Blanca tenía 17 años cuando Fabián, un guardia civil
recién destinado, de 25 años, estatura media, fuerte y un carácter encantador,
se mudó a su bloque. Blanca suspendió matemáticas y a través de los artificios de su madre, mi
amiga recibió clases particulares de Fabián a cambio de los servicios maternos de
planchado de uniformes. Mientras yo pasaba el verano en el pueblo, Blanca había
aprobado matemáticas y también había
probado otra asignatura, que para mí estaba pendiente: el sexo. Sus clases con
el cuerpo de la benemérita eran de los más instructivas, pues lo más osado que
yo había visto en la tele, era un programa sobre anticonceptivos. Después de las vacaciones de navidad, Blanca
fue tan aplicada en su nueva asignatura con el vecino, que tuvo su premio: quedarse
embarazada.
Por nada del mundo quería tener la vida de su madre:
una madre soltera, reventada por el trabajo y sin vida. Así que se casaron en abril. Fabián se había incorporado a un cuerpo de
élite con operaciones especiales, con lo cual viajaba mucho y estaba algunos
días fuera de casa, ella no sabía mucho más porque era alto secreto. Yo me quedaba
maravillaba, pues él organizaba la vida en común de ambos, incluso planificaba
el trabajo semanal de ella: la eficiencia de Fabián era la tranquilidad de Blanca.
Mientras yo me dedicaba a estudiar mi carrera, Blanca hacia la carrera de madre
y esposa por capítulos.
A los dos años de casados más o menos, una mañana
Blanca necesitó el libro de familia, no
pudo comunicarse con Fabián porque estaba en una operación especial, así que se
dispuso a buscarlo en los archivos que él tan celosamente organizaba y guardaba.
Rebuscando, encontró la carpeta del
banco, tuvo curiosidad, ni siquiera conocía cuánto ganaba su marido, y miró los
extractos para ver cuánto habían
ahorrado para el aplazado viaje de novios. Observó que no había mucho dinero ahorrado y que un extracto
se repetía constantemente: una transferencia de todos los días 5 de cada mes, a
la misma cuenta y por el mismo importe. Ella desconocía que tuvieran otra
cartilla de ahorros, así que fue al banco para averiguar dónde iba ese dinero y
en el banco solo le pudieron decir que a
una sucursal en Cáceres.
Ese mismo día, Blanca me invitó a café para contarme
lo que había averiguado. Con cierto pesar, me confesó que su marido se enfadaría
si se enteraba que había revuelto sus archivos. Me pidió ayuda para seguir
buscando documentos relacionados con Cáceres antes de que él volviera. Parte del
misterio apareció en las facturas del teléfono: en todas, se reflejaban llamadas
a Cáceres y siempre al mismo número. Sin pensarlo dos veces, llamamos. Cogió el
teléfono un niño de unos 7 años, le pregunté cómo se llamaba y me contestó que Fabián Muñoz como su padre, indagué para saber
dónde trabajaba su papá y el niño confirmó mi sospecha. La sorpresa de Blanca fue enorme, pues según
Fabián, no tenía padres, ni familia, y su vida se resumía a una infancia y
adolescencia en un orfanato de Toledo, y una plaza de guardia civil. Yo dudaba que un pasado de 25 años fuera tan efímero,
cuando el de ella había dado para tanto.
La paciencia no era una de sus virtudes, así que Blanca
volvió a llamar, pero aquella vez lo
cogió Fabián padre. Mi amiga, blanca
como su nombre, colgó. Con la rabia y la pena dibujada a partes iguales en su
cara, me anunció muy digna, que cuando él volviera, no le diría nada, y aprovecharía
cuando fuera al cuartel o hacer deporte para telefonear otra vez, seguro que ese
niño tendría una madre. Aquel día intuí que algo se había roto en mi amiga,
supe que ese salvavidas al que se había agarrado, llamado Fabián, tenía un agujero por el que se escapaba toda la seguridad de ella.
A los pocos días me llamó, había hablado con la
madre del niño, Fabián seguía casado con aquella mujer tan beligerante, no se
habían divorciado. Estaba casado con dos mujeres a la vez.
- ¡Es
bipolar! - Gritó
Blanca.
- No
mujer, es bígamo.
- Bueno
pues eso, yo lo mato
- Lo dijo en un tono burlón. Creo que no tenía claro el
alcance de la situación.
Entre lágrimas de risa y pena, llegamos a la
conclusión que siendo él de la secreta
tendría conocimiento y acceso a todo tipo de maleantes para falsificar
documentos. Aquel día por la noche, Blanca
se encaró con su marido. Según me contó más tarde, viéndose acorralado y
descubierto amenazó a Blanca con su pistola, si ella contaba algo le pegaría un
tiro, si sus superiores se enteraban, la mataría. Cuando Blanca, presa del
terror le prometió su silencio, él se marchó. Estuvo tres días muerta de miedo,
se fue a casa de su madre. La muy irresponsable salía a la calle siempre acompañada de su bebé en
brazos, como si fuera un chaleco antibalas. Al cuarto día, un mando de la
guardia civil le comunicó que la esposa de Cáceres lo había delatado. Cuando
Fabián se enfrentó a su esposa extremeña, de la cual no tuvo bígamos para divorciarse, y empuñando la
misma pistola con la que amenazó a su esposa madrileña, el dominante sumiso de
Fabián se pegó un tiro.
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