martes, 4 de diciembre de 2012

Leyenda mora, por José García.


Había una cierta bruma pero la mañana prometía abrir y lucir el sol, nos disponíamos a dar un paseo en bicicleta y visitar la Hacienda Torre de Dª María, subimos desde la zona del Pítamo hacia Montequínto, pasamos junto al Hipódromo cogemos un camino dejando a nuestra izquierda la Ermita Nuestra Sra. de los Ángeles, continuamos bajando y subiendo en dirección a la Dehesa de Dª María. Comenzamos a divisar en la zona más alta de la misma por encima de los olivos y rodeada de palmeras la estructura de muros almenados y encalados que parecen trasladarte a las Mil y Una Noche con sus secretos y leyendas, cruzamos el arroyo de la Dehesa y enfilamos la subida hacia la Hacienda.

Hacienda, sirve para denominar una propiedad de origen español más concretamente andaluz, de carácter latifundista y de un cierto valor arquitectónico, es una finca agrícola de gran tamaño que a veces se confunde con Cortijo, pero estando ambos asociadas a una gran explotación agraria o hábitat puramente agrícola, en éste el dueño puede tener o no vivienda, mientras en la Hacienda claramente sí.

Ya nos encontramos frente a la entrada, hemos pasado junto a un Templete, y junto al pórtico nos encontramos un “zapote” árbol cuyas semillas se dice llegaron de América tras su descubrimiento, por lo que tiene más de 400 años, una palmera de cuyo lecho salen cinco troncos y un viejo ciprés.

Pero antes de entrar no podemos menos que recordar la historia del lugar y quienes pisaron antes que nosotros éstas tierras. En su emplazamiento se han encontrado restos romanos, entre ellos monedas acuñadas en el siglo IV en época de Teodosio y Horacio. Posteriormente acoge una Alquería árabe (la continuidad de lo que fueron las Villas Romanas) pequeña comunidad rural conformada por un o varias familias que se dedicaban a la explotación de las tierras o la ganadería, estaban dotadas de una torre que servía de granero o refugio. En el siglo VIII-IX se asienta en estos terrenos, procedentes de Carmona, la familia de Ibn Jaldún, famoso historiador, sociólogo, filósofo, economista, geógrafo, demógrafo y estadista. Y aunque su familia es de origen Andalusí el nació en lo que actualmente se conoce como Túnez (1.332), ya que su familia tuvo que abandonar Sevilla tras la toma de esta por Fernando III de Castilla en 1248.

Tras la conquista, las tierras fueron cedidas por Alfonso VIII a la Orden de Santiago, después en 1.387 fue donada al Cabildo de la Catedral por el Alcalde Mayor de Sevilla. Con la desamortización la Hacienda pasó a manos de la familia Ybarra 1895, hasta nuestros días. Catalogadas en 2002 por la Junta de Andalucía como Bien de Interés Cultural.

Según relata la tradición fue durante el siglo XIII-XIV cuando el Rey Pedro I el Cruel (1334-1369) mandó construir la Torre y la Capilla anexa para su amada María de Padilla (1334-1361), siendo la construcción más antigua de lo que hoy se conserva y que finalmente dio nombre a la Hacienda. 

Bien continuamos, ésta se estructura en torno a un patio central, los cuatros ángulos con torres, tres de ellas de planta cuadrada y una hexagonal junto al señorío. Al patio se accede por una portada de al menos 4 metros de altura formada por un arco apuntado con dos pilastras adosadas y un rótulo con el nombre de la finca, coronada por merlones tipo Omeya y en la parte central una pequeña espadaña con campana. Los muros son de ladrillos enfoscados y encalados, alrededor tiene crujías sobre las que se disponen una armadura de madera para una cubierta de tejas de cerámica en su mayoría de dos aguas.

Una vez en el patio tras la crujía de entrada y hacia la izquierda, pasando una dependencia dedicada a vivienda, la parte más emblemática de la Hacienda, la Torre de planta rectangular, 12`5 metros de altura con dos plantas cubiertas y una tercera de terraza almenada, a la que se accede desde el patio (al igual que el resto de las dependencias) a través de una pequeña puerta de arco apuntado y dos columnas, la planta baja hacía de sacristía ya que comunica con la Capilla (de la misma época), con una entrada de arco de herradura enmarcado en un alfiz ornamentado, desde la Capilla también se accede a la vivienda o señorío, cuya entrada desde el patio se hace a través de un espacio porticado, en donde se aprecian pequeños mosaicos romanos, con dos puertas de arco de herradura igualmente ornamentadas. Tanto la Torre como la Capilla son las dependencias más antiguas de genuino estilo Mudéjar. El resto de las dependencias, junto a la Casa Mora, el Jardín ornamental y el Templete son de estilo Neo mudéjar, datan de 1930 y su arquitecto fue José Gutiérrez Lescura, el mismo que diseño el Pabellón de Marruecos para Exposición Iberoamericana de 1929. 

