martes, 3 de diciembre de 2013

El vídeo perdido, por Samuel Lara



Cada mañana, como de costumbre, la luz que se filtraba por las pequeñas rendijas de las persianas, eran demasiado molestas para un hombre como Charles. Cuando se levantaba, no podía evitar dirigirse al espejo que había en su habitación. En él, veía un hombre sin honor, pelirrojo, de unos cuarenta años, sin familia con la que hablar de sus pesares, una fortuna sin utilizar y un pasado como marinero de poca monta, lo único que podía hacerle sonreír de vez en cuando, era ver la cicatriz que atravesaba su ojo izquierdo.

Toda su vida después de perder a su familia, Charles pasaba solo la navidad. Hasta la navidad de 2024, después de acabar con la crisis económica española y comenzar un nuevo tipo de gobierno por medio de la gente joven con empatía y conocimientos para levantar un país cual fénix naciendo de sus cenizas.

Al salir a la calle, se encontraba siempre con una mujer, que vivía en el mismo edificio que él. Siempre se cruzaban, aunque ella le saludaba, él ignoraba todo intento de socialización. Solo salía para ir a comprar comida, pero ese 23 de diciembre, Charles volvió a casa malhumorado, más que de costumbre, en las calles de Madrid solo era capaz de respirarse aire navideño, felicidad y nieve recién caída. Al sentarse en su sofá, de una plaza., notó un crujido como siempre, aunque nunca le hacía caso, esta vez, enfadado, miro a ver qué era. Para su sorpresa, se encontró una cinta de vídeo muy antigua, ya no se fabricaban reproductores ni de DVD. Para su suerte, él contaba con un viejo vídeo que funcionaba perfectamente. Al introducir la cinta, sus ojos se abrían al ver las imágenes de aquel vídeo, su familia y los recuerdos de su infancia, cada minuto era una lágrima que caía desde el ojo de su cicatriz.

Esa cicatriz era lo que más quería en ese momento, el recuerdo de aquel verano  en Australia cuando fueron a surfear y la tabla de su hermano le dio en el ojo.

A la mañana siguiente, los recuerdos de su infancia estaban siempre allí, al despertarse había felicidad en sus ojos, el espejo ahora no mostraba los defectos, sino las virtudes. Al encontrarse con la mujer de siempre, la situación había cambiado, no solo la saludó, paró un taxi y lo compartió con ella, para su sorpresa iban al mismo sitio, a una tienda de animales en la que compró un cachorro que le recordó a él, solitario. Amanda, la mujer, le invitó a cenar y Charles aceptó encantado, solo hicieron falta unos años para que formaran una familia de pelirrojos niños y cachorros peludos.


Desde aquella navidad, Charles nunca olvidaría lo que tuvo y volvió a tener: una familia.

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