miércoles, 30 de abril de 2014

Una puerta, por Carmen Gómez Barceló


Olía a muerte. Había entrado en otro mundo. Solamente atravesar una puerta bastó para dejar atrás la luz.

La luz…qué ilusa. Desde el momento en que irrumpí en aquel lugar, por primera vez fui consciente de lo fácil que es traspasar la frontera hacia la oscuridad más absoluta.  Allí perdían todo el sentido muchos valores que antes me habían parecido importantísimos, pero el que más, quizás fuera el de la estética. ¿Qué importancia tenía la estética allí donde la miseria humana campaba  a sus anchas?

Yo era en aquel sitio la nota discordante, el único motivo de color entre el gris claroscuro reinante. No, miento, había algunas pinceladas rojas más, además del rojo de mis tacones, estaban las bolsas de sangre que pendían junto a los botes de suero colgando de sus soportes. También mi voz  resultaba disonante en el entorno. Cuando dije “buenos días” enérgicamente como era mi costumbre, enseguida percibí el desacierto del tono de mis palabras. Ya, en silencio, busqué con la mirada la figura de Luis pero no conseguía divisarle y decidí adentrarme en el recinto para intentar encontrarlo. El sonido presuntuoso de mis tacones, rápidamente fueros silenciados  por una especie de patucos de plástico que la enfermera, sutilmente me propuso ponerme junto con una arrugada bata verde.

Callada, sin color, sin ruidos estridentes, estaba ya totalmente mimetizada con el entorno, y lo peor, Luis no aparecía por ningún sitio. ¡Yo, estaba allí por él! Cuando le llamé a su casa como cada día para ir juntos al trabajo, me comunicaron que había tenido un accidente esa madrugada y le habían llevado a urgencias. No creí que urgencias fuera eso. Pero si mi presencia allí era algo atópica, la de Luis habría alcanzado el nivel de estrambótica. No podía imaginármelo, normalmente vestido de Giorgio Armani, con bata verde arrugada.

Después de andar arrastrando mis patucos de plástico por toda la tétrica sala, y no encontrar a mi amigo, comprendí que sencillamente no estaba. O Luis nunca estuvo allí o huyó despavorido al ver el panorama pidiendo ir al hospital privado. Eso era lo más coherente.

Me quité el atuendo prestado y recuperé mis tacones, pero no así la sonrisa. Salí de allí sin decir adiós, en silencio, sin hacer ruido y volví a la luz.

En la luz olía a vida, el amarillo oro de la cerveza  junto a las conversaciones banales de la gente en la barra de cualquier bar era todo un triunfo de la vida y yo no me había dado cuenta de eso. El sonido de los coches al pasar, incluso el humo que despedían sus tubos de escape, era historia en movimiento y moverse suponía participar de todo eso y era maravilloso.


“Hay más mundos ahí fuera”-pensé-. Y me fui a casa.  

Placer esquivo, por José García


Creí soñar, le contaba Amanda a su amiga Paula. Después de más de tres años mi suerte estaba a punto de cambiar y aunque nunca perdí la esperanza, empezaba a pensar que ésta me era esquiva. Añoraba ese placer que se me había negado de forma continuada durante todo este tiempo. Estuve a punto de tirar la toalla,  pensé en incorporarme a una ONG y marcharme a África e incluso hasta recluirme en un convento, tal era mi abatimiento. Reseñaba Amanda.

 Cuando me parecía casi imposible poder deleitarme en él, la vida siempre impredecible me brindaba la  oportunidad de alcanzarlo nuevamente. Me aferré a ella con fuerzas, no podía dejarla pasar y aunque el azar la había puesto en mi camino no podía confiarlo todo a él. Había que cuidar todo al  mínimo detalle, era necesario impactar, la primera impresión siempre es importante y la imagen, sin excluir un cierto toque sensual, juega un papel fundamental. Eso sí, sin quebrar circunstancia alguna de mi condición de mujer.  

Esperaba impaciente, me excitaba solamente pensar en ese momento de goce que prometía ser apasionante. Por fin llegó, me había preparado y arreglado para ese momento. Y allí estaba, dispuesta a cruzar el umbral del lujoso edificio, en cuyo interior me esperaban. El encuentro fue agradable, al principio me sentí algo nerviosa pero la actitud receptiva mostrada en los preámbulos fueron minando ese nerviosismo y fui encontrándome más confiada, casi atrevida. Tenía decidido entregarme sin reservas, pondría todo el ardor hasta fundirme en el esfuerzo.

Todo se desenvolvía de forma favorable, el ambiente era propicio, por lo que iba ganando en confianza, me acoplaba perfectamente. Pero cuando más animada estaba, cuando empezaba a sentir, todo se acabó. Adiós muy buenas hasta otra, y si te he visto no me acuerdo.  

-¡Si es que todos los hombres son iguales!

Replicó inmediatamente Paula.


-¡Oh no! No se trata de eso. Es un trabajo, pero temporal y a tiempo parcial


En honor a Gabriel García Márquez, por José García


Aracataca, al pie de la Sierra de Santa Marta. Allí vi por primera vez la luz. Allí inicié mi andadura. La tierra de mis ancestros. La visión de aquellas casas de madera y mosquiteras, el olor a podredumbre que deja la humedad tras las temporadas de lluvias, que todo lo inunda, el calor pegajoso del estío y ese mundo mágico, que contaban las abuelas en las noches, a la luz de la lumbre. Como la magia, del que quizás fuese, el primer libro que cayó en mis manos, “Las mil y una noches.” Pudo ser la fuente de mi inspiración.

