miércoles, 9 de abril de 2014

Quimera mortal, por José García


El lugar era de lo más deprimente. La mugre se acumulaba en sórdidos callejones, en cuya penumbra se adivinaban tambaleantes formas con apariencia de zombis. Con precaución pero decidido y entre la curiosa e inquietante mirada de los habituales del lugar, se adentró en aquellas calles. Al cabo de unos minutos, la luz de una de las escasas farolas iluminaba el rótulo en castellano de aquel establecimiento, “Café Quimera.” Se paró frente a él, aquello era un mal tugurio.

George vestía pantalón y chaquetilla vaquera, no era muy robusto aunque de aspecto atlético, sus movimientos suaves adivinaban su control corporal y agilidad. Empujó decidido la puerta. Con una mirada examinó minuciosamente el recinto, a la izquierda la barra, tras ella un enjuto y mal encarado camarero. A la derecha no más de media docena de mesas. En la más cercana a la puerta y pese a la luz de baja intensidad del local, cuatro individuos jugaban a las cartas, fumaban y consumían alcohol. Una pareja se amorraban en un rincón, ajenos a todos los demás. Y al fondo, junto a una pequeña puerta, dos individuos de aspecto robusto compartían una botella de whisky, aunque ojo avizor a cuanto se movía, por lo que fijaron su vista en él desde que puso los píes en el local.

George se dirigió hacia el individuo de la barra. Sacó una foto del bolsillo superior de su chaquetilla y le preguntó.

-¿Le conoces?

Este casi sin mirarlo le espetó.

-¿Y porque había de conocerlo?

-Le has visto por aquí. Inquirió de nuevo.

-No, no le he visto y lárguese de aquí amigo.

Al tiempo que miraba de reojo a los dos individuos que permanecían junto a la puerta del fondo. Estos hicieron rápidamente ademan de incorporarse, pero de forma súbita en la mano derecha de George apareció un arma que disparó haciendo saltar en mil pedazos la botella de whisky y desparramando éste sobre la mesa y suelo del local, los dos robustos sujetos quedaron paralizados. Al instante, sin tiempo para reaccionar, agarró por la solapa al aún sorprendido camarero y lo atrajo hacia él encañonándole con el arma. La pareja del rincón y el resto de los que se encontraban en el bar salieron despavoridos.

-Ahora me vas a llevar junto a él. Diles a esos dos que no traten nada y que se aparten de la puerta.

-Si, ¡como quieras!  

George sin soltar al mal encarado camarero y sin perder de vista a los dos fornidos matones, cruzó la pequeña puerta del fondo. Esta daba paso a un largo pasillo en penumbra con puertas a ambos lado del mismo. Avanzó con precaución por dicho pasillo, cuando se acercaba al final, la puerta del fondo se abrió de repente. Apareciendo el personaje de la foto,  llevaba el torso desnudo y sujetaba un arma entre sus manos que disparó contra George, que en un acto reflejo se parapetó con el camarero, recibiendo éste el impacto en el pecho. George, de forma inmediata, lanzó a éste contra el individuo que acababa de disparar y abalanzándose sobre él logró reducirlo rápidamente en el suelo, colocándole boca abajo y el arma en la nuca.

-¡Esto se acabó miserable!

La habitación estaba desordenada y embriagaba su hedor. Sobre la cama una joven desnuda y casi adormecida por la droga, trataba sin éxito de incorporarse. Y un maletín con “el fruto” de todas las extorciones y crímenes cometidos, dispuesto para escapar con él. Cosa que hubiera hecho de no mediar la inesperada aparición de George. Le apretó el arma sobre la nuca al tiempo que le decía.
-No volverás a destruir más vidas de jóvenes inocentes, ofreciéndoles quimeras y sueños irrealizables. No volverás a cegar más vidas.


En ese momento varias sirenas sonaron de fondo e inmediatamente el alboroto de la policía irrumpiendo en el local.  

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