martes, 22 de enero de 2013

Desnudar la historia, por José García.



Uno de los acontecimientos más sorprendentes y desconocidos de la posguerra y de la resistencia armada contra Franco, fue la invasión del Valle de Aran, situado en el pirineo leridano. Tras la victoria aliada y la liberación de Paris en octubre de 1944 por parte de guerrilleros españoles, integrados en la organización Unión Nacional Española, intentaron cambiar el rumbo de los acontecimientos en España. Decidieron tomar el Valle de Aran con intención de establecer un gobierno provisional republicano y desde ahí comenzar la reconquista de España.

Durante quince días una parte del Valle de Aran se pudo considerar perteneciente a la República de España y ondeó su bandera tricolor. Para ello contaban con que se produjera el levantamiento de la población civil y con la posible intervención militar de los países aliados, ya que su intención era combatir, únicamente, contra Franco y el único partido que lo sustentaba, la Falange.

Pero la dura realidad se impuso y el sueño se difuminó, ni la población civil acogió con ilusión esta aventura, estaban hartos de tanta guerra, ni los aliados decidieron su intervención como se pudo presumir. Por lo que terminó en fracaso algo que, como hemos dicho, pudo haber cambiado la historia si los hados hubieran sido favorables; pero no sucedió así, y ya conocemos o casi conocemos la historia. Pese a que la actividad guerrillera continuó hasta mediados de los cincuenta.

Visto que sin la intervención aliada era imposible modificar a corto la situación, se vio la necesidad de organizar la resistencia al régimen en largo plazo, incidiendo en la vida cotidiana de la sociedad y en la conciencia social.

No obstante, esto supuso toda una experiencia, que pese a mí corta edad, influyó enormemente en mi proceso de formación como individuo en particular y como sujeto en la sociedad. Pues durante estos acontecimientos vivíamos en Viella, la capital de provincia del Valle de Aran, ya que mi padre, que trabajaba en Correos, por aquellas fechas estaba destinado en dicha localidad. Al poco tiempo de aquello, como consecuencia de la enfermedad de mi madre, regresamos a Madrid; donde terminé mis estudios graduándome como Perito Industrial, lo que después se denominó como Ingeniero Técnico. Aunque al final acabé como profesor en una Escuela Técnica. Durante mi estancia en la Escuela Superior entré en contacto con gentes que pertenecían al Partido Comunista lo que propició el comienzo de mi militancia política.

En 1962 conocí a Jean Paul René, al menos así figuraba en su documentación, aunque en realidad se llamaba Jesús Simón, y residía clandestinamente en España desde finales de los cincuenta, su trabajo consistía en dirigir y coordinar la dirección del Partido Comunista en el interior. Era una persona culta, de conversación afable, muy intuitiva, gustaba charlar y saber que opinaban los demás antes de conformar una opinión o tomar una decisión, fueron muchas las ocasiones que tuve de charlar y de intercambiar puntos de vista.

Era una persona que pasaba desapercibida, mediana estatura, de apariencia frágil, pero en realidad era fibroso, de una tenaz resistencia, aplicaba una férrea disciplina a todo cuanto hacía. Según siempre repetía, era vital para la seguridad y supervivencia de uno mismo y de los demás. Tenía varios contactos con los que se veía de forma periódica, alternando estos encuentros de manera que nada pudiera resultar rutinario ni despertar sospecha alguna.

Era muy persuasivo a la hora de hacer valer sus opiniones, aunque también era capaz de tener conversaciones relajadamente. Podía hablar con cierto criterio sobre historia, arte (sobre todo de pintura), literatura y música. Un día le tuve que acompañar a una parroquia, para hablar cierto asunto con el cura párroco y terminó en una animada y distendida conversación, al mismo tiempo que con fundamento, sobre la última encíclica del Papa. Cuando se encontraba más a gusto y relajado hablaba sobre todo de proyectos, de futuro. De su familia, Carmen su mujer y Ángeles y Araceli sus hijas, actualmente en Francia; de reconciliación, de la necesidad de superar las heridas causadas por la guerra que provocó el cruento golpe de estado militar. A veces y solo a veces, hablaba de cómo fue su ingreso y su labor en los cuerpos de seguridad de la República.

