Aracataca, al pie de la
Sierra de Santa Marta. Allí vi por primera vez la luz. Allí inicié mi andadura.
La tierra de mis ancestros. La visión de aquellas casas de madera y
mosquiteras, el olor a podredumbre que deja la humedad tras las temporadas de
lluvias, que todo lo inunda, el calor pegajoso del estío y ese mundo mágico,
que contaban las abuelas en las noches, a la luz de la lumbre. Como la magia,
del que quizás fuese, el primer libro que cayó en mis manos, “Las mil y una
noches.” Pudo ser la fuente de mi inspiración.
El recuerdo de la
hojarasca seca, la lluvia persistente, el insomnio que causa el calor pegajoso
y apático, forman parte de la historia de ésta tierra y de sus gentes. Pero
también forman parte de su destino las miserias de las devastadoras dictaduras.
Con el abuso y la tiranía de unos y la ceguera moral o indiferencia de otros,
donde se conjuga la amnesia o falsa moral, que permiten o ignoran
deliberadamente dicha miseria. De todo esto sabe bien Don Saba, en “La mala
hora” cuando dice: “Lo que pasa es que, en éste país, no hay una sola fortuna
que no tenga a su espalda un burro muerto.”
Todo esto ha fijado la
condición humana y las relaciones ante sus sentimientos de sus gentes, los
celos, la codicia, la corrupción, el resentimiento, la violencia y la venganza,
que les hunde en la decadencia y en la soledad. Solo la sensualidad combate
ésta apatía y desolación. La fuerza del amor, en todas y en cada una de sus
expresiones, el amor platónico, la espera paciente del enamorado, o en aquella
más apasionada que te lleva a morir de amor. En el estimulo de la belleza y la
imaginación. O en el placer de la caricia, la contemplación y el silencio, para
manifestar la relación del amor en la decrepitud.
Solo con este paseo por
la literatura es posible comprender esa relación perniciosa y casi obscena del
poder civil, paramilitares, guerrilla y narcotráfico, y sus consecuencias de
violencia, secuestros y corrupción política. Ante la desolación y la impotencia
de unas gentes que no asumen la gravedad de su estado.
Así, tratado
metafísicamente, es posible el realismo mágico y retratar una realidad que a su
vez nos permita la esperanza y seguir pensando en un proyecto utópico.
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