Creí soñar, le contaba
Amanda a su amiga Paula. Después de más de tres años mi suerte estaba a punto
de cambiar y aunque nunca perdí la esperanza, empezaba a pensar que ésta me era
esquiva. Añoraba ese placer que se me había negado de forma continuada durante
todo este tiempo. Estuve a punto de tirar la toalla, pensé en incorporarme a una ONG y marcharme a
África e incluso hasta recluirme en un convento, tal era mi abatimiento. Reseñaba
Amanda.
Cuando me parecía casi imposible poder
deleitarme en él, la vida siempre impredecible me brindaba la oportunidad de alcanzarlo nuevamente. Me
aferré a ella con fuerzas, no podía dejarla pasar y aunque el azar la había
puesto en mi camino no podía confiarlo todo a él. Había que cuidar todo al mínimo detalle, era necesario impactar, la
primera impresión siempre es importante y la imagen, sin excluir un cierto
toque sensual, juega un papel fundamental. Eso sí, sin quebrar circunstancia
alguna de mi condición de mujer.
Esperaba impaciente, me
excitaba solamente pensar en ese momento de goce que prometía ser apasionante.
Por fin llegó, me había preparado y arreglado para ese momento. Y allí estaba,
dispuesta a cruzar el umbral del lujoso edificio, en cuyo interior me
esperaban. El encuentro fue agradable, al principio me sentí algo nerviosa pero
la actitud receptiva mostrada en los preámbulos fueron minando ese nerviosismo
y fui encontrándome más confiada, casi atrevida. Tenía decidido entregarme sin
reservas, pondría todo el ardor hasta fundirme en el esfuerzo.
Todo se desenvolvía de
forma favorable, el ambiente era propicio, por lo que iba ganando en confianza,
me acoplaba perfectamente. Pero cuando más animada estaba, cuando empezaba a sentir,
todo se acabó. Adiós muy buenas hasta otra, y si te he visto no me acuerdo.
-¡Si es que todos los
hombres son iguales!
Replicó inmediatamente
Paula.
-¡Oh no! No se trata de
eso. Es un trabajo, pero temporal y a
tiempo parcial.
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