pena dibujada a partes iguales en su cara, me anunció muy digna, que cuando él volviera, no le diría nada, y aprovecharía cuando fuera al cuartel o hacer deporte para telefonear otra vez, seguro que ese niño tendría una madre. Aquel día intuí que algo se había roto en mi amiga, supe que ese salvavidas al que se había agarrado, llamado Fabián,  tenía un agujero por el que se  escapaba toda la seguridad de ella.

A los pocos días me llamó, había hablado con la madre del niño, Fabián seguía casado con aquella mujer tan beligerante, no se habían divorciado. Estaba casado con dos mujeres a la vez.

-       ¡Es bipolar! - Gritó Blanca.
-       No mujer, es bígamo.
-       Bueno pues eso, yo lo mato - Lo dijo en un  tono burlón. Creo que no tenía claro el alcance de la situación.
Entre lágrimas de risa y pena, llegamos a la conclusión que siendo él de la secreta tendría conocimiento y acceso a todo tipo de maleantes para falsificar documentos.  Aquel día por la noche, Blanca se encaró con su marido. Según me contó más tarde, viéndose acorralado y descubierto amenazó a Blanca con su pistola, si ella contaba algo le pegaría un tiro, si sus superiores se enteraban, la mataría. Cuando Blanca, presa del terror le prometió su silencio, él se marchó. Estuvo tres días muerta de miedo, se fue a casa de su madre. La muy irresponsable salía  a la calle siempre acompañada de su bebé en brazos, como si fuera un chaleco antibalas. Al cuarto día, un mando de la guardia civil  le comunicó que  la esposa de Cáceres lo había delatado. Cuando Fabián se enfrentó a su esposa extremeña, de la cual no tuvo bígamos para divorciarse, y empuñando la misma pistola con la que amenazó a su esposa madrileña, el dominante sumiso de Fabián se pegó un tiro.

Mi amiga no tendría la vida de  su madre: sería una joven madre, pero viuda.

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