Cómo decirle a tu mujer que la quieres, pero que sexualmente no te atrae.
Mi matrimonio iba bien, pero cuando
tuvimos a los mellizos mi mujer, Cristina, tuvo una depresión postparto,
gracias a mi suegra pudimos seguir con nuestra vida rebosante de llantos,
biberones y pañales por partida doble. Pasados unos meses mi mujer se
recuperó, pero se sintió culpable de no haber atendido a sus hijos durante la
depresión, así que me planteó pedir una excedencia de tres años para cuidar a los niños, yo lo
vi una buena idea, a fin de cuentas entre los gastos de guardería para dos,
mujer de la limpieza y canguros su sueldo desaparecería, yo tenía una buena
posición en mi trabajo y con mi sueldo podíamos vivir holgadamente. Cristina se
descubrió como una buena madre entregada, pero se olvidó de sí misma como mujer.
A mí siempre me han gustado las
mujeres muy femeninas, eso no quiere
decir que me gusten disfrazadas, ni
pintadas como una puerta, pero con un vestido bien elegido, un poco de maquillaje
y unos buenos tacones, se realza la
belleza de cualquier mujer. Cristina que siempre había seguido esas premisas,
en el momento que dejó de trabajar y su prioridad fueron los mellizos y la
casa, se olvidó de su feminidad y sus
armas de seducción. Después del parto se quedó con algunos kilos que
redondearon un poco su figura, yo no la veía tan mal, sencillamente tenía más
formas, no obstante ella comenzó una espiral de dietas con efectos yo-yo que la
desesperaban a ella y a mí, nunca sabía
que me iba encontrar en el plato o en mi casa. Pero lo que más me preocupaba,
era su apariencia, ya no iba a la peluquería, no se maquillaba, no se ponía
tacones; su lencería, que tanto me gustaba, dio paso a la comodidad del algodón
cien por cien, los camisones transparentes dieron el relevo a los pijamas que
eran más calentitos para levantarse por la noche; los vestidos y faldas
estrechas sucumbieron bajo el liderazgo
de los pantalones cómodos; los tacones quedaron recluidos en la oscuridad del
zapatero a favor de las dichosas bailarinas. Todos estos cambios siempre tenían
la misma explicación: la falta de tiempo
y la comodidad para estar con los mellizos.
Para no tener sexo la excusa era el cansancio,
para mí que la última vez que tuvimos sexo del bueno fue la noche que
concebimos a los mellizos, debimos quedarnos exhaustos y a ella no le quedó ganas de más. La dejadez y
poca feminidad de Cristina me echaba para atrás, sobre todo las noches que
hacía frío y se metía la camiseta del pijama dentro de los pantalones y se
dejaba los calcetines puestos para dormir, así que el cansancio que empezó
siendo mi enemigo, llegó a ser mi amigo algunas noches. El sexo se había convertido en una mera y
rápida forma de satisfacer una necesidad física, como ir al baño. Pero soy
hombre y yo quería algo más.
Al departamento que yo dirijo llegó una compañera nueva,
físicamente era una mujer normal, no tenía nada especial, pero reconozco
que sabía sacarse partido y yo me fijé
en ella en el momento que se hizo evidente que yo le atraía. Un día en un
centro comercial, mi compañera de trabajo me vio con mis hijos, Cristina y su conjunto cómodo y pensó que mi mujer era la niñera de los niños.
Empezó a interesarse por mi vida familiar y cuando comprobó que mi matrimonio
no estaba en su mejor momento y creyó que mi mujer no era rival para ella,
comenzó a fraguar mi infidelidad. A las
pocas semanas en un comida de empresa bebí
demasiado, como ella no había bebido se ofreció a llevarme en su coche, en
mitad del camino me comentó que no sería buena idea llegar en esas condiciones a
mi casa. La verdad era que no estaba tan borracho como aparentaba, es que
cuando bebo me desinhibo y parece que estoy peor. Me llevó a su casa para que
se me pasara la borrachera y allí ocurrió lo que ella tenía planeado porque
sencillamente, yo me dejé llevar.
Así llevábamos dos meses,
realmente esa situación lo único me solventaba era darle rienda suelta a mi
necesidad de sexo. No me gustaba sentirme atrapado, no me gustaba tener que
estar mintiendo y tener que recordar en todo momento mis mentiras para que no
pillaran. No solo mentía a mi mujer, a mi familia y a mis amigos, yo no estaba enamorado de mi compañera; me
mentía a mí mismo. Realmente yo quería
Cristina solo estábamos pasando una mala temporada, quería recuperar a la mujer de
antes del embarazo de la cual yo presumía.
Decidí romper la relación con mi
compañera, tenía que conseguir que mi matrimonio volviera a funcionar. Dos
semanas después de romper, llegué a mi casa una tarde y me encontré a Cristina
preciosa, se había puesto un vestido negro ceñido que marcaba sus formas de
mujer, había ido a la peluquería, se había maquillado y se había puesto sus
tacones negros. Yo no supe qué decir, le pregunté si íbamos a salir y me dijo
que no, cenaríamos en casa y tendríamos
toda la noche para nosotros solos. Fue una noche inolvidable, tuvimos cena para
dos, vino, velas, lencería sexy y
sexo apabullante. Sin embargo, lo
impactante fue el postre: un circuito de videos caseros, enviados por mi compañera a mí mujer, donde un hombre estúpido
engañaba a su estupenda esposa con una compañera de trabajo. Cristina se había vestido
para pedirme el divorcio y demostrarme lo que me iba a perder por ser tan
egoísta e impaciente.
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