Una tarde, cuando ya nos despedíamos, me dijo que tenía que localizar a una persona, un nuevo contacto, que le proporcionaría material para seguir trabajando. Quedamos para la semana siguiente a las puertas de un edificio cercano al parque del Retiro, al que tenía que acudir para hacer unas gestiones. La tarde era gris, caía una fina lluvia. Llegué unos minutos antes a la cita, por lo que me detuve en un bar cercano a tomar un café, para hacer tiempo y combatir el frio. En cuanto le vi aparecer en el umbral de la puerta me apresuré a pagar y salir del bar. Sin embargo, pude observar como sin darle tan siquiera tiempo para abrir el paraguas con el que protegerse de la lluvia, de un auto Seat-1500 negro, que estaba aparcado junto al citado edificio, se bajaron dos hombres de distinta complexión; el que parecía llevar el mando, era de mediana edad y estatura, con un bigote recortado y un poquitín rechoncho; el otro, más joven, alto y de complexión fuerte; aunque su atuendo era similar, vestían gabardina que ajustaban al cuerpo con un cinturón y mascota; mientras estos se dirigían hacia Jesús, un tercero salía del coche para situarse de pie junto a este, con la puerta del mismo abierta.

Vi como se identificaban apresuradamente mientras le sujetaban por los brazos y le introducían en el citado coche. No había duda, eran miembros de la Brigada Político-Social, es decir, la policía política del régimen; fue conducido a la Dirección General de Seguridad, ubicada en la Puerta del Sol, edificio conocido como Casa de Correo. Lo que no podía imaginar en esos momentos es que era la última vez que le vería con vida. Me apresuré a comunicar lo ocurrido, para que se adoptasen las medidas de seguridad al respecto.

Allí permaneció varios días, durante los cuales nada supimos de él, solo después, al cabo del tiempo, tuvimos conocimiento por su abogado (militar de carrera que le asignaron), que durante los días que estuvo retenido en la Dirección General de Seguridad, fue interrogado y torturado, llegando incluso a ser arrojado por unas escaleras con las manos atadas, ocasionándole varios traumatismos y la rotura de dos costillas y de la cadera. Su detención se prolongó varios meses, durante los cuales temimos por su integridad física y nuestra seguridad, pues su detención se debió a un chivatazo. Llamamos a cuantas puertas fueron posibles, aunque el régimen se apresuró en hacerlo aparecer como un delincuente y asesino.

Vivimos momentos de gran incertidumbre, las garantías jurídicas se nos antojaban escasas, por no decir nulas; al mismo tiempo, había una cierta convulsión social, fundamentalmente en el movimiento obrero y pudieran estar teniendo la tentación de dar un aviso ejemplar con su condena.

Al cabo de varios meses fue juzgado por un Tribunal Militar, basándose en su dedicación durante la guerra como miembro del Servicio de Información Militar y de rebelión continuada. Corría el mes de abril de 1.963, y el juicio se fijó para el día 18. Llegado el día, el juicio duró unas horas, durante las cuales no fueron probadas ningunas de las acusaciones que se le imputaban; todos los testigos eran de oídas, es decir, hablaban por terceras personas. Además no se tuvieron en cuenta ninguna de las alegaciones de la defensa. Después de esto, en el mismo día y sin deliberación alguna, se dictó sentencia. Condena de muerte, sería fusilado.

Todos en la sala quedaron consternados, la prensa internacional se hizo eco de la noticia en sus ediciones, llegaron un aluvión de peticiones pidiendo el indulto de la pena de muerte, Jefes de Estado, intelectuales, gentes de la cultura, el Vaticano, etc.

No sirvieron de nada, al día siguiente viernes, se reunió el Consejo de Ministro, por unanimidad rechazaron la posibilidad de indulto y confirmaron la sentencia. Al amanecer del día 20, Jesús Simón fue fusilado.

Hasta última hora habíamos estado trabajando en la esperanza de un cambio y conseguir el indulto, por lo que me enteré de su ejecución por la radio, habían cumplido la sentencia. En esos momentos el mundo se derrumbó a mi alrededor, quienes me acompañaban en esos momentos tuvieron que sujetarme porque las fuerzas no me respondían, me sumí en un profundo desconsuelo. Y lloré.

Me di cuenta que toda esperanza fue nula, que todo había sido una falsa, que todo estaba decidido y sentenciado antes de ser juzgado, que era un golpe en la mesa, dado por el régimen.

Le leí a Aitor Azurki, con motivo de la publicación de un libro que, “La memoria oral sirve para combatir la historia oficial. Se ha demostrado que la historia que pasa a los libros muchas veces no dice la verdad. Dentro de cada página de historia hay pequeñas historias que no deben perderse”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario