sábado, 5 de abril de 2014

Solos, por Mari Carmen Vega


Era una tarde de jueves.  Lei y su hija Ling regresaban del entierro de su madre, desde entonces Lei tiene miedo a quedarse solo, por suerte tiene a Ling que no sale mucho a causa de una depresión.

Un día Ling quedó con su único padre al que contaba sus problemas para ir a dar una vuelta. Ling se sentó en el banco del parque donde estaba, cabizbaja con la mirada cálida y los ojos llorosos, esperando a que la esperanza le pudiese ayudar en algo y resolver los problemas que tenía, tras la muerte de su querida y apreciada madre. Levantándose lentamente, se dirigió a su padre quien la empujó, miró su reloj y salió corriendo con la porra en la mano a trabajar. De pronto aparecieron Lust y Pereza, dos compañeras de clase quienes se acercaban  lentamente, con la mano alzada como si la estuvieran saludando. Ella pasó, se giró y echó a correr hacia la dirección y siguiendo las huellas que lentamente desaparecían por culpa de la lluvia torrencial que empezó a caerle sobre su rostro, bajando sobre su abdomen y finalmente al charco que tenía a sus pies.

Mientras Lei trabajaba para sacar su vida adelante y no tener una existencia triste, mientras comía, de repente sintió un reflujo a causa de la abundante comida.

Tras la muerte de su mujer, con la que Lei salió durante muchos años y no le atraía mucho, Lei cambió su actitud estaba agresivo y mucho más refunfuñón que antes.


Al día siguiente Lei se arrepintió de lo que le había dicho a Ling  su hija, la abrazó, mientras las cálidas lágrimas de Ling caían sobre su camisa rosa clarito.

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