martes, 29 de enero de 2013

Y no me importa que estés aquí, por Matilde López de Garayo.


Mila tenía la costumbre de aparcar a las afueras del pueblo, en una explanada cerca de una casa deshabitada, y aunque por las mañanas, con  las prisas de llegar a hora al Ayuntamiento donde trabajaba no se detenía apenas a mirarla, cuando regresaba, no podía impedir pararse delante de aquella casa y observarla con detenimiento, volviendo a la pensión con esa sensación de haber dejado algo entrañable atrás, una despedida incompleta, una sensación o un sentimiento inacabado.

Iba conduciendo hasta el siguiente pueblo, donde vivía temporalmente, imaginándose la historia de aquella mansión, su origen, sus propietarios, como estaría decorada interiormente... y creía ver en todas las casas que desfilaban a través de la ventanilla el jardín abandonado, la maleza marchita, y el ciprés que aparentemente, era lo único que se mantenía vivo en la propiedad, el sendero de chinas, invadido por hierbas que conducía a un soportal con unas amplias ventanas, cuyos cristales habían sufrido, no sólo el paso del tiempo sino también las pedradas  de los gamberros, y detrás como si de un rostro moro se tratara la escondida casa. La mujer memorizaba sus elegantes balcones adornados con unas especies de guirnaldas, tallada en piedra, el mismo material que el resto de la fachada, y pensaba como quedarían las puertas de madera oscura,  una vez aplicadas varias capas de pintura y barniz.


Las personas se enamoran  de personas, de música, de pinturas, y también de casas, y ese enamoramiento puede penetrar en los rincones más profundos de la psique humana, remover las escondidas razones como si fuera fango depositado, despertarlo como torbellinos llegando a  convertirlos en una obsesión y Dila  sentía una extraña atracción hacía la casa, era como si en el interior rezumara una fuerza que la estuviera  llamando.

El día que la hicieron fija en el Ayuntamiento, se decidió: ¡Compraría la casa del ciprés! Invirtió parte de lo que le había dejado su difunto esposo, en adquirir la propiedad, y en su rehabilitación.

Cuando le llegaron los datos del catastro, comprobó que la casa no tenía ninguna carga, que había tenido varios propietarios siendo la última una mujer. Lo primero que descubrió sobre ella fue que desapareció en extrañas circunstancias hacía setenta años, nunca se supo cual fue su paradero y  ningún heredero reclamó la propiedad y allí estaba la mansión abandonada, sin que ni siquiera el Ayuntamiento tomara cartas en él. Asunto. Pero ¡Claro! El catastro no es el tipo de registro donde se contemplan si en las propiedades habita algún fantasma y en aquella vivienda residía uno.

Empezaron las obras, y durante los dos primeros meses no existió ningún contratiempo, Fue a raíz de que Mila se quedara en la casa, en silencio, midiendo las habitaciones, el espacio para los armarios empotrados o la longitud de las cortinas. Al principio eran ruidos sutiles  apenas perceptibles a no ser por el silencio absoluto que reinaba allí, después fueron brisan sin ningún origen lógico, olores, y una tarde la vio.

Acababa de abrir la puerta de la casa cuando divisó una persona que entraba a la cocina.

-¡Eh! ¿Cómo ha entrado? ¡No puede estar aquí! ¡Esta es mi casa! -La siguió, con recelo y se la encontró arreglando unas flores en un jarrón que no conocía. ¡Eh!¿Pero qué hace?, La mujer que vestía un traje pasado de moda, como si de un disfraz se tratara, se volvió, miro a Mila y simplemente se desvaneció. Sólo se quedaron las flores tendidas al lado del fregadero.

“Espero que no me haya descubierto, esta señora me agrada mucho, además intento ser muy prudente, nunca antes  me había exteriorizado no lo  controlo y creo que va a ser un problema, ¡Si hubiera alguna forma de comunicarme con ella..!”- Se dijo a sí mismo el fantasma.


Mila nunca se había considerado miedosa, pero se dio cuenta que su corazón estaba palpitando más de lo debido. ¿Era posible que hubiera visto un fantasma? ¡Si los fantasmas no existen!.

Después de aquello y aprovechando que podía acceder a los archivos del Ayuntamiento, de la biblioteca,  estuvo investigando sobre la casa, sobre la desaparición de la dueña, sólo encontró una pequeña reseña, parecida a la que ya conocía, y consiguió esos sí, a tener en el pueblo, fama de rara, de cazafantasmas. Llegó un momento que aquello no le compensó, y lo abandonó. Los muertos, muertos están, aunque había uno que no lo parecía.

No siempre los misterios acaban descubriéndose. La historia que podría ser una gran historia o leyenda se queda suspendida en el tiempo, esperando, si es que se espera algo, a que alguien dé con la explicación del suceso, pero este no es uno de ellos. La vida sigue, no espera a nadie, y los que se queda atrás, atrás se han quedado.

Durante algunas semanas no notó nada, hasta el día de la inauguración, no sabia si los nervios le estaban gastando una mala pasada, cambiando las cosas de sitio sin darse cuenta o preparando las  fuentes de canapés de una manera inconsciente, o ¡Claro!, Simplemente “Ella” se encontraba allí.

No hubo ningún contratiempo durante la fiesta y se relajó. La otra a su vez pensaba- “Creo que ésta se queda, que ésta se queda”.

Poco días después  llegó un paquete. Rompió el papel que lo envolvía, eran fotos enmarcadas  y  comenzó a ponerlas encima de la mesa, más tarde las distribuiría por la casa. Se detuvo   en una de ella y la observó con interés, juraría que cuando le tomaron esa foto estaba ella sola, sin embargo ahora que la miraba con detenimiento veía una figura de una mujer, ya familiar, algo borrosa a su lado, se sonrió y exclamó en voz alta:

-Sé qué estás ahí, y te voy a decir una cosa, he estado casada durante mucho tiempo con un fantasma vivo, la casa es muy grande para una persona, así que puedo perfectamente compartirla con un muerto –Y colocó la foto encima de la chimenea volviéndose tranquilamente.

La silueta estaba parada en mitad del salón, se movía con suavidad en el aire como una cortina cuando sopla levemente la brisa, y sus ojos, si se puede llamar así estaban fijos en Mila, ambas mantuvieron durante unos instantes la mirada, no era de reto, sino de reconocimiento, y la antigua dueña de la casa le esbozó una especie de sonrisa, “¡Por fin! Aquella mujer le había comprendido, no había más que ver cómo había restaurado la casa. Por nada del mundo haría algo que la hiciera enfadarse y que la abandonase como todos los demás compradores”.

Desapareció,  Mila no volvió a verla nunca más

Aunque... aunque a lo largo del tiempo había comprobado que pequeños objetos, como el cepillo del pelo, un vaso de leche, un zapato... se seguían perdiendo temporalmente o aparecían en un lugar distinto a dónde ella los había dejado

Mila, que nunca había sido detallista, se acostumbró a poner música, a adornar la casa con macetas de interior, y jarrones con flores naturales que cortaba del jardín recuperado del abandono, a contar como si de una conversación se tratara lo que le había sucedido durante el día hasta los más pequeños  detalles y a leer, esmerándose en la entonación, si hacía mal tiempo cerca de la chimenea, si lucía el sol, al lado del ciprés  y leía en voz alta, no descartaba la idea de que  aquella señora con su vestido blanco de principios del siglo pasado, con una pamela azul clara, y llevando en brazos como si de un bebe se tratara, un ramo de flores recién cortado no estuviera escuchándola.  

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