lunes, 10 de diciembre de 2012

Las esquinas de la memoria, por Cristina Pérez Rodríguez.



Una noche de domingo, agobiado por el caso que me traía dolor de cabeza durante semanas, decidí salir del ático para despejarse y bajar a aquel bar de karaoke. Podría despejarse, y quizás volver mañana a la rutina de otra manera.

Debido a mi profesión como abogado, siempre era cuidadoso con el vestuario, pero para esta noche y a estas horas, decidí ponerme un jersey cualquiera y unos vaqueros oscuros, con unos botines desaliñados.
Sin más, salí del ático y comencé a pasear por las calles de la ciudad en busca de aquel bar, que no quedaba muy lejos, a tan solo dos manzanas.

Para asombro, el bar estaba lleno. Miles de personas se agolpaban en la puerta no dejando casi entrar. Arrepentido por aquella elección, me dejé llevar por la masa de gente que me llevaban hacia el interior. Miraba hacía un lado y a otro intentando dar una buena razón a tanto aglomeración. Hombres  y mujeres que parecían expectantes antes lo que iba a suceder y que yo no sabía de qué se trataba.

Decidí acercarme a la barra y por fin beber algo. Camareras exuberantes se encargaban de servirlas, era puro negocio. Guapas, te sonreían y te preguntaban qué ibas a beber. Esperé largo y tendido a que alguna de esas señoritas me atendiera y por fin una de ellas se dirigió a mí cuando, alguien me rodeó por detrás con sus brazos por el cuello y gritó cerca de mi oído:

-        ¡Ronda de chupitos para este chico tan guapo y para mí!

Casi sordo, giré la cabeza y descubrí una carita redonda y con una sonrisa de oreja a oreja. Sus ojos eran marrones oscuros, casi negros. Mofletes que ocupaban gorditos casi toda la cara y larga melena que caía suavemente por su rostro, cuello y hombros.

Me iba a dirigir a ella para explicarle que aquello no era buena idea cuando extendió uno de sus brazos, cogió uno de los chupitos y de un sorbo, echando la cabeza hacia atrás, se lo bebió. Atónito no hice nada. Volvió a extender su brazo para soltar su vaso y coger el otro que llevaba mi nombre. Me lo acercó a mi mano derecha y al ritmo de:

-        ¡Bebe, bebe, bebe! - entre gritos dando golpes en la barra.

Imité su movimiento y con la cabeza hacia atrás me lo bebí de un solo trago. No fueron solo uno, ni dos, ni tres…al quinto ya había perdido la cuenta. Entre trago y trago propuso hacer un juego. Ella me haría una pregunta y yo tendría que beberme aquel chupito y luego contestar, diciendo eso sí, la verdad. Luego a mi me tocaría preguntar y ella contestaría Sin importarme las preguntas que pudiera hacerme, sino tan solo preocupándome por cómo podría volver a casa después de tantos chupitos, comenzamos a jugar.

***
Con el sonido desagradable del despertador, Jerry abría los ojos con cierta incomodidad e intentaba mover con cierta molestia su brazo derecho para poder así alcanzar a parar la alarma que había interrumpido su profundo sueño de un rutinario lunes más.

La habitación sin ninguna señal de luz gracias a sus insistencias por cerrar las persianas y correr las cortinas, giró su cuerpo para acomodarse entre aquellas sabanas y en uno de los movimientos sintió el suave y caliente tacto de un cuerpo. Aun torpe, disipó en la oscuridad una fina silueta situada justo a su lado y sin encender la luz intento averiguar qué era aquello.

Agudizó sus cinco sentidos para ir obteniendo pistas. Podía escuchar la respiración pausada, podía reconocer aquel perfume fresco que desprendía, podía tocar con sus manos aquella larga melena que descansaba sobre la almohada. Pero conseguía tan solo intuir una silueta de mujer…movido por la curiosidad volvió a colocarse de cara a la lamparilla, que ocupaba la improvisada mesilla de noche con unos cuantos libros de derecho, y apretó el interruptor.

La luz tenue amarilla de aquella lámpara dejó ver lo que parecía una evidencia. Encontró a un joven mujer de melena oscura envuelta tan solo por las sábanas de color morado que vestían la cama. Tan solo dejaban al descubierto su rostro dulce y redondo, su larga melena que en la oscuridad había tocado y su hombro izquierdo con numerosos lunares de color oscuro que adornaban su tersa piel.

Asombrado y aturdido por no recordar nada de lo que había pasado la noche anterior, decidió que era buena idea disipar dudas y aclarar ciertas cosas. Intentando no hacer ruido ni movimientos bruscos que provocaran que aquella mujer abriera los ojos, Jerry levantó la sabana lentamente y miró por debajo de ella, descubriendo lo que temía. Los cuerpos desnudos de ambos tan solo con ligeras prendas de algodón tapando lo mínimo, daban la clave de una noche más de desenfreno que por causa de unas copas de más, era imposible recordar cómo había llegado a casa, qué había pasado entre esas sabanas y sobre todo…quién era aquella joven. Volvió a apagar la luz, y decidió a oscuras salir de aquella habitación y pensar en algo. Esto le ponía nervioso.

Con lo puesto salió de la cama y de puntillas sobre el frío suelo del ático fue dirigiéndose a la puerta de la habitación. Apenas veía nada, pero los brazos extendidos hacia delante y las manos abiertas, le servían para ir palpando todo aquel objeto amenazante que pudiera producir ruido. Más descuidado creyendo haber llegado, chocó con la pata de la cama dándose un golpe seco en la espinilla que provocó que hiciera un ligero amago de grito, pero que tan solo se quedó en la gran contenidas ganas y en un ligero moratón. Petrificado espero un par de segundos no fuera a que aquella chica se hubiera despertado…tras seguir escuchando aquella rítmica y suave respiración, corrigió el rumbo  y esta vez por fin alcanzo el picaporte de la puerta.

La abrió sin más y aprovechando la luz que entraba sin llamar en la habitación, giró la cabeza para volver la mirada a la cama y allí, la encontró de nuevo.

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