El recuerdo de la hojarasca seca, la lluvia persistente, el insomnio que causa el calor pegajoso y apático, forman parte de la historia de ésta tierra y de sus gentes. Pero también forman parte de su destino las miserias de las devastadoras dictaduras. Con el abuso y la tiranía de unos y la ceguera moral o indiferencia de otros, donde se conjuga la amnesia o falsa moral, que permiten o ignoran deliberadamente dicha miseria. De todo esto sabe bien Don Saba, en “La mala hora” cuando dice: “Lo que pasa es que, en éste país, no hay una sola fortuna que no tenga a su espalda un burro muerto.”

Todo esto ha fijado la condición humana y las relaciones ante sus sentimientos de sus gentes, los celos, la codicia, la corrupción, el resentimiento, la violencia y la venganza, que les hunde en la decadencia y en la soledad. Solo la sensualidad combate ésta apatía y desolación. La fuerza del amor, en todas y en cada una de sus expresiones, el amor platónico, la espera paciente del enamorado, o en aquella más apasionada que te lleva a morir de amor. En el estimulo de la belleza y la imaginación. O en el placer de la caricia, la contemplación y el silencio, para manifestar la relación del amor en la decrepitud.

Solo con este paseo por la literatura es posible comprender esa relación perniciosa y casi obscena del poder civil, paramilitares, guerrilla y narcotráfico, y sus consecuencias de violencia, secuestros y corrupción política. Ante la desolación y la impotencia de unas gentes que no asumen la gravedad de su estado.


Así, tratado metafísicamente, es posible el realismo mágico y retratar una realidad que a su vez nos permita la esperanza y seguir pensando en un proyecto utópico. 

miércoles, 23 de abril de 2014

Accidente, por Maria del Carmen Vega


Sucedió hace más de dos semanas el avión con destino a Malasia desapareció con más  de 239 personas a bordo, cayó al mar. Dentro había material inflamable, el ejecutivo se  negó a decirlo, aclararon que las baterías estaban preparadas y cumplían las normas de seguridad, hasta fueron revisadas, pero que tenía baterías de litio un material inflamable.

Muchos pensaban que podía haberse incendiado en pleno vuelo, las baterías de litio provocaron muchos accidentes anteriormente.


Al final todos acabaron muriendo. No hubo supervivientes.

Una horrible verdad, por Samuel Lara


No importa cuánto me esfuerce. Nunca seré como ella, tan bella, tan querida. Sin embargo nadie sabe las mentiras que esconde, la oscuridad de su luz, sus planes para ellos. No se dan cuenta de que yo soy la que les libera de esa pesadilla.

Cada día paseo por las calles del mundo para buscar a esas afortunadas personas a las que debo llevar a la luz que nadie salvo ellos pueden ver y sentir. Al fin he llegado. Ahí está el hombre que aparece en mi lista. Sus ojos están cerrados soportando un dolor espantoso, su cama está llena de sudor. Oigo su llamada y le tomo de la mano. Su expresión es feliz, no tiene miedo, me estaba esperando.

Siempre piensan que soy quien se lleva a sus seres queridos, pero solo contesto a sus llamadas. Ellos me llaman y yo les llevo cuando están preparados. Todos los que lloran me maldicen, me odian, me hacen llevar este manto negro. Antes era blanco y mis alas no eran negras, sino blancas. Soy un ángel aunque la gente crea que vengo de la oscuridad. Ellos me llevaron allí. Cuando un ángel es repudiado por los seres humanos acaba en la más negra oscuridad.

Nadie sabe lo que sufro cada día, cada muerte es dolor, yo soy la luz y ellos no conocen la verdad. Otros se crean la ilusión de que es otro ser el que se los lleva, pero no es cierto, soy yo, la mujer que viste solo de negro por ser odiada.

Yo no dicto las normas. No soy quien dice quién debe morir. Solo soy una puerta hacia la paz que pocos encuentran.

Cada persona que muere conoce la verdad, mi naturaleza es amable. Algunas almas siguen a mi lado, le quedan problemas por resolver, se han propuesto hacer que la gente me aprecie. La mayoría de la gente prefiere posponer la muerte de un alma encarcelada. No se dan cuenta de que solo prolongan el sufrimiento. Hay muchas almas de esas que no puedo liberar por culpa del egoísmo de sus parientes, aunque siempre hay alguien  de ellos que empieza a entender mi trabajo.

Existen otros seres, no son ángeles ni son demonios. Se les conoce como “Colectores”. Ellos se encargan de extraer el don, dones o brillo de un alma y hacer que crezca como la estrella que debe ser.
La muerte no es más que la liberación del alma de la mentira de mi compañera, aquella que solo fastidia a sus usuarios con cadenas.


El mito de la caverna se ha hecho realidad, y el bien es la muerte.

martes, 22 de abril de 2014

Diario de Benjamín, por María del Mar Quesada Lara


Sábado 8 de marzo de 2014


¡Ya falta poco para llegar a China! Estamos en el aeropuerto de Kuala Lumpur, en Malasia.  Llegaremos a Pekín dentro de 6 horas. ¡Llevamos  14 horas viajando! Mamá me ha dicho que si no duermo, escriba en mi diario.  Le he preguntado a papá en qué tipo de avión vamos, dice que es un Boeing 777-200. Creo que vamos unas 240 personas. Somos los únicos occidentales en el avión. 

