Mila tenía
la costumbre de aparcar a las afueras del pueblo, en una explanada cerca de una
casa deshabitada, y aunque por las mañanas, con
las prisas de llegar a hora al Ayuntamiento donde trabajaba no se
detenía apenas a mirarla, cuando regresaba, no podía impedir pararse delante de
aquella casa y observarla con detenimiento, volviendo a la pensión con esa
sensación de haber dejado algo entrañable atrás, una despedida incompleta, una
sensación o un sentimiento inacabado.
Iba
conduciendo hasta el siguiente pueblo, donde vivía temporalmente, imaginándose
la historia de aquella mansión, su origen, sus propietarios, como estaría
decorada interiormente... y creía ver en todas las casas que desfilaban a
través de la ventanilla el jardín abandonado, la maleza marchita, y el ciprés que aparentemente, era lo único que se mantenía
vivo en la propiedad, el sendero de chinas, invadido por hierbas que conducía a
un soportal con unas amplias ventanas, cuyos cristales habían sufrido, no sólo
el paso del tiempo sino también las pedradas
de los gamberros, y detrás como si de un rostro moro se tratara la
escondida casa. La mujer memorizaba sus elegantes balcones adornados con unas
especies de guirnaldas, tallada en piedra, el mismo material que el resto de la
fachada, y pensaba como quedarían las puertas de madera oscura, una vez aplicadas varias capas de pintura y
barniz.
Las personas
se enamoran de personas, de música, de
pinturas, y también de casas, y ese enamoramiento puede penetrar en los
rincones más profundos de la psique humana, remover las escondidas razones como
si fuera fango depositado, despertarlo como torbellinos llegando a convertirlos en una obsesión y Dila sentía una extraña atracción hacía la casa,
era como si en el interior rezumara una fuerza que la estuviera llamando.
El día que
la hicieron fija en el Ayuntamiento, se decidió: ¡Compraría la casa del ciprés!
Invirtió parte de lo que le había dejado su difunto esposo, en adquirir la
propiedad, y en su rehabilitación.
Cuando le
llegaron los datos del catastro, comprobó que la casa no tenía ninguna carga,
que había tenido varios propietarios siendo la última una mujer. Lo primero que
descubrió sobre ella fue que desapareció en extrañas circunstancias hacía
setenta años, nunca se supo cual fue su paradero y ningún heredero reclamó la propiedad y allí
estaba la mansión abandonada, sin que ni siquiera el Ayuntamiento tomara cartas
en él. Asunto. Pero ¡Claro! El catastro no es el tipo de registro donde se
contemplan si en las propiedades habita algún fantasma y en aquella vivienda
residía uno.
Empezaron
las obras, y durante los dos primeros meses no existió ningún contratiempo, Fue
a raíz de que Mila se quedara en la casa, en silencio, midiendo las
habitaciones, el espacio para los armarios empotrados o la longitud de las
cortinas. Al principio eran ruidos sutiles
apenas perceptibles a no ser por el silencio absoluto que reinaba allí,
después fueron brisan sin ningún origen lógico, olores, y una tarde la vio.
Acababa de
abrir la puerta de la casa cuando divisó una persona que entraba a la cocina.
-¡Eh! ¿Cómo
ha entrado? ¡No puede estar aquí! ¡Esta es mi casa! -La siguió, con recelo y se
la encontró arreglando unas flores en un jarrón que no conocía. ¡Eh!¿Pero qué
hace?, La mujer que vestía un traje pasado de moda, como si de un disfraz se
tratara, se volvió, miro a Mila y simplemente se desvaneció. Sólo se quedaron
las flores tendidas al lado del fregadero.
“Espero que no me haya descubierto, esta señora me agrada
mucho, además intento ser muy prudente, nunca antes me había exteriorizado no lo controlo y creo que va a ser un problema, ¡Si
hubiera alguna forma de comunicarme con ella..!”- Se dijo a sí mismo el
fantasma.
Mila nunca
se había considerado miedosa, pero se dio cuenta que su corazón estaba
palpitando más de lo debido. ¿Era posible que hubiera visto un fantasma? ¡Si
los fantasmas no existen!.
Después de aquello y aprovechando que podía acceder a los
archivos del Ayuntamiento, de la biblioteca,
estuvo investigando sobre la casa, sobre la desaparición de la dueña,
sólo encontró una pequeña reseña, parecida a la que ya conocía, y consiguió
esos sí, a tener en el pueblo, fama de rara, de cazafantasmas. Llegó un momento
que aquello no le compensó, y lo abandonó. Los muertos, muertos están, aunque
había uno que no lo parecía.
No siempre los misterios acaban descubriéndose. La
historia que podría ser una gran historia o leyenda se queda suspendida en el
tiempo, esperando, si es que se espera algo, a que alguien dé con la
explicación del suceso, pero este no es uno de ellos. La vida sigue, no espera
a nadie, y los que se queda atrás, atrás se han quedado.
Durante
algunas semanas no notó nada, hasta el día de la inauguración, no sabia si los
nervios le estaban gastando una mala pasada, cambiando las cosas de sitio sin
darse cuenta o preparando las fuentes de
canapés de una manera inconsciente, o ¡Claro!, Simplemente “Ella” se encontraba
allí.
No hubo
ningún contratiempo durante la fiesta y se relajó. La otra a su vez pensaba- “Creo
que ésta se queda, que ésta se queda”.
Poco días después llegó un paquete. Rompió el papel que lo
envolvía, eran fotos enmarcadas y comenzó a ponerlas encima de la mesa, más tarde
las distribuiría por la casa. Se detuvo
en una de ella y la observó con interés, juraría que cuando le tomaron
esa foto estaba ella sola, sin embargo ahora que la miraba con detenimiento
veía una figura de una mujer, ya familiar, algo borrosa a su lado, se sonrió y
exclamó en voz alta:
-Sé qué estás ahí, y te voy a decir una cosa, he estado
casada durante mucho tiempo con un fantasma vivo, la casa es muy grande para
una persona, así que puedo perfectamente compartirla con un muerto –Y colocó la
foto encima de la chimenea volviéndose tranquilamente.
La silueta
estaba parada en mitad del salón, se movía con suavidad en el aire como una
cortina cuando sopla levemente la brisa, y sus ojos, si se puede llamar así
estaban fijos en Mila, ambas mantuvieron durante unos instantes la mirada, no
era de reto, sino de reconocimiento, y la antigua dueña de la casa le esbozó
una especie de sonrisa, “¡Por fin! Aquella mujer le había comprendido, no
había más que ver cómo había restaurado la casa. Por nada del mundo haría algo
que la hiciera enfadarse y que la abandonase como todos los demás compradores”.
Desapareció, Mila no volvió a verla nunca más
Aunque...
aunque a lo largo del tiempo había comprobado que pequeños objetos, como el
cepillo del pelo, un vaso de leche, un zapato... se seguían perdiendo
temporalmente o aparecían en un lugar distinto a dónde ella los había dejado
Mila, que
nunca había sido detallista, se acostumbró a poner música, a adornar la casa
con macetas de interior, y jarrones con flores naturales que cortaba del jardín
recuperado del abandono, a contar como si de una conversación se tratara lo que
le había sucedido durante el día hasta los más pequeños detalles y a leer, esmerándose en la
entonación, si hacía mal tiempo cerca de la chimenea, si lucía el sol, al lado
del ciprés y leía en voz alta, no
descartaba la idea de que aquella señora
con su vestido blanco de principios del siglo pasado, con una pamela azul
clara, y llevando en brazos como si de un bebe se tratara, un ramo de flores
recién cortado no estuviera escuchándola.
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