La madre de mi amigo Marco me ha llamado llorando
desde el hospital. Ha sufrido un fallo hepático y ha entrado en coma. Sus
familiares hace un mes perdieron la esperanza de que llegase un hígado a
tiempo, Desde entonces está postrado en la cama, el tono amarillo de su piel ha
dado paso a una palidez determinante, sólo alterada por algún hematoma que deja
ver el pijama.
Ya estuvo a punto de morirse hace un año. Lo
encontré en su casa derrumbado en el suelo, casi ahogado en sus propios
vómitos. Hacía una semana que no tenía noticias suyas y en
cuanto pude cogí las llaves de su apartamento -que hace tiempo me entregó- y me
acerqué a verle. Cuando abrí la puerta me lo encontré boca arriba, le puse en
posición lateral de seguridad, para no obstaculizar la respiración y que en
caso de que hubiera fluidos drenasen con
facilidad.
Estuvo un mes en el centro de rehabilitación. Y
cuando salió me juró que era un hombre nuevo, que no volvería a recaer. Le
acompañé en alguna ocasión a las reuniones de alcohólicos anónimos, y me hacía
creer cuando iba a su casa y me lo encontraba delante del ordenador que estaba
trabajando, en un nuevo diseño de una Web, sin embargo hace tiempo que dejé de
engañarme, y de hacerme ilusiones de su recuperación. En los últimos meses se
había dado por vencido.
Empezó a beber cuando su mujer Mara, murió hace
diez años de cáncer. Nunca conocí una persona que estuviera tan enamorada como
él. Desde que la conoció supe que le había perdido y aunque seguimos con
nuestra amistad, por mi bien me fui alejando de ellos.
Una noche llamaron a mi puerta, era Marcos. Mara
había muerto hacía dos días, llevaba
desde entones sin dormir, estaba llorando, y seguía llorando cuando dos horas
después, conseguí que descansara a mi lado y reposara su cabeza en mi hombro,
lloraba con tanta pena, con tanta desesperación...
Desde entonces se fue dejando poco a poco, aunque
dijera que controlaba, yo conocía su embriaguez progresiva y su paulatino
abandono. Cuando le visitaba a veces se demoraba en abrirme, yo oía el tintineo
de las botellas, abría la puerta, llevaba el pelo mojado, peinado hacia atrás y
el olor a enjuague bucal no me engañaba.
Fui descubriendo poco a poco como se le iban
acentuándose las ojeras, su delgadez, sus ojos tristes y ausentes.
El proceso de degeneración fue lento pero
inexorable, provocando una hepatitis alcohólica y más tarde cirrosis hepática
que le produciría la muerte.
He decidido salir un rato a la calle, me asfixio
en su habitación. No puedo verle en la cama tan demacrado, desvanecido, con
todas las máquinas que le mantienen con vida. No llego a entender como se ha
dejado vencer, como no ha sido capaz de controlar sus emociones, de encontrar
nuevos alicientes en su vida. No le comprendo, y soy yo la que hoy me encuentro
cansada, derrotada, fracasada, tanto esfuerzo en apoyarle y no ha servido de
nada. Marcos se está muriendo.
- ¿Ya te vas Viki? - Me pregunta la madre sin
soltarme las manos. Sus ojos denotan
cansancio y tristeza. La tristeza de una madre que lleva mucho tiempo
sufriendo y esperando lo inevitable.
- Sí, pero vendré esta noche, y así podrás
descansar, llámame al móvil si hay algún cambio - Le doy un beso, y le abandono
con su dolor. Sé que me está mirando, y no sé si podría soportar esa imagen, si
vuelvo la cara.
No regreso a mi casa, sino que me dirijo a su
apartamento, me derrumbo en el sofá y analizo si su vida hubiera sido diferente
si Mara no hubiera existido y hubiera seguido conmigo. Miro a mi alrededor y
veo el caos de un hombre atormentado, y me digo a mi misma que él nunca me
quiso con esa intensidad, pero no sé si yo hubiera permitido que alguien me
amase de esa manera extrema.
Me levanto con resignación y me acerco a la
ventana. Limpio con la manga la luna casi opaca, lleva tiempo sin limpiarse,
como el resto de la casa.
Veo a través del cristal sucio, un plástico, que
un día quizás, fue parte de una bolsa. Ahora está apresado en las esqueléticas
ramas de un árbol seco, apresado o agarrado.
El viento no lo mueve con suavidad, sino que lo
azota con una agresividad en exceso. Sus jirones chocan una y otra vez contra
una invisible pared, igual que Marcos y el muro que se ha interpuesto entre él
y su vida.
El trozo de plástico se suelta, se ve arrastrado
por la fuerza del viento, retrocede y se retuerce, se eleva y sus pedazos
quedan prendidos en un árbol, resistiéndose, como mi amigo se aferraba en sus
momentos, cada vez más aislados de lucidez, a sus amigos, a la familia, al débil hilo de pensar que la vida
le iba a rescatar de su pozo.
Es una triste imagen, ese trozo de plástico
peleándose contra el viento, me imagino
que chilla, un grito ahogado en el silencio, el alarido de la soledad de
un agonizante, el último intento para atrapar la vida. Se retuerce contra una
áspera rama y después de mil vueltas, convulsiones y movimientos cae por fin
inerte a los pies de un hombre que con asco o desprecio lo aleja de sí con la
pierna.
Ya no es nada, es merced del viento, forma parte
de un remolino, junto a papeles, hojas y polvo. Sólo si Dios quiere, descansara
por fin en un olvidado rincón de una apacible calle, vencido.
La música del móvil me
despierta de mi abstracción. Me separo de la ventana, hundida y me dirijo hacia el teléfono. Se me antoja
su sonido triste, como si llorase.
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