Cuando hemos entrado dentro del avión,  parecía que estaba en una sala de cine con alas. Un cine volador ¡qué guay! Los asientos son azules. Hay tres filas, las de los lados tienen tres asientos y la fila de centro tiene cuatro. Nosotros vamos en medio, así que no podré mirar por la ventanilla.  Papá, mamá, mi hermana Jenny y yo, vamos juntos, el abuelo está sentado delante de mí. Mi abuelo está muy emocionado, va a encontrarse con su hermano mayor después de muchos años sin verse. Mi tío-abuelo Nick se quedó a vivir en China después de la guerra de Vietnam. Se enamoró de una enfermera china. Me hace gracia, detrás de las cortinas  azules han salido las azafatas haciendo esos gestos que hacen todas las azafatas, parecen mimos. Mi madre dice que las azafatas deben ser guapas, pero yo por más que las miro no veo donde están las guapas. Nunca lo he preguntado, pero ¿los chinos verán bien?, yo me pongo los dedos para achinar los ojos y  no veo bien. Todo está en silencio, ya me había avisado mi madre de lo educados y silenciosos que son los orientales.... ¡Uy!  Las máscaras de oxígeno se han soltado!

El avión se mueve mucho... la letra me sale fatal... No sé qué pasa... Mis padres están asustados... no saben qué ocurre. El capitán está hablando, pero lo hace en chino, no en inglés............


¡MAMA, MAMÁ, MAMÁ!

Sospechoso, por Mari Carmen Vega


Era un día oscuro. Lucas, un hombre con capa oscura, de 59 años y el pelo canoso resultaba ser un asesino que estaba en libertad condicional. Además, estaba en espera para matar a su próxima víctima: una joven pelirroja con ojos celestes a la que una vez le pidió que se casase con él, pero ella se negó apartándole la mano bruscamente.

Ella estaba en su casa regando pero él  no lo sabía aún, así que iba caminando por las calles buscándola, armado con un revólver y una navaja. Caminando kilómetros y kilómetros, llevaba un walkie talkie que le iba diciendo cada paso, movimiento o algo brusco que hacía la joven.

De pronto, detectó algo raro. Había una segunda persona en la casa, que parecía su marido, por la forma en que la saludó.

Él seguía detrás de la ventana que daba al cuarto de la joven con un cuchillo de cocina bien afilado. Se escondió detrás de los matojos. De pronto, escuchó a la joven  decir que se iba por la tarde con unas amigas a un centro comercial a comprar ropa  y que iba a tardar un poco.


Entonces cuando salió de la casa, el asesino fue corriendo tras ella. Ella lo vio con el cuchillo, se asustó, y empezó a correr a toda pastilla.

miércoles, 9 de abril de 2014

Quimera mortal, por José García


El lugar era de lo más deprimente. La mugre se acumulaba en sórdidos callejones, en cuya penumbra se adivinaban tambaleantes formas con apariencia de zombis. Con precaución pero decidido y entre la curiosa e inquietante mirada de los habituales del lugar, se adentró en aquellas calles. Al cabo de unos minutos, la luz de una de las escasas farolas iluminaba el rótulo en castellano de aquel establecimiento, “Café Quimera.” Se paró frente a él, aquello era un mal tugurio.

George vestía pantalón y chaquetilla vaquera, no era muy robusto aunque de aspecto atlético, sus movimientos suaves adivinaban su control corporal y agilidad. Empujó decidido la puerta. Con una mirada examinó minuciosamente el recinto, a la izquierda la barra, tras ella un enjuto y mal encarado camarero. A la derecha no más de media docena de mesas. En la más cercana a la puerta y pese a la luz de baja intensidad del local, cuatro individuos jugaban a las cartas, fumaban y consumían alcohol. Una pareja se amorraban en un rincón, ajenos a todos los demás. Y al fondo, junto a una pequeña puerta, dos individuos de aspecto robusto compartían una botella de whisky, aunque ojo avizor a cuanto se movía, por lo que fijaron su vista en él desde que puso los píes en el local.

George se dirigió hacia el individuo de la barra. Sacó una foto del bolsillo superior de su chaquetilla y le preguntó.

-¿Le conoces?

Este casi sin mirarlo le espetó.

-¿Y porque había de conocerlo?

-Le has visto por aquí. Inquirió de nuevo.

-No, no le he visto y lárguese de aquí amigo.

Al tiempo que miraba de reojo a los dos individuos que permanecían junto a la puerta del fondo. Estos hicieron rápidamente ademan de incorporarse, pero de forma súbita en la mano derecha de George apareció un arma que disparó haciendo saltar en mil pedazos la botella de whisky y desparramando éste sobre la mesa y suelo del local, los dos robustos sujetos quedaron paralizados. Al instante, sin tiempo para reaccionar, agarró por la solapa al aún sorprendido camarero y lo atrajo hacia él encañonándole con el arma. La pareja del rincón y el resto de los que se encontraban en el bar salieron despavoridos.

-Ahora me vas a llevar junto a él. Diles a esos dos que no traten nada y que se aparten de la puerta.

-Si, ¡como quieras!  

George sin soltar al mal encarado camarero y sin perder de vista a los dos fornidos matones, cruzó la pequeña puerta del fondo. Esta daba paso a un largo pasillo en penumbra con puertas a ambos lado del mismo. Avanzó con precaución por dicho pasillo, cuando se acercaba al final, la puerta del fondo se abrió de repente. Apareciendo el personaje de la foto,  llevaba el torso desnudo y sujetaba un arma entre sus manos que disparó contra George, que en un acto reflejo se parapetó con el camarero, recibiendo éste el impacto en el pecho. George, de forma inmediata, lanzó a éste contra el individuo que acababa de disparar y abalanzándose sobre él logró reducirlo rápidamente en el suelo, colocándole boca abajo y el arma en la nuca.

