lunes, 14 de enero de 2013

Amor en superficie, por María del Mar Quesada.



Cómo decirle  a tu mujer que la quieres,  pero que sexualmente no te atrae.

Mi matrimonio iba bien, pero cuando tuvimos a los mellizos mi mujer, Cristina, tuvo una depresión postparto, gracias a mi suegra pudimos seguir con nuestra vida rebosante de llantos, biberones y pañales por partida doble. Pasados unos meses mi mujer se recuperó, pero se sintió culpable de no haber atendido a sus hijos durante la depresión, así que me planteó pedir una excedencia  de tres años para cuidar a los niños, yo lo vi una buena idea, a fin de cuentas entre los gastos de guardería para dos, mujer de la limpieza y canguros su sueldo desaparecería, yo tenía una buena posición en mi trabajo y con mi sueldo podíamos vivir holgadamente. Cristina se descubrió como una buena madre entregada, pero se olvidó de sí misma como mujer.

A mí siempre me han gustado las mujeres muy femeninas, eso no quiere decir que me gusten disfrazadas,  ni pintadas como una puerta, pero con un vestido bien elegido, un poco de maquillaje y unos buenos tacones, se realza la belleza de cualquier mujer. Cristina que siempre había seguido esas premisas, en el momento que dejó de trabajar y su prioridad fueron los mellizos y la casa, se olvidó de su feminidad y sus armas de seducción. Después del parto se quedó con algunos kilos que redondearon un poco su figura, yo no la veía tan mal, sencillamente tenía más formas, no obstante ella comenzó una espiral de dietas con efectos yo-yo que la desesperaban a ella y a mí,  nunca sabía que me iba encontrar en el plato o en mi casa. Pero lo que más me preocupaba, era su apariencia, ya no iba a la peluquería, no se maquillaba, no se ponía tacones; su lencería, que tanto me gustaba, dio paso a la comodidad del algodón cien por cien, los camisones transparentes dieron el relevo a los pijamas que eran más calentitos para levantarse por la noche; los vestidos y faldas estrechas sucumbieron bajo el liderazgo de los pantalones cómodos; los tacones quedaron recluidos en la oscuridad del zapatero a favor de las dichosas bailarinas. Todos estos cambios siempre tenían la misma  explicación: la falta de tiempo y la comodidad para estar con los mellizos.

Para no tener sexo la excusa era el cansancio, para mí que la última vez que tuvimos sexo del bueno fue la noche que concebimos a los mellizos, debimos quedarnos exhaustos y a ella no le quedó ganas de más. La dejadez y poca feminidad de Cristina me echaba para atrás, sobre todo las noches que hacía frío y se metía la camiseta del pijama dentro de los pantalones y se dejaba los calcetines puestos para dormir, así que el cansancio que empezó siendo mi enemigo, llegó a ser mi amigo algunas noches. El sexo se había convertido en una mera y rápida forma de satisfacer una necesidad física, como ir al baño. Pero soy hombre y yo quería algo más.

Al departamento que yo dirijo llegó una compañera nueva, físicamente era una mujer normal, no tenía nada especial, pero reconozco que  sabía sacarse partido y yo me fijé en ella en el momento que se hizo evidente que yo le atraía. Un día en un centro comercial, mi compañera de trabajo me vio con mis hijos, Cristina y  su conjunto cómodo y  pensó que mi mujer era la niñera de los niños. Empezó a interesarse por mi vida familiar y cuando comprobó que mi matrimonio no estaba en su mejor momento y creyó que mi mujer no era rival para ella, comenzó a fraguar mi infidelidad.  A las pocas semanas en un comida de empresa  bebí demasiado, como ella no había bebido se ofreció a llevarme en su coche, en mitad del camino me comentó que no sería buena idea llegar en esas condiciones a mi casa. La verdad era que no estaba tan borracho como aparentaba, es que cuando bebo me desinhibo y parece que estoy peor. Me llevó a su casa para que se me pasara la borrachera y allí ocurrió lo que ella tenía planeado porque sencillamente, yo me dejé llevar.

Así llevábamos dos meses, realmente esa situación lo único me solventaba era darle rienda suelta a mi necesidad de sexo. No me gustaba sentirme atrapado, no me gustaba tener que estar mintiendo y tener que recordar en todo momento mis mentiras para que no pillaran. No solo mentía a mi mujer, a mi familia y a mis amigos, yo no estaba enamorado de mi compañera; me mentía a mí mismo. Realmente yo quería  Cristina solo estábamos pasando una mala temporada,  quería recuperar a  la mujer de  antes del embarazo de la cual yo presumía.

Decidí romper la relación con mi compañera, tenía que conseguir que mi matrimonio volviera a funcionar. Dos semanas después de romper, llegué a mi casa una tarde y me encontré a Cristina preciosa, se había puesto un vestido negro ceñido que marcaba sus formas de mujer, había ido a la peluquería, se había maquillado y se había puesto sus tacones negros. Yo no supe qué decir, le pregunté si íbamos a salir y me dijo que no,  cenaríamos en casa y tendríamos toda la noche para nosotros solos. Fue una noche inolvidable, tuvimos cena para dos, vino, velas,  lencería sexy y sexo  apabullante. Sin embargo, lo impactante fue el postre: un circuito de videos caseros, enviados  por mi compañera a mí mujer, donde un hombre estúpido engañaba a su estupenda esposa con una compañera de trabajo. Cristina se había vestido para pedirme el divorcio y demostrarme lo que me iba a perder por ser tan egoísta e impaciente.

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