miércoles, 30 de abril de 2014

Placer esquivo, por José García


Creí soñar, le contaba Amanda a su amiga Paula. Después de más de tres años mi suerte estaba a punto de cambiar y aunque nunca perdí la esperanza, empezaba a pensar que ésta me era esquiva. Añoraba ese placer que se me había negado de forma continuada durante todo este tiempo. Estuve a punto de tirar la toalla,  pensé en incorporarme a una ONG y marcharme a África e incluso hasta recluirme en un convento, tal era mi abatimiento. Reseñaba Amanda.

 Cuando me parecía casi imposible poder deleitarme en él, la vida siempre impredecible me brindaba la  oportunidad de alcanzarlo nuevamente. Me aferré a ella con fuerzas, no podía dejarla pasar y aunque el azar la había puesto en mi camino no podía confiarlo todo a él. Había que cuidar todo al  mínimo detalle, era necesario impactar, la primera impresión siempre es importante y la imagen, sin excluir un cierto toque sensual, juega un papel fundamental. Eso sí, sin quebrar circunstancia alguna de mi condición de mujer.  

Esperaba impaciente, me excitaba solamente pensar en ese momento de goce que prometía ser apasionante. Por fin llegó, me había preparado y arreglado para ese momento. Y allí estaba, dispuesta a cruzar el umbral del lujoso edificio, en cuyo interior me esperaban. El encuentro fue agradable, al principio me sentí algo nerviosa pero la actitud receptiva mostrada en los preámbulos fueron minando ese nerviosismo y fui encontrándome más confiada, casi atrevida. Tenía decidido entregarme sin reservas, pondría todo el ardor hasta fundirme en el esfuerzo.

Todo se desenvolvía de forma favorable, el ambiente era propicio, por lo que iba ganando en confianza, me acoplaba perfectamente. Pero cuando más animada estaba, cuando empezaba a sentir, todo se acabó. Adiós muy buenas hasta otra, y si te he visto no me acuerdo.  

-¡Si es que todos los hombres son iguales!

Replicó inmediatamente Paula.


-¡Oh no! No se trata de eso. Es un trabajo, pero temporal y a tiempo parcial


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