-¡Esto se acabó miserable!

La habitación estaba desordenada y embriagaba su hedor. Sobre la cama una joven desnuda y casi adormecida por la droga, trataba sin éxito de incorporarse. Y un maletín con “el fruto” de todas las extorciones y crímenes cometidos, dispuesto para escapar con él. Cosa que hubiera hecho de no mediar la inesperada aparición de George. Le apretó el arma sobre la nuca al tiempo que le decía.
-No volverás a destruir más vidas de jóvenes inocentes, ofreciéndoles quimeras y sueños irrealizables. No volverás a cegar más vidas.


En ese momento varias sirenas sonaron de fondo e inmediatamente el alboroto de la policía irrumpiendo en el local.  

Afronta tu miedo, por Samuel Lara


Ha llegado la hora, por fin puedo demostrar al mundo de lo que soy capaz. La audición  está tras esa puerta. El espacio en el que me encuentro es una pequeña sala, pero que parece cada vez más pequeña, el aire no me llega del todo. Ya está aquí de nuevo el miedo escénico del cual no parece que pueda escapar. No puedo llegar hasta la puerta, mis nervios son demasiado fuertes. Mi corazón palpita muy rápido, el pasado vuelve a mi mente. Años y años de insultos, desprecio, soledad, amigas que juegan con mis sentimientos. Corro hacia el servicio con lágrimas en los ojos. Hay quienes dicen que los espejos revelan la verdad, pero también nos muestran lo que no somos pero que querríamos serlo. En el espejo puedo ver a una chica que no es nada, su miedo y cobardía son lo que más hace notar. Su cabello largo y rubio no brilla, sino que la oscuridad lo envuelve. Ojos oscuros que me miran fijamente, despreciándome también, queriendo cambiar. Pronto me doy cuenta de que siempre he podido disfrutar de la música, pero nada más que estando sola, sin nadie que me haga sentir vergüenza. De nuevo me dirijo a lo que decidirá si tengo o no una carrera artística.

Antes de entrar siento que me tiran del brazo y me vuelvo lentamente. Ahí está, el único hombre que me ha hecho sentir sin miedo alguno. Me abraza y empieza a animarme, su calidez me inhibe de mis pensamientos oscuros. Antes de soltarme me besa. El tiempo se para, siento como mis miedos desaparecen y el brillo vuelve a mi ser. Si quieren decir, que digan, no me importa, tengo amigos que me apoyan y que sacan a mi verdadero yo, perversamente diferente, soy capaz de todo. Mis sentidos se agudizan, solo estamos él y yo, finalmente yo.

Estoy decidida, entro al escenario, en frente de mí hay tres personas. Son el jurado, uno de ellos me mira como si no fuese como esperaba.

Es hora de divertirse e intentar lo que todo artista debe tratar, hacer sonreír al público, sean fans o no y por su puesto pasarselo bien. Empiezo a cantar la canción que más se ajusta al momento “I'm Finally me”. Cada nota es un cosquilleo y un destello que sale de mi cuerpo. Aunque el auditorio sea oscuro, el destello es impenetrable por la oscuridad, los jueces sonríen y escriben pero no me importa, mis miedo ya no están, soy libre, el pasado ya pasó y si alguien tiene un problema con ello que se fastidie, al fin logré deshacerme de esos fantasmas del pasado. Me siento cada vez mejor, la diversión no acaba y la máscara que llevaba va desapareciendo, mostrando quien soy en realidad.

El pelo vuelve a ser moreno y corto, mi cuerpo cambia y vuelvo a ser el chico que siempre he sido. El jurado me mira sorprendido. Antes siempre me asustaba cuando esto pasaba, pero ahora no me importa que vean mi verdadero rostro, oscuridad y luz fundidos en uno.


Miro hacia la puerta y ahí está, de nuevo y con los pulgares levantados y una amplia sonrisa que me hace sonreír. Ahora toca que los jueces asimilen mi cambio, espero que no esté mal visto cambiar de género en medio de una actuación.

martes, 8 de abril de 2014

No me despiertes, por Carmen Gómez Barceló



“¡Otra vez aquí! He vuelto, he abierto los ojos y de nuevo estoy aquí. Ellos sonríen porque piensan que me quedaré un tiempo más y será maravilloso, pero no, no será así. Aquí, todo se ha convertido en sufrimiento y fealdad, tanto que no me compensa quedarme.  La oscuridad y las lágrimas me acompañan cuando vengo y la música no suena. Siento manos que quieren retenerme y yo no tengo fuerzas para soltarme de ellas. Ellos no saben que quiero irme a pesar de todo, que estoy cansada, que quiero ser libre allí, donde voy cuando me dejan dormir. Cada segundo en este cuarto es eterno, el dolor insoportable y la tristeza infinita, pero cuando me voy, cuando impregnan mi sangre de delirio y me voy, entonces soy feliz de nuevo.

Aquí el tiempo se me hace eterno y allí, simplemente no está.

En aquel lugar el dolor no existe porque el cuerpo no existe, solo viven los sentidos y es por eso que percibes la agradable brisa que refresca el alma, adivinas la luz que todo lo envuelve y no te ciega, sientes la magia de existir aunque no estés. Es la felicidad en estado puro y nunca antes había estado así... solo sintiendo… sin ataduras.


