viernes, 28 de diciembre de 2012

Un puente entre dos mundos, por Matilde López de Garayo.


(A la memoria de Paco, que el 7 de Diciembre hubiera cumplido 53 años)


Y entonces me abraza, me abraza como nunca lo había hecho en vida, y me susurra al oído:

-No estés triste, me encuentro donde existe la calma absoluta y soy feliz.

Se desvaneció con suavidad, y me desperté serena, aunque llorando. Mi hermano me había dicho adiós, de esa manera que sólo los sueños son capaces de trasmitir, dejándote sensaciones oníricas tan complejas de explicar; Una tranquilidad que desde hace meses necesitaba, una sanación que aumentaba cada vez que las lágrimas se deslizaban por mi cara, esas lágrimas que anestesian los sentidos, la tristeza, la pena. Lágrimas que afloraban por primera vez desde que murió.

Dicen que cuando te despiertas en la noche y respiras olores inusuales en tu casa es porque alguien  que ya no está en este mundo ha venido a visitarte. Si son olores desagradables ¡Malo!, Si son agradables, son espíritus que están en paz.. Mi hermano era muy aficionado a los perfumes caros, y tenía una gran colección.

Cuando me desperté percibí claramente una de  sus fragancias favoritas. Me quedé largo tiempo tumbada, sin moverme, intentado retener el calor de su abrazo, respirando profundamente como intentando alargar lo más posible el olor que flotaba en mi habitación.

¡Cómo si yo pudiera agarrar lo que ya no existía en este mundo!

Esa noche por fin cerré una puerta, como si la incertidumbre de su muerte hubiera dejado de machacar mi corazón, y el fenómeno onírico tan real que acababa de experimentar empezaba ha extender un bálsamo a mi dolor. No es que fuera a pasar página, pero yo sabía que a partir de esa noche, la muerte de mi hermano la viviría de diferente manera.   

Recuerdo a mi hermana hace ya unos tres meses despertándome y diciéndome con nerviosismo que Paco había tenido un accidente de coche, en ese momento me di cuenta que mis pesadillas oscuras y difusas de la semana anterior me habían estado avisando de la tragedia.

No quiero relatar el viaje hasta Málaga. El cartel indicando tanatorio, en la planta del sótano del Hospital de Carlos Haya  .

O las primeras vivencias con la familia, tan dolorosas, desconcertantes y por desgracia tan comunes a todos nosotros, más aún cuando la muerte llega tan súbitamente, sin estar preparada para encajar un golpe tan fulminante.

Podría hablar de la soledad de la noche, del vacío frió que te dejan los recuerdos, de las   conversaciones pendientes que pudiste tener y se dejaron para otra ocasión, de la angustia por la ausencia de una despedida, pero no es mi intención, por lo menos hoy, no.

Quiero expresar de alguna manera la esperanza, la inyección de sosiego que me trasmitió aquel sueño, sobre todo porque nunca hemos llegado a saber por qué, ni cómo murió mi hermano.

Los días pasaban lentos, grises, densos, pesados. Mi familia se dispersaba, cada uno viviendo su dolor a su manera, buscando respuestas donde quizás no las hubiera, y yo con mi impotencia de no poder  derramar una sola lágrima.

El día del sueño me encontraba agotada, mi jefe haciéndome mobbing, mi hijo pequeño reclamándome, problemas con mi exmarido, y siempre la sombra de mi hermano a mi lado, su recuerdo, las circunstancias misteriosas de su muerte, acompañándome como una losa, sin peso, pero ahogándome. La llamada de mi hermana informándome que la policía había cerrado el expediente. Tardé en dormirme y soñé.

Soñé que me encontraba en el cuarto de Paco, buscando algún indicio que me pudiera descubrir que le había pasado la noche del accidente, iba de un extremo a otro, removía los cajones, separaba las perchas, miraba en todos los bolsillos.

Noté una presencia extraña detrás de mí, me volví y allí estaba él, como flotando, semitransparente, y no tuve miedo. A pesar de su transformación lo reconocí.

¡Cómo explicar la manera que tenía de mirarme! Siempre me habían gustado sus ojos azules, de mirada clara, y aunque su gesto era de melancolía esta noche irradiaba una luz especial, y una sonrisa que lo decía todo. 

¡Si!, Podía decir que estaba trasfigurado, pero para bien.

Nos contemplamos durante unos momentos, en calma, detenido el tiempo, el sueño fue el vínculo entre dos mundos, dos estados, dos niveles, dos seres quizás perdidos que necesitaban encontrase para el último adiós.

Se acercó a mí y me abrazó, y aunque era un sueño, noté toda su fuerza, su energía, y algo más que aún transcurridos once años, no sé como expresarlo.

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