El aeropuerto de Kuala
Lumpur se presentaba ante ella como un gigante de acero.
Suki, una muchacha
malaya de 18 años, acompañada de su tío Adbul, entraba en el aeródromo algo inquieta, pero expectante. Nunca antes
había viajado y menos aún, sola. Cuando estuvo dentro del mastodóntico
edificio, el frio acero se tornó calidez, y el contacto con la muchedumbre que
por allí pululaba le tranquilizó, sintiéndose un poco como en casa. El color de
las múltiples tiendas de comidas, regalos y chucherías le animaron bastante,
por lo que olvidó la angustia que le inundaba mientras se dirigía al mostrador
de las Líneas Aéreas Aerline que era la que le llevaría hasta Pekín, su
destino.
La señorita que le
atendió, después de comprobar los
documentos y el pasaje, aconsejó a Abdul que se despidiera de su sobrina, y a
continuación hizo pasar a la chica hasta el control de aduana. Allí, tuvo que
poner su mano sobre una pequeña plataforma
para registrar sus huellas -es por seguridad- le dijo el agente al percibir
cierta desconfianza por parte de Suki. Acto seguido, el amable agente le indicó
el camino hasta la puerta de embarque.
Mientras esperaba la
numerosa cola, Suki que era una chica bastante despierta, recordaba todo lo
ocurrido desde que llegó al aeropuerto. – “La chica que recogía los documentos,
no se ha fijado en mi cara… además algunas personas no han puesto sus huellas
en el identificador. ¡Qué desastre de seguridad!” pensaba, girando la cabeza a
uno y otro lado. Así, a ratos hablando consigo misma y otras, observado a los
niños que correteaban alrededor de sus madres. La cola era algo parecido a un
dragón multicolor que se iba adentrando poco a poco en la enorme barriga del
avión.
Suki subió la
escalerilla y entró en el aparato que le llevaría hasta Pekín. De pronto una
sensación de ahogo le impedía respirar con normalidad. Miró al fondo del
habitáculo y le pareció estar dentro de una tubería gigante sin resquicio que
dejara entrar el aire. Pensó en volverse a casa, pero era mucho lo que tenía
que perder si así lo hacía; Su tío le había salvado del infierno que habría
supuesto su inminente boda con aquél viejo a cambio de unas pocas ovejas. No,
no volvería, respiró todo lo hondo que pudo y buscó el número de su asiento.
El viaje transcurría
más o menos bien, pero cuando llevaban un rato en el aire, Suki vio como unos
hombres que parecían militares, entraron en la cabina de la aeronave, más tarde
se oyeron gritos y golpes y seguidamente el avión se giro hacia abajo, entrando
en picado al mar. Por las ventanillas se podía ver el agua, la gente se
levantaba aterrorizada y los niños lloraban.
Dentro del mar, el
aparato seguía bajando cada vez más, y lo más extraño era que no entraba agua
por ningún sitio y que además se podía respirar. La gente preguntaba y
preguntaba pero la tripulación hacía oídos sordos. “-Qué raro, es como si todo
esto estuviera planeado.”- elucubró Suki. En ese momento una gran boca circular
se abrió en el fondo marino y engulló al pájaro de acero. Pasaron por lo que
parecían diferentes cámaras hasta que llegaron a una gran plataforma, donde
quedaron parados. Entonces el ahora comandante de la nave habló.
-Señores pasajeros,
hemos llegado a nuestro destino. Nos encontramos en la ciudad acuática “Pacífico”.
Entre el pasaje están los mejores científicos y los hombres y mujeres más sanos
y prolíficos. Habéis sido seleccionados
para vivir aquí para siempre. Para eso tendréis aquí todo lo necesario, y
gracias a vosotros quizá la humanidad tenga esperanza de continuar existiendo.
La Tercera Guerra Mundial está a punto de declararse y estamos estudiando una
nueva forma de vida aquí, en el fondo del mar ya que salir al espacio exterior
era demasiado caro.
Un hombre que por su
indumentaria parecía indio gritó: -¡Nos encontrarán, seguirán el rastro de
nuestros móviles y nos encontrarán!
-Cálmese señor, será lo
mejor para todos. Cuando estemos instalados, romperemos el avión y lo dejaremos
que salga a la superficie. Todos creerán que hemos muerto ahogados cuando
encuentren los restos.
Suki no dejaba de
sorprenderse con lo que estaba ocurriendo y aunque pensaba en su familia, no
podía evitar sentirse emocionada con la aventura. Un señor con barba y bigote
se le acercó y le dijo: "El futuro es demasiado incierto como para no tener
otros planes."
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