Por todo esto, doctor, por favor, no me despiertes.”

domingo, 6 de abril de 2014

Mi mente en gris, por Matilde López de Garayo


¡Va! ¡SI! Si...Respiro hondo. Mano izquierda debajo de la derecha, los pulgares tocándose y los brazos a la altura del primer chakra. Y ahora a meditar. Si, si te entiendo perfectamente. Me encanta el humor que tiene este monje. Yo creo que es feliz, su sonrisa desde luego es sincera. Que sí, que me concentro en mi respiración y en la sensaciones del aire entrando por la nariz. Fresca cuando entra... No, no noto nada cuando sale.

-Si os aparece un pensamiento dejarlo pasar y concentraros en la respiración.

Que si, que eso intento, inspiro, aire fresco, expiro... ¡Me van a estallan los pulmones! Inspiro, expiro, inspiro, expiro. ¡No!  No abro los ojos que me desconecto. ¡Ea! Ya lo he hecho. He perdido la concentración.

La misma coronilla, ahí sentado, delante de mi ¿Pero que te ha hecho venir? Vale tu compañera de trabajo, María, te ha invitado. Nada más vernos me has tirado la primera puya. Sigues igual. Yo no. Inspiro, expiro, inspiro, expiro. Eso, ¡Qué bien lo hago! Busco que la mente se quede en blanco. En blanco la tendré cuando me muera, porque ahora no hay quien se concentre.

Me dejaste con tu regalo de cumpleaños en el asiento del copiloto. Te marchaste y sólo porque me despisté en la hora. Pero te llamé. No fuiste capaz de esperarme ni diez minutos, sabiendo que soy puntual pero despistada.

No me pierdo, en la meditación, no, no. Inspiro, expiro, inspiro, expiro, despacio, despacio, sintiendo el aire entrar por mis fosas nasales. Dos meses después me mandaste un correo explicándome tu comportamiento. Estoy cansada de las rarezas de mis amigos, de tus rarezas y de esas agresiones sutiles que antes no acababa de comprender...

-Os quedan cinco minutos, concentraros en la respiración. Dejar que los pensamientos fluyan y si aparecen no importa, dejarlos pasar ¿Llegaré alguna vez a tener la mitad de la paz interna que desprende este hombre? ¡No! Desde luego que no, si sigo pensando y no concentrándome en la respiración. ¡Uf! ¡Qué difícil es esto de poner la mente en blanco!

-Bueno y ahora cada uno que vaya abriendo los ojos y situándose otra vez en la sala. ¡Qué! ¿Cómo os ha ido? – -¡Mira como se ríe el monje! Creo que se ríe del mundo. ¡Si! Es feliz, ¡Es feliz!, no me cabe duda. Pues yo he te diria... He estado dándole vueltas a lo que fue mi relación con mi amigo, así me ha ido y se me ha jorobado la meditación. Me ha ido ¡De puta madre! Estupendamente, ¡Je! A ver si la segunda me sale mejor. Y los demás, ¿Les vendrán pensamientos mientras meditan? Seguro que sí, la rubia aquella lo está diciendo ahora mismo, ella cuenta hasta diez para concentrarse.

Ha llegado el descanso. El de la coronilla y su amiga se han ido a tomar el café fuera. No podían haberse quedado con el grupo. ¡Huy!  No me extraña que haya vuelto sola su amiga. Raro, ¡Qué  raro es! Y ¿Quién no?

Ha terminado el taller, ¿Me despido o no de María?, ¿Porqué no, si no me ha hecho nada?


Así es la vida, sorprendente, estoy sentada en casa de María, profesora de religión católica, a su lado una chica que recogió el monje en la parada del metro, igual que a mi, enfrente el monje budista, vestido de granate y amarillo ¡Claro está!, a su derecha la dueña de la tienda de herboristería donde hemos hecho la meditación, después el novio de la profesora a mi lado  uno que parece hippy y yo que no sé ubicarme en estos momentos de mi vida. No he conseguido que la mente se haya quedado vacía en ninguna de las dos meditaciones, pero con todos los platos que ha sacado de comida, llenando cado espacio de la mesa, tengo asegurado que  el estómago si estará lleno.  

sábado, 5 de abril de 2014

Solos, por Mari Carmen Vega


Era una tarde de jueves.  Lei y su hija Ling regresaban del entierro de su madre, desde entonces Lei tiene miedo a quedarse solo, por suerte tiene a Ling que no sale mucho a causa de una depresión.

Un día Ling quedó con su único padre al que contaba sus problemas para ir a dar una vuelta. Ling se sentó en el banco del parque donde estaba, cabizbaja con la mirada cálida y los ojos llorosos, esperando a que la esperanza le pudiese ayudar en algo y resolver los problemas que tenía, tras la muerte de su querida y apreciada madre. Levantándose lentamente, se dirigió a su padre quien la empujó, miró su reloj y salió corriendo con la porra en la mano a trabajar. De pronto aparecieron Lust y Pereza, dos compañeras de clase quienes se acercaban  lentamente, con la mano alzada como si la estuvieran saludando. Ella pasó, se giró y echó a correr hacia la dirección y siguiendo las huellas que lentamente desaparecían por culpa de la lluvia torrencial que empezó a caerle sobre su rostro, bajando sobre su abdomen y finalmente al charco que tenía a sus pies.

Mientras Lei trabajaba para sacar su vida adelante y no tener una existencia triste, mientras comía, de repente sintió un reflujo a causa de la abundante comida.

Tras la muerte de su mujer, con la que Lei salió durante muchos años y no le atraía mucho, Lei cambió su actitud estaba agresivo y mucho más refunfuñón que antes.


