miércoles, 30 de abril de 2014

En honor a Gabriel García Márquez, por José García


Aracataca, al pie de la Sierra de Santa Marta. Allí vi por primera vez la luz. Allí inicié mi andadura. La tierra de mis ancestros. La visión de aquellas casas de madera y mosquiteras, el olor a podredumbre que deja la humedad tras las temporadas de lluvias, que todo lo inunda, el calor pegajoso del estío y ese mundo mágico, que contaban las abuelas en las noches, a la luz de la lumbre. Como la magia, del que quizás fuese, el primer libro que cayó en mis manos, “Las mil y una noches.” Pudo ser la fuente de mi inspiración.

El recuerdo de la hojarasca seca, la lluvia persistente, el insomnio que causa el calor pegajoso y apático, forman parte de la historia de ésta tierra y de sus gentes. Pero también forman parte de su destino las miserias de las devastadoras dictaduras. Con el abuso y la tiranía de unos y la ceguera moral o indiferencia de otros, donde se conjuga la amnesia o falsa moral, que permiten o ignoran deliberadamente dicha miseria. De todo esto sabe bien Don Saba, en “La mala hora” cuando dice: “Lo que pasa es que, en éste país, no hay una sola fortuna que no tenga a su espalda un burro muerto.”

Todo esto ha fijado la condición humana y las relaciones ante sus sentimientos de sus gentes, los celos, la codicia, la corrupción, el resentimiento, la violencia y la venganza, que les hunde en la decadencia y en la soledad. Solo la sensualidad combate ésta apatía y desolación. La fuerza del amor, en todas y en cada una de sus expresiones, el amor platónico, la espera paciente del enamorado, o en aquella más apasionada que te lleva a morir de amor. En el estimulo de la belleza y la imaginación. O en el placer de la caricia, la contemplación y el silencio, para manifestar la relación del amor en la decrepitud.

Solo con este paseo por la literatura es posible comprender esa relación perniciosa y casi obscena del poder civil, paramilitares, guerrilla y narcotráfico, y sus consecuencias de violencia, secuestros y corrupción política. Ante la desolación y la impotencia de unas gentes que no asumen la gravedad de su estado.


Así, tratado metafísicamente, es posible el realismo mágico y retratar una realidad que a su vez nos permita la esperanza y seguir pensando en un proyecto utópico. 

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