lunes, 21 de enero de 2013

Lágrimas en los pañales, por María del Mar Quesada.



Yo tenía 8 años cuando fui a un campamento de verano cerca de Santander, era la primera vez que estaba dos semanas sin mis padres, pero fueron unas vacaciones divertidas. La mañana del día que volvíamos a nuestra ciudad  me llamaron por megafonía,  pensé que mis padres habían venido a recogerme y  así no tendría que ir en el autobús, sin embargo era otra familia la que me reclamaba. Era la familia Valdés, amigos de juventud de mis padres que vivían en Santander. Al saber  que yo estaba tan cerca de ellos, decidieron que pasara unos días con ellos. A mí, nadie me preguntó si me quería ir con ellos, de hecho mis padres no conocieron sus intenciones hasta que no llegamos a su casa. Tenían dos hijos, Pablo  de nueve años que nos ignoraba y Natalia de 7 años,  una niña muy guapa y muy seria,  cuando  jugábamos  juntas nunca nos enfadábamos.

El primer día, después de almorzar,  la madre ordenó a Natalia  que fregara los platos y recogiera la cocina, cogió un banquito para ella y otro para mí y nos pusimos a  fregar, la primera vez me pareció un juego y comprobé que no era la primera vez que Natalia lavaba los platos, pero dejó de ser divertido cuando tuvimos que “jugar a las casitas  todos los días por obligación, mientras su madre dormía la siesta.  Un día,  Natalia le dio una mala contestación a su madre,  ésta dirigió una mirada  agresiva al  padre.  Éste se levantó de pronto  cogió a Natalia del pelo, la llevó hasta la cama y la empujó, se quitó el cinturón y empezó a pegarle. Sentí miedo de verdad por primera vez en vida.  A partir de esa noche estuve llorando casi todas las noches. En mi corta edad creí comprender por qué  Natalia dormía con pañales, pese a no tener edad para ello. Mis lágrimas eran  vertidas por  los ojos, sin embargo ella  tendrían muchas más lágrimas y por eso tenía que verterlas en los pañales por la noche.

En esos días cada vez que  mi madre llamaba por teléfono,  la madre de Natalia siempre le decía que yo estaba bien, así que un día que conseguí hablar con mi madre, me puse a llorar desconsoladamente y le pedí que viniera. Al día siguiente mis padres fueron  a buscarme.

Durante los siguientes años nuestras familias se veían en bautizos, comuniones  y vacaciones de verano. Quince  años después,   cuando yo tenía 23 años, un fin de semana de otoño que mis padres tuvieron que ir a Santander,  se trajeron a Natalia en el viaje de vuelta. Había roto con su novio y mis padres al verla tan triste y destrozada, la invitaron a pasar  unos días con nosotros, sus padres a regañadientes la dejaron venir. 

Llamaba la atención su abatimiento y tristeza, yo que había pasado ya por alguna ruptura de enamorados, no entendía como podía estar tan derrumbada  por un novio. Una tarde nos fuimos de compras, en una  tienda ella vio una falda y le dije que se la probara.

-        Seguro que no me queda bien, tengo unas piernas muy feas.
-        ¡Tú estás loca, pero si tienes unas piernas preciosas! – y era verdad, yo se las había visto.
-        Roberto, mi novio siempre me decía que no me sentaban bien las faldas, ni los vestidos porque no tenía unas piernas bonitas.
  
Intuí que debajo de aquel comentario había mucho más.  Natalia era una mujer de 22 años alta, de piernas largas, poco pecho, pelo castaño claro, ojos verdes,  era  guapa aunque tenía la cara marcada por el acné, no era ningún adefesio como le había hecho creer su novio.