Al día siguiente Lei se arrepintió de lo que le había dicho a Ling  su hija, la abrazó, mientras las cálidas lágrimas de Ling caían sobre su camisa rosa clarito.

jueves, 3 de abril de 2014

Encuentro con el recuerdo, por José García


Aparcó el coche en la plaza del pueblo. Descendió de él con tranquilidad. Se abrochó el chaleco y se colgó la mochila. Subió por la calle “de la Iglesia”, siguió a través de la calle “de la fuente,” en la cual se detuvo para refrescar la boca y llenar el recipiente de agua, enfilando posteriormente la salida del pueblo.

Se ajustó la mochila, protegió su cabeza con un sombrero y acompañándose con un bastón de madera al uso para la marcha, empezó a ascender por la empedrada calzada real. Abandonó ésta para cruzar el rio a través de un rústico puente de piedras y troncos de madera. A la izquierda y rio arriba se abría una marcada senda entre un bosque de galería, álamos, fresnos, sauces y alisos. El paseo era apacible, aunque en la medida que iba cogiendo altura, el paisaje se tornaba más abrupto. El rio se encañonaba y la vegetación de ribera daba paso a otra de altura, compuesta por una especie de encina pequeña y roble melojos, así como una cierta variedad de matorral.

Jaime hacia este recorrido una vez al año, siempre el mismo día, como aquel fatídico de hace hoy veinte años. Aquel día estaba despejado, la temperatura suave, que lo hacía ideal para disfrutar de la caminata. Jaime y Maite se impregnaban de la fragancia que proporcionaba la naturaleza en plena ebullición y del murmullo del agua al correr y chapotear entre las rocas. Maite cargaba con Mauro adosado a su espalda con una mochila portabebés de montaña, y Jaime soportaba la mochila de las provisiones del día, tanto para ellos como para el pequeño Mauro. Después de más de dos horas de marcha, el rio se encañonaba aún más, la pendiente de las paredes y la densa vegetación hacían imposible continuar, a no ser que se ascendieran serpenteando para coger más altura. El paisaje se espaciaba sobre todo el barranco del rio, su vista era inmensa. Nada hacía presagiar lo que el destino guardaba y que truncaría sus vidas para siempre.

Arriba, pese a no habían ganado mucha altura, todo era diferente. Los rayos del sol llegaban sin filtro alguno, lo que hacía que la tierra y las resinas de encinas y robles desprendieran un envolvedor efluvio, que junto a la suave brisa que le alborotaba los cabellos, les hacía sentir plenamente la naturaleza. En ese momento un ave, parecía un águila perdicera, quizás soliviantada por su presencia, levanto vuelo inesperadamente surgiendo de un matorral junto a ellos y ocasionándoles un gran sobresalto. La díscola fortuna hizo que Maite, en ese momento, pisara una piedra suelta, diera un traspié y se precipitara hacia la cortada del rio. Jaime no pudo más que ver como Maite y Mauro desaparecían de su vista. Los gritos de auxilio de Maite se confundían con los de desesperación de Jaime. Después el silencio, solo el vahído del aire, en el que parecía perderse el eco de la vida. Lo rompió el gemido de dolor e impotencia de Jaime, a punto de precipitarse tras ellos. Todo se había originado tan rápido, en escasas decimas de segundos su vida había dado un vuelco total.

Pero reaccionó rápidamente y dando un rodeo consiguió en unos minutos alcanzar el lugar donde se encontraba el cuerpo de Maite. Había rodado entre los matorrales quedando casi al margen del rio, se encontraba inerte y sangraba por la cabeza, posiblemente por un fuerte golpe. Pero el cuerpo del pequeño Mauro no se encontraba junto a ella.

Pasado los días dieron el último adiós a Maite, pero del pequeño Mauro no habían encontrado rastro alguno. Escudriñaron palmo a palmo el terreno. Especularon con que al salir despedido en la caída cayera al rio, crecido en esos días, y fuera arrastrado por la corriente por lo que buscaron rio abajo, entre las escabrosas rocas o en sus meandros. Pero todo fue inútil.

Hoy veinte años después Jaime, mientras camina, va rememorando cuanto aconteció ese día y días sucesivos con la misteriosa desaparición del pequeño Mauro. Aunque se esforzaba en recordar la sonrisa de Maite, pícara y contaminante, su mirada alegre en esos peculiares ojos rajados, que le proporcionaba un cierto aspecto exótico. Y la inocente carita de Mauro, con los mismos ojos de su madre, sonriendo y manoteando, enredándose los dedos en la cadenita en la que pendía el chupete y un colgante con el símbolo de la paz. Abstraído no atisbó la gruesa rama del roble que invadía el camino y con la que impactó fuertemente con la cabeza, haciéndole perder el equilibrio y quedando aturdido sobre el mismo.


Sintió que alguien le hablaba tratando de reanimarle, en ese momento recordó el golpe, lo que supuestamente le hizo perder el conocimiento. Junto a él un joven, que al parecer conducía  unas reses, trataba hacerle volver en sí. Algo llamó la atención de Jaime, abrió y cerró varias veces los ojos, como para cerciorarse de lo que veía. Esos ojos rajados ¡no podían ser! Pero al inclinarse el joven para ofrecerle agua, observó esa cadenita alrededor de su cuello y en ella aquel colgante con el símbolo de la paz, igual al que llevaba el pequeño Mauro aquel fatídico día.  

miércoles, 2 de abril de 2014

El tomo perdido, por Samuel Lara


Tanto Jake como su anfitrión, estaban nerviosos por lo que podían encontrar en aquel libro. La única manera de saberlo era abrir ese libro titulado: El libro de las Bestias, tomo 1

La biblioteca estaba en ruinas, los libros que había cogido eran polvo, las ventanas eran más oscuras que luminosas. Jake sabía que el libro que acababa de caer, era el que buscaba. La muerte de su familia, la traición de su mejor amigo y su exilio eran demasiado para él. Nueva Orleans, era un mundo distinto, un gobierno medio soñado medio tirano. Pero su naturaleza le unía con ese hombre de edad milenaria por alguna razón.