El elemento fundamental de estas construcciones es el Patio, éste tiene forma rectangular empedrado formando cuadrados, como si fuera un damero. En la parte izquierda, junto a un viejo ciprés y rodeado de naranjos, un pozo con brocal y polea, a su misma altura a la derecha un pilón o abrevadero en cuyo centro hay una pequeña ventana u hornacina con una escultura (creo que de Sta. Catalina de Alejandría). Alrededor del patio y a continuación del señorío están el resto de las dependencias que se dedicaron a graneros, almacenes, cuadras y viviendas del capataz y otros trabajadores, todo encalado con varias puertas y ventanas de distintos tamaños con arcos de evocación islámica. Además de los naranjos el patio presenta otras plantas ornamentales como apilistras, rosales, gitanillas, geranios y enredaderas como la buganvilla y otras.

En el exterior, el Jardín ornamental anexo, tiene planta rectangular con dos calles transversales que se cruzan en una plazoleta central en la que se ubica una fuente de planta octogonal, a la entrada del Jardín observamos una especie de alberca decorada con azulejos, a la izquierda una replantación más reciente del zapote centenario, de frente y sobre la calle formando arcos altos setos de ciprés, conforman además el jardín, naranjos, palmeras, jacarandas y granados nuevos, así como rosales incienso y romero, al fondo del mismo la Casa Mora de estilo árabe.

Fue aquí, en el jardín cuando ya lo abandonaba, había quedado rezagado de Pablo y Alonso, de pronto tuve la sensación de una suave y fría brisa a mi espalda, me volví de inmediato y me pareció percibir como una sombra se ocultaba tras uno de los alto setos, quede inmóvil por un momento y posteriormente helado cuando me pareció ver como una mujer joven con un vestido de raso blanco y velo que protegía su cabeza, cruzaba la plazoleta central. Después de la parálisis inicial reaccioné y sin saber porqué fui tras ella, observé que entraba en la Casa Mora, cuando alcancé la puerta ésta estaba entreabierta y sin pensarlo entré en ella, no había nadie todo estaba en penumbra, a la izquierda una pequeña puerta que comunicaba con la torre, la empujé y cedió chirriante, allí estaba, en un rincón se dibujaba su silueta gracias al vestido de raso blanco y sus ojos, estos brillaban con una especial viveza , como queriendo recoger y conservar cuanto veía y sucedía en esos momentos, quedé de nuevo inmóvil, era todo aquello real o era producto de una fantasía o alucinación, inconscientemente reaccioné y fui hacia ella su rostro era bello pero con un expresivo halo de tristeza, quizás fuera eso lo que me impulsó a tomar sus manos, estaban frías e igualmente finas y sedosas como su vestido, pasaron unos instantes así, no sabría decir cuánto, sin mediar palabra alguna con un impulso irresistible la rodeé con mis brazos y en contraste con sus manos el contacto con su cuerpo y sus labios eran cálidos, pues la besé una, dos veces, no sé, una fuerza irrefrenable me empujaba no era dueño de mí, ella no parecía resistir ni objetar cuanto estaba sucediendo, su cuerpo temblaba al igual que el mío, de súbito se me erizó la piel sentí frio y di un paso atrás, entonces volví la cabeza al escuchar gritar mi nombre ¡Pedro! ¡Pedro! “donde te metes, te hemos buscado por todas partes” “vamos”, eran Pablo y Alonso, cuando mire de nuevo hacía ella no había nadie, todo estaba en penumbra y polvoriento como se dejaba adivinar a través del haz de luz que penetraba por una pequeña ventana, en esos momentos era un mar de dudas, ¿había sucedido algo realmente?, ¿o todo ha sido una alucinación sugestionado por cuantas historias y leyendas se cuentan del lugar y sus moradores? 

Me alejé pensado que todo había parecido tan real, que aún parecía percibir el cálido y dulce rose de sus labios y el tacto de sus frías manos, moví la cabeza y me frote los ojos, en esto llegué junto a mis compañeros de paseo dispuestos para iniciar el regreso. Una vez en marcha no pude evitar volver la vista, ¡no puede ser ¡ ¡en la ventana de la Torre! Casi caigo de la bicicleta, volví a mirar nada ni nadie había, mi cabeza me volvió a jugar una mala pasada, al menos eso quise pensar. Lo cierto es que el misterio y curiosidad con los que acudí al lugar, lejos de disiparlos, los había multiplicado tras la visita. Guardé el secreto en el tiempo y no he vuelto a visitar el lugar.

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