miércoles, 19 de diciembre de 2012

Una mente desdibujada, por María del Mar Quesada.


En el verano de 1993, él tenía  38 años y ella 29. El día que se conocieron en casa de un amigo común, la atracción entre ellos fue fulminante, todos los presentes pudieron percatarse de los destellos de esa explosión. Ese día se fundieron los deseos ocultos de ambos. Luis necesitaba a una mujer que le aportara estabilidad y sentido a su vida, paz a su mente desdibujada, en definitiva necesitaba amar y ser amado. Ana necesitaba alguien que le hiciera olvidar el fracaso de su matrimonio, que le aportara pasión, alegría e ilusión.  La dificultad residía en que Luis quería alcanzar el estado de in perpetuum  y Ana vivía en  un estado de carpe diem, no había mañana, solo el día de hoy.
Luis solo sabía de ella que era la reciente ex mujer de un conocido,  era una mujer joven, menudita, delgada, pero con formas,  sus  pequeños ojos negros tenían mucha vida y sobre todo, vio una mujer que irradiaba alegría, serenidad y comprensión.   Ana solo conocía de él que era un tipo raro,  un poco excéntrico, una persona compleja según sus amigos. Sin embargo, Ana tenía delante un hombre alto, delgado, de pelo negro y barba recortada, a ella  las barbas no le gustaban, pero reconocía que a él le sentaba bien, vio a un hombre con  ojos cansados y boca bien perfilada, no era guapo, pero era atractivo en conjunto. Lo importante en ese momento no fue el físico, sino la atracción que surgió desde el primer momento que se rozaron con el beso de presentación.

La atracción entre dos personas no hay forma de explicarla,  no hay una razón concreta, ni lógica matemática ni científica, ni ecuaciones emocionales que la puedan definir.Cuando surge solo tienes que rendirte y dejarte llevar o luchar hasta la muerte contra ella. No hay forma de concretar porqué, de pronto, nos sentimos absorbidos por otra persona a la que acabamos de conocer, pero con la cual estamos dispuestos a compartir nuestro cuerpo, nuestra intimidad, nuestra sensualidad, nuestra sexualidad, nuestro yo terrenal en estado puro.

Ambos se buscaron y consiguieron encontrarse dos días después. A los 15 minutos de verse, con una excusa banal subieron a casa de Luis. Intentaban controlar el impulso que sentían hacia el otro  en un empeño estéril de conocerse mejor, pero ese autocontrol solo les duró un día más. A partir de ese día  dieron rienda suelta a la pasión que sentían, aunque los dos desconocían realmente lo que buscaba el otro, pues las palabras eran borradas por las caricias, la piel erizada, los besos infinitos, las miradas silenciosas y por el placer intermitente y constante.

Pasaron los días y Luis comenzó a desgranarse a sí mismo delante de ella. Ana descubrió a un hombre inteligente, sensible, divertido, sensual, con un mundo interior muy complejo, en lucha constante consigo mismo, un hombre maduro que arrastra complejos infantiles no superados, pero que cuando estaba con ella era capaz de olvidarlos. Ella sabía escuchar y él necesitaba que lo escuchasen sin prejuicios.

Él está feliz, no solo porque la tiene a ella, sino porque hasta ahora, no ha surgido ninguna nimiedad que desemboque en un episodio violento de consecuencias nefastas, sobre todo para él. Esa sensibilidad extrema le hace ver fantasmas donde nadie los ve: en una mirada airada, en una palabra inapropiada, en un gesto insignificante. Desde que Ana forma parte de su vida, nada de eso ha ocurrido, es capaz de dormir sin tomar pastillas, es capaz de gustarse por las mañanas, es capaz de aprender a quererse, siente que por fin se acabaron las terapias, las charlas con el psicólogo, las bajas por depresión, los desplantes de los amigos hartos de sus paranoias. Ana le ha curado, en poco tiempo, de todo ello.

Entrado ya el otoño, en el mes noviembre Luis tenía turno de noche en el hospital,  el viernes por la noche Ana queda con una amiga y sin pensarlo mucho decide irse a la playa con ella a pasar el fin de semana, intenta avisar a Luis, pero como no tiene el teléfono de su trabajo no le da más importancia, piensa recompensarlo y recuperar los momentos de placer cuando él esté de descanso. Ella se va el sábado por la mañana  de madrugada, mientras Luis a esa misma hora está deseando salir del trabajo para estar con ella.