Al abrir el libro, su corazón empezó a palpitar de forma acelerada. Era una especie de libro familiar. Los nombres y fechas de nacimento, recorrían las páginas, dando informacíon de parentescos entre sí. Hasta que llegó a la historia de la bestia original, un hombre llamado Psycus. Repudiado por sus padres, odiado por el marido de su hermana, Psycus escondió parte de sus dones en cuatro estatuas que él había creado. Las transformó en bestias y las llamó, Bestias Arcanas, un consejo que posteriormente ayudarían a la supervivencia de todas las especies. Psycus era inmortal, pero nadie le vio desde que su hermana hiciera el hechizo de los originales.
El libro estaba escrito en una lengua desconocida, sin embargo Jake la reconoció, ya que, hace siete años, él mismo recitó el sortilegio que despertó su naturaleza verdadera y la de sus hermanos. En la última página de la historia, aparecía escrito que el propio Psycus, para que nadie le encontrara y le diera caza, se transformó en un bebé, al cuál llevarían sin él saberlo a las bestias arcanas  actuales.

Ahora todo cobraba sentido, Jake siempre pensó que era distinto a sus hermanos, siempre tenía la sensación de haber vivido más de veinte años. Jake miró a Klaus, sus ojos, su rostro y su carácter empezaban a serle familiares, de hecho eran familia, Klaus, aunque no lo pareciera, era su sobrino. La memoria todavía estaba borrada, pero Psycus seguía en su interior, algún día despertaría, pero ese día llegaría en el momento oportuno.

_ En mis  más de mil años no había visto unos libros tan aburridos, ¿has encontrado algo gatito?_ preguntó Klaus relajado.
_ Yo que tú respetaría a tus mayores_ dijo volviendo la vista al libro.
_ ¿Mis mayores?¿a qué te refieres?
_ A que según este libro tengo más años que tu madre, soy su hermano mayor.
_ Disculpa ¿qué?_ dijo desconcertado como si estuvieran gastándole una broma.
Jake le entregó el libro y efectivamente, Jake era el hermano mayor de Esther Mikaelson, la madre de Klaus, Eliah y Rebeca, los mismos que le habían dado cobijo desde hace seis meses.

La carretera esa más larga con el silencio, ambos estaban callados, sin ninguna distracción, Klaus conduciendo y Jake mirando al infinito, el trauma podía apreciarse en la oscuridad de sus ojos rojos. Entonces el ruido de un camión les asustó, e hizo que Klaus perdiera el control del coche unos segundos, pero por suerte no había nadie en la carretera, el camión estaba en otra carretera cercana.  Ambos se miraron y echaron a reír.

Finalmente en casa, Jake les explicó a los demás lo que había descubierto. Empezó el mismo silencio, aunque este se rompió antes por el sonido del timbre.

Jake fue a abrir, pero cuando abrió la puerta, su mundo se paralizó, solo cuatro nombres pasaban por su cabeza y una pregunta: Jack, George, Mike Michael, ¿Cómo es que están vivos?

¿Dónde estamos? por Carmen Gómez Barceló


El aeropuerto de Kuala Lumpur se presentaba ante ella como un gigante de acero.

Suki, una muchacha malaya de 18 años, acompañada de su tío Adbul, entraba en el aeródromo  algo inquieta, pero expectante. Nunca antes había viajado y menos aún, sola. Cuando estuvo dentro del mastodóntico edificio, el frio acero se tornó calidez, y el contacto con la muchedumbre que por allí pululaba le tranquilizó, sintiéndose un poco como en casa. El color de las múltiples tiendas de comidas, regalos y chucherías le animaron bastante, por lo que olvidó la angustia que le inundaba mientras se dirigía al mostrador de las Líneas Aéreas Aerline que era la que le llevaría hasta Pekín, su destino.

La señorita que le atendió, después de comprobar  los documentos y el pasaje, aconsejó a Abdul que se despidiera de su sobrina, y a continuación hizo pasar a la chica hasta el control de aduana. Allí, tuvo que poner su mano sobre una pequeña plataforma  para registrar sus huellas -es por seguridad- le dijo el agente al percibir cierta desconfianza por parte de Suki. Acto seguido, el amable agente le indicó el camino hasta la puerta de embarque.

Mientras esperaba la numerosa cola, Suki que era una chica bastante despierta, recordaba todo lo ocurrido desde que llegó al aeropuerto. – “La chica que recogía los documentos, no se ha fijado en mi cara… además algunas personas no han puesto sus huellas en el identificador. ¡Qué desastre de seguridad!” pensaba, girando la cabeza a uno y otro lado. Así, a ratos hablando consigo misma y otras, observado a los niños que correteaban alrededor de sus madres. La cola era algo parecido a un dragón multicolor que se iba adentrando poco a poco en la enorme barriga del avión.

