El verano languidecía pero el
calor aún apretaba de lo lindo en Sevilla, al caer el día nos dispusimos a dar
un paseo, buscando un soplo de aire fresco que nos compensara de los calores de
la jornada. Andando y charlando llegamos a los Jardines de la Buhaira,
observamos que habían abierto un “kiosco” de bebidas y ubicados mesas
(veladores) donde poder degustarlas con sosiego en esta época de estío. Allí
sentados nos dispusimos a dar cuenta de un par de espumosa y “fresquitas”
cruzcampo, es decir, cervezas o zumo de cebada como suele apuntar Alba, tomamos
dos buenos sorbos y respiramos hondo, como si tuviéramos la necesidad de saciar
una repentina sed. Por lo que nos acomodamos para tomar el resto de la cerveza
con mayor templanza, recreándonos y disfrutando del ambiente sereno que nos
proporcionaba aquel rincón. Observaba con detenimiento cuanto nos rodeaba y mi
memoria comenzó a divagar sobre el lugar. Buhaira que significa “laguna grande”,
ya que esta era una zona húmeda en el margen del rioTagarete, cuyo cauce cruzaba estas tierras en busca de su desembocadura
en el Guadalquivir, junto a la Torre del Oro. La alberca, perfectamente
cuadrada (43x43) que tiene, como curiosidad, la misma antigüedad que la
Giralda, pues formaba parte de los Jardines y Palacio que mando construir el
Califa de Sevilla Abu Yusuf, alberca que
tenía un doble cometido, recoger agua de los Caños de Carmona, que pasaban por
aquí, para regadío de huerta y jardines. Así como para refrescarse en los
tórridos días de verano. Imaginaba la alberca con huríes bañándose en noches
estrelladas y luna llena, como ésta de hoy, para aliviar la canícula nocturna. En
esto me vino a la memoria una historia o leyenda, quizás ambas cosas a la vez,
pues a veces se mueven en el filo de la navaja que determina donde empieza una
y termina otra o donde, posiblemente, se
retroalimentan mutuamente.
Se
cuenta que en una de las casas vecinales del barrio de San Bernardo cuyos muros
eran colindantes con estas tierras, vivió Manuel y su esposa Carmen, la madre
de Manuel, Luisa, y dos hijos del matrimonio Rafael y Antonio, cuando estos
contaban con diez y ocho años respectivamente, nació Isabel. La vivienda
constaba de dos habitaciones separadas solamente por una cortina que tapaba el
hueco o puerta grande por la que se
comunicaban. La habitación exterior o “sala” era, lo que hoy denominamos como
polivalente, comedor, cocina, dormitorio e incluso a veces improvisado baño, la
interior o “alcoba” se utilizaba fundamentalmente para dormitorio aunque se
ubicaba un peinador palanganaero y un jarro con agua limpia para asearse, así
como un cubo de zinc para verter el agua usada. Evidentemente había estrecheces
y escaso mobiliario, para sentarse no
había más de seis sillas, así cuando la madre o la abuela necesitaban mecer a
la pequeña recién nacida para dormirla, lo hacían sentada en una silla y
balanceándose sobre ella, entonces observaban
que las patas de la silla al golpear los ladrillos rojos del suelo,
estas tenían un sonido distinto en el umbral de la puerta que había entre las
dos habitaciones, que en el resto de la vivienda, parecía sonar a hueco.
Circunstancia con la que bromeaban constantemente, imaginando que se ocultaría
bajo el suelo, a veces era un pasadizo secreto escenario de rocambolescas
historias, otras un sótano guardando valiosas y enigmáticas antigüedades e
incluso la posibilidad, porque no, de un tesoro olvidado. Sobre esto último
cuando Manuel, el padre, llegaba a casa algo “chispado”, ya sabéis, un poco
alegre por la ingestión del etílico elemento, prolongaba la broma diciendo, ¡un
día abriremos aquí y encontraremos el Tesoro de mi antepasado Mustafá Alcázar!,
ya que este era su apellido.
Lo
cierto es que por mucho que hablaran de esta circunstancia entre bromas y risas
nunca intentaron buscar nada, quizás porque para ellos ya fuera suficiente
tesoro la complicidad con la que disfrutaban en familia. Con el paso del tiempo
se mudaron a otra vivienda donde poder disfrutar de otras comodidades, no pasó
mucho más y la casa fue declarada en ruina, demoliéndola totalmente para
edificar de nuevo. Fue entonces que ocurrió lo que tantas veces habían
imaginado la familia Alcázar, el suelo cedió dejando al descubierto una vasta y
empinada escalera de unos doce escalones, construida de ladrillos gastados y
polvorientos, estos terminaban en un ensanchamiento de forma cuadrada de cuatro
por cuatro metros aproximadamente, a la izquierda se abría un angosto pasadizo
que comunicaba con esta parte de la finca. En el pequeño sótano se encontraron
varias vasijas o ánforas de almacenamiento de víveres y algunas monedas de
cierta antigüedad, que no podría especificar en estos momentos, en su conjunto
nada material que pudiéramos considerar un tesoro. Pero lo más importante
estaba en un pequeño cofre dorado y repujado de estilo árabe, alojado en una
pequeña hornacina, que pese estar cubierto de polvo centelleó a la luz de la
linterna. En su interior, además de algunos objetos que pudiéramos considerar
personales y por tanto de un valor relativo, un libro encuadernado en piel
labrada, conteniendo poesías de Al-Mutamid, considerado el rey poeta de Sevilla.
Poesías con versos como este que dedicó a su mujer, que fue esclava y reina,
Itimad Al Rumaikyya.
Invisible
a mis ojos, siempre estas presente en mi corazón.
Tu
felicidad sea infinita, como mis cuidados, mis lágrimas y mis insomnios.
Impaciente
al yugo, si otras mujeres tratan de imponérmelo, me someto con docilidad a tus deseos más insignificantes.
Mi
anhelo, en cada momento, es tenerte a mi lado, ¡ojalá pueda conseguirlo pronto!
Amiga
de mi corazón, piensa en mí y no me olvides aunque mí ausencia sea larga.
Dulce
es tu nombre, acabo de escribirle, acabo de trazar estas amadas letras: ITIMAD.
Este
era el verdadero y autentico tesoro que se escondía bajo el suelo de aquella
vivienda, no era el de Mustafá Alcázar como decía Manuel en sus momentos de
efímera euforia, porque este formaba parte de un tesoro poético y aunque no eran
inéditos, formaban parte de ese gran tesoro universal y cultural que fue el
legado Andalusí. Y porque con toda seguridad debió formar parte de una bonita y
apasionante historia de amor.
Te
acuerdas Rafa, medió Alba en ese momento, cuando todo esto formaba parte de la
Huerta Rey y toda esta avenida era un bulevar. Como si lo estuviera viendo
ahora mismo, conservo su recuerdo tanto en mi memoria como en mi corazón. Y
apuramos el último sorbo de cerveza.
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