Durante todo el fin de semana Luis  llama a  Ana,  como  no  coge el teléfono,  se acerca a  casa  de ella y ve que todas ventanas están cerradas. Nervioso  y algo alterado llama al amigo que los presentó y éste le dice que no sabe  donde está Ana, pero  intenta tranquilizarlo comentándole  que ella está en esa fase de la separación en el que se actúa por impulsos, seguro que se habrá ido de viaje aprovechando que él trabajaba. Esta aclaración no serena a Luis, sino que da  libertad para que fluyan en su cabeza todo tipo de hipótesis: si estará con su familia, si habrá tenido un accidente o si estará con su marido. Lo que le hiere no es que se haya ido, sino que no le haya avisado, que no haya preocupado de sus sentimientos, no obstante Luis se centra en no cometer el error de perder el control delante de ella.

El lunes cuando él sale del hospital,  sin quitarse siquiera la bata blanca se presenta en casa de  Ana a las 8 de la mañana. Cuando ella, aún somnolienta,  abre la puerta, se encuentra con un hombre cuyo cuerpo reconoce, pero no su cara  desfigurada por la ira, no obstante ella está de buen humor.

-        Buenos días, ¡qué sorpresa!
-        ¿Dónde has estado todo el fin de semana? - Luis  grita aunque esa no era su intención.
-        Perdona, primero se saluda y después no me grites. - Le dice risueña.

La tranquilidad socarrona de ella le exaspera todavía más y en lo que dura  un suspiro, Luis piensa que se está riendo de él.

-        ¿Dónde has estado todo el fin de semana? ¡Contéstame de una vez! Llevo dos días esperando una llamada, una explicación. - El control sobre sus palabras se iba perdiendo por segundos.
-        Me fui con una amiga a la playa, intenté avisarte. De todas formas, ya soy mayorcita y no tengo que dar explicaciones a nadie.

-        ¿Qué no tienes que dar explicaciones a nadie? Entonces,  ¿quién te has creído qué soy yo, tu  payaso? ¡Eres una niñata estúpida!

Luis había perdido el pulso sobre sí mismo y no sabía cómo parar la espiral en la que se encontraba, la trasformación se completó cuando Ana le cerró la puerta en la cara. Apretó el puño y dio un golpe  en la puerta mientras gritaba:

-        ¡¡Ojalá te mueras, estúpida!!

Ana  lo escuchó. No se podía  explicar cómo una persona podía transformarse en otro ser totalmente diferente, él en su trabajo tenía en sus manos a personas enfermas, cómo podía controlarse. Ella sabía que él estaba bien considerado en su planta, cómo lo conseguía. Sin embargo a ella no le dolieron las palabras en sí, sino la ira de su rostro desdibujado por la rabia, los ojos cansados enrojecidos, las venas de la frente a punto de salirse de su caudal, la boca bien dibujada mordida por la furia.

Luis en el mismo segundo de pronunciar su frase lapidaria, se arrepintió. Otra vez su fiera había salido a luz, pero esta vez el riesgo había sido mayor, había insultado y gritado a la mujer que le había ayudado a desprenderse, poco a poco, de la parte animal que le comía su parte humana. Se había perdido delante de la mujer que amaba. Apoyada la cabeza  en la puerta de Ana, dijo con un tono tenso y con lágrimas en los ojos:

-        Lo siento, mi amor. Por favor perdóname.

Silencio.

-        Por favor, Ana abre,  déjame que te pida perdón mirándote a los ojos.

Ana sintió que tendría que luchar contra la seducción que sentía, perdonar a Luis supondría la muerte para su alegría, su neurosis no se iba a curar solo con amor y comprensión. Ana no podía dejar de sentir pena, ella sabía que él estaba sufriendo, su víctima era él mismo, no ella. Si abría la puerta, terminaría perdonándole, harían  el amor como si fuera la última vez y todo comenzaría como si nada, pero ella perdería  la libertad para ser ella misma y ya no sabría cómo actuar para no herirlo otra vez.

-        Ana mi amor, te quiero.

Luis se fue, estaba cansado había estado trabajando de noche todo el fin de semana, necesitaba descansar y pensar con lucidez.  Esa mañana ella no abriría la puerta, pero quizás al día siguiente todo se solucionaría. Ellos se amaban.

No hay comentarios:

Publicar un comentario