Suki subió la escalerilla y entró en el aparato que le llevaría hasta Pekín. De pronto una sensación de ahogo le impedía respirar con normalidad. Miró al fondo del habitáculo y le pareció estar dentro de una tubería gigante sin resquicio que dejara entrar el aire. Pensó en volverse a casa, pero era mucho lo que tenía que perder si así lo hacía; Su tío le había salvado del infierno que habría supuesto su inminente boda con aquél viejo a cambio de unas pocas ovejas. No, no volvería, respiró todo lo hondo que pudo y buscó el número de su asiento.

El viaje transcurría más o menos bien, pero cuando llevaban un rato en el aire, Suki vio como unos hombres que parecían militares, entraron en la cabina de la aeronave, más tarde se oyeron gritos y golpes y seguidamente el avión se giro hacia abajo, entrando en picado al mar. Por las ventanillas se podía ver el agua, la gente se levantaba aterrorizada y los niños lloraban.

Dentro del mar, el aparato seguía bajando cada vez más, y lo más extraño era que no entraba agua por ningún sitio y que además se podía respirar. La gente preguntaba y preguntaba pero la tripulación hacía oídos sordos. “-Qué raro, es como si todo esto estuviera planeado.”- elucubró Suki. En ese momento una gran boca circular se abrió en el fondo marino y engulló al pájaro de acero. Pasaron por lo que parecían diferentes cámaras hasta que llegaron a una gran plataforma, donde quedaron parados. Entonces el ahora comandante de la nave habló.

-Señores pasajeros, hemos llegado a nuestro destino. Nos encontramos en la ciudad acuática “Pacífico”. Entre el pasaje están los mejores científicos y los hombres y mujeres más sanos y prolíficos.  Habéis sido seleccionados para vivir aquí para siempre. Para eso tendréis aquí todo lo necesario, y gracias a vosotros quizá la humanidad tenga esperanza de continuar existiendo. La Tercera Guerra Mundial está a punto de declararse y estamos estudiando una nueva forma de vida aquí, en el fondo del mar ya que salir al espacio exterior era demasiado caro.

Un hombre que por su indumentaria parecía indio gritó: -¡Nos encontrarán, seguirán el rastro de nuestros móviles y nos encontrarán!

-Cálmese señor, será lo mejor para todos. Cuando estemos instalados, romperemos el avión y lo dejaremos que salga a la superficie. Todos creerán que hemos muerto ahogados cuando encuentren los restos.


Suki no dejaba de sorprenderse con lo que estaba ocurriendo y aunque pensaba en su familia, no podía evitar sentirse emocionada con la aventura. Un señor con barba y bigote se le acercó y le dijo: "El futuro es demasiado incierto como para no tener otros planes." 

martes, 1 de abril de 2014

Tino, por Carmen Gómez Barceló


Un día decidió que no iría nunca más  a una peluquería, se dejaría barba y el pelo largo. Había allí demasiadas miradas depositadas en él que le incomodaban y le obligaba a cuestionarse aspectos de su vida que estaba resuelto a dejarlos atrás.

A Tino, ya, le sobraba casi todo, incluso su propio cuerpo. Su figura no le había traído nada más que problemas ya que su pesado envoltorio le obligaba a realizar verdaderos esfuerzos para moverse siquiera  un poco “estoy cansado de vivir en este cuerpo” decía con frecuencia.

Su vida no siempre fue así. Nació en una familia de clase media cuarenta y ocho años atrás, donde fue recibido con alegría y su infancia estuvo rodeada de armonía y cariño. Le gustaba pintar. Era un niño feliz que no conocía otra cosa que su gente, su  barrio y sus amigos, pero creció y se vio obligado a formar parte del mundo de la gente mayor. Lo que observó, no le gustó: demasiadas formalidades y obligaciones para encajar en un universo que él no había pedido.

Trabajar para otros le parecía una estafa a su persona y la familia que había fundado- un poco obligado por la temprana preñez de su joven compañera- una carga demasiado pesada. La desidia se apoderó de él y sus ganas de vivir caían por momentos.

Tino cada vez, tenía menos ganas de hablar, por eso le molestaban las preguntas. Aborrecía los continuos  reproches a los que era sometido, se le agrió el carácter y se volvió insoportable, entonces, su familia harta de sus manías, se fue y le abandonó.

 Esto no le hizo más infeliz de lo que ya era, más bien todo lo contrario. Fue como si en la oscura charca de su cabeza, el agua se hubiese vuelto transparente. De pronto se podía ver el fondo, y en el fondo todo estaba depositado, todo era visible y diferenciable. Ahora sí sabía qué debía quedarse y qué sobraba allí.

En primer lugar canceló la cita con la peluquería. Unos días más tarde, Tino malvendió el piso dónde vivía y se compró un terreno en el campo con una pequeña cabaña de madera. Allí quemó los muebles de su antigua vivienda, salvo una cama, una mesa y una silla, que guardó para la cabaña. También rescató un par de jaulas con dos colleras de canarios y tres perros que habían sido motivo de continuas peleas con su mujer cuando vivían todos juntos. De ropa, dos mudas, la justa para cambiarse cuando no tuviera más remedio. Sólo introdujo un par de elementos nuevos en su nueva vida: un lienzo y un caballete.

Tino colocaba sus aperos de pintura en cualquier lugar- sin importarle los comentarios de los transeúntes- y se permitía jugar con los colores a su antojo. Ahora sí, ahora era él quien manejaba su mundo y si se le antojaba que sus nubes fueran rojas, pues rojas habrían de ser.


Desde su cabaña, en el silencio de la noche se podía oír levemente la vida de la gente en sus hogares. La luz que emitían las farolas del cercano pueblo, también le iluminaba. Todo esto le hacía sentir algo de nostalgia, pero  sabía que ni sus nubes ni él cabían en esa historia.