Bárbara es una mujer actual, licenciada en derecho y
especializada en derecho mercantil y aduanero. Desde hace quince años trabaja
para una multinacional en su departamento de exportación. Siempre le gustó
cuidar su aspecto y vestir bien, hecho al que presta mayor atención ahora que acaba
de pasar de los cincuenta. El cabello es castaño oscuro, que trata con
frecuencia dándole distintas tonalidades del original castaño, entre otras,
para ocultar las incipientes canas que asoman a su bien cuidada cabellera.
Conjuga meticulosamente todo tipo de complementos en el vestir pañuelos,
pendientes, collares, pulseras así como los colores del maquillaje para ojos,
labios, etc. Pero sobre todo, lo que especialmente observa es combinar su
calzado, siempre de tacones, con el bolso a juego.
Últimamente estaba algo preocupada por su peso y había acudido
a su mutua médica privada para consultar con un especialista endocrino. Este
tras un detallado examen determinó la necesidad de realizar unos análisis específicos,
con el inconveniente de que los laboratorios no disponían de los medios
necesarios para efectuarlos con las suficientes garantías.” Para ser sincero”-
le dijo el doctor-“el más capacitado por su fiabilidad, es el Hospital Central,
ya sabes, en otras circunstancias hemos podido aprovechar una guardia de
urgencias, pero con la situación actual no es aconsejable”, “aunque podrías
intentarlo con tu médico de cabecera, nada se pierde por ello.”
El doctor Andújar, que así se llama el médico de cabecera, es
una persona de carácter afable, de cara redonda y sonriente, ojos pequeños pero
vivos, su pelo rizado con bastante entradas, de cincuenta y tantos años,
mediana estatura y algo rechoncho, siempre enfundado en su intachable uniforme
blanco. La escuchó mientras consultaba la pantalla del terminal informático.
“Mire señora, no disponemos de historial que nos permita considerar el informe
que aporta como una segunda opinión al diagnostico efectuado con anterioridad,
así que tendríamos que realizar un examen generalizado a fin de corroborar o no
dicho diagnostico.” Bárbara le reprochó su actitud de no proceder a la
realización de los citados análisis y retrasar el posible tratamiento. Saliendo
con caras de pocos amigos de la consulta.
No era el único contratiempo que había tenido hoy el doctor
Andújar. En la mañana había estado en su consulta Andrés, mecánico tornero o
manipulador de máquinas herramientas, de cuarenta y pocos años, alto, delgado,
de facciones relajadas pero avispadas, nariz aguileña, barba recortada y pelo
largo recogido en una cola, sus manos grandes de dedos largos y fuertes. Solía
vestir con pantalón de sport o vaquero, camisas de cuadro o niquis. Llegó
aquejado de fuertes dolores de cervicales, que le adormecían los brazos y le
originaban dolor de cabeza. Le había recetado relajantes y antiinflamatorios, a
lo que Andrés le aseveró. “Verá doctor, en otras ocasiones este tratamiento ha
logrado remitir el dolor, pero ahora puede que no sea suficiente, ya que es mucho
más persistente.” El doctor le contestó, tratando de templar, “no le digo que
no sea así, pero en estos momentos antes de establecer una patología
determinada y derivar al paciente hacia especialistas o centros especializados,
tenemos que cumplir previamente con un protocolo establecido, que demuestre que
hemos intentado descartar otras patologías asequibles de tratar en la
asistencia primaria. Sí en cuatro o cinco días no ha remitido, derivamos la
atención asistencial.”
A pesar de estos contratiempos el día de hoy poco difería de
los demás, y aunque se encontraba un tanto cansado, tenía una cita a la que no
quería faltar.
Bárbara, algo nerviosa, se apresuraba para salir a la calle,
escogía detalladamente cada prenda o complemento de su indumentaria, dejando
para el final la elección del calzado, en esta ocasión optó por un zapato
abotinado de medio tacón más cómodo y austero que en otras, removía un tanto
desordenada el vestidor, “que buscas mamá”-“el bolso hija”-“cuál de ellos”-“el
grande de correa que hace juego con estos zapatos”-“aquí está, en el comedor”,
lo cogió de forma apresurada y se despidió, “hasta luego hija, no vuelvo
tarde.”
Eran las siete de la tarde y en la puerta del hospital, junto
a una gran multitud, se encontraban Andrés, el doctor Andújar de blanco, al
igual que el resto de sus colegas, y Bárbara que llegaba al límite y sacando
una bata blanca de su bolso y colocándosela por encima y desabrochada, se
sumaba a ese océano humano que tras una pancarta en la que se podía leer,
“SANIDAD PUBLICA PARA TODOS”, se ponía en marcha como una gran marea blanca.
“Los errores privados
de los personajes públicos se utilizan para desprestigiar lo público, en vez de
invitarnos a salvaguardar lo público de las mezquindades privadas.”- Luis García Montero.
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