Poco a poco se fue relajando conmigo y empezó a confiarme su historia. Había estado tres años con  Roberto, había sido una relación con muchos altibajos, con muchas idas y venidas. Sin ella expresarlo abiertamente, él la había estado humillando psicológicamente hasta dejarla como una muñeca rota. Yo solo lo había visto una vez en mi vida,  no me quedaron ganas de verlo más. Ese fin de semana que fui a Santander,  su novio decidió llevarnos a tomar café en una  cafetería del pueblo vecino. Estábamos  parados en un semáforo y sin avisarnos aparcó el coche en doble fila en una avenida ancha y  dijo que iba a comprar tabaco.  Nos quedamos  en el coche esperando,  cuando habían pasado 10 minutos, salimos  del coche y fuimos al bar. Entramos y vimos a  Roberto  sentado en la barra, tomándose un café tan tranquilo mientras charlaba con una muchacha que resultó ser la camarera. Natalia le preguntó qué estaba haciendo y él  contestó que no tenía que dar explicaciones, que se estaba tomando una café y punto. Para no montar una escena  delante  de mí, Natalia le pidió por favor que  saliera fuera para hablar.  Roberto  se levantó con mucho genio y le dijo que antes  pagara el café. Después de pagar su café, salimos del bar, el coche no estaba, se había ido. Nos había dejado tiradas como colillas. Esperamos durante 40 minutos y viendo que no venía y  Natalia tenía que  ir  a trabajar, llamó a su  hermano para viniera a recogernos, le explicó que el coche se había estropeado y que su novio lo había llevado a un taller. Durante esos 40 minutos de espera, Natalia evitó hablar sobre lo que había ocurrido y yo estaba tan impresionada con lo que había visto, que no supe tampoco qué decir. Al día siguiente, Natalia  lo llamó y el muy desvergonzado no solo no pidió perdón, sino se quejó de que le había fastidiado el sábado, y no tenía ganas de verla en unos días.  Desconozco qué ocurrió después.

Cada vez que me contaba un episodio de su noviazgo, comprendía menos como una mujer con carácter fuerte, se había dejado doblegar como la plastilina. Recordando aquel verano  de los campamentos,  me sinceré y le comenté que me lo pasé llorando porque tenía miedo de hacer algo malo y su padre me pegara. Como si hubiera descorchado una botella de champán,  comenzaron a brotarle unas lágrimas cargadas de dolor y tristeza,  se me encogió  el alma de verla así.  Con toda la pena  de su alma rota me explicó:

-        ¡El peligro no era mi padre, sino mi madre! Ella  no  me ha puesto nunca una mano encima, pero ha conseguido que mi padre fuera su brazo ejecutor. Mi padre es un pobre hombre, tímido, apocado y dependiente emocionalmente de la bruja de mi madre,  que lo  manipula y además no es nada afectiva con él. Cuando yo,  que para mi desgracia  he  heredado el carácter de mi madre, me enfrentaba a ella, ésta conseguía con una sola mirada  que él  ejecutara su rabia sobre mí. A  mi hermano nunca lo han tocado. 

Ante mi cara de asombro, Natalia continuó.

-        ¡De verdad, mi  padre es una buena persona!...  solo que no tiene carácter y se ha  dejado manipular para complacer a su  esposa. De hecho, cada vez que él  me pegaba una paliza y mi madre no lo veía, se abrazaba a mí llorando y me pedía perdón desolado. Para mí, era muy duro verlo llorar como un niño pidiéndome perdón, yo sé que él me quiere, pero siempre  ha tenido  miedo de enfrentarse a  mi madre.

Yo no me atreví a  hablar, la abracé y con miedo de saber la respuesta le pregunté hasta cuándo había durado aquello. Natalia me respondió que la última vez había sido hacía un año. No volví a preguntar más, sencillamente dejé que se desprendiera de su vida de dolor.

Sin dar muchos detalles a mis padres, les pedí que convencieran a la familia Valdés para que  Natalia  se quedara en casa más tiempo, a fin de cuentas estaba en el paro no había prisa para volver,  así que las dos semanas se convirtieron en meses.  Durante ese tiempo hubo un cambio en Natalia, empezó a cuidarse y arreglarse,  buscó trabajo y empezó a quererse. Yo procuraba estar con ella todo el tiempo que mi trabajo me permitía.

Un sábado al mediodía llegué a casa y Natalia había salido con un chico que la había llamado por teléfono. El chico en cuestión era Roberto su novio.  La había encontrado y vino a marcar su territorio. Ese fin de semana apenas estuve con ella, pero no vi cambios en ella,  parecía contenta y segura así que no me preocupé.

Como se acercaba la Navidad, Natalia nos dijo que quería ir a Santander con su familia.  Así que se iría en tren el último sábado antes de Navidad. El viernes antes  de su partida habíamos organizado una salida de despedida,  sin embargo  cuando llegué de trabajar, me encontré a  Natalia con los ojos verdes rojos del llanto; el impresentable de su novio le había llamado para decirle que se iba a vivir con su nueva novia. El destino parecía ir en contra de la libertad de Natalia, pues me confesó que el fin de semana que vino su novio, se habían acostado sin usar ningún anticonceptivo y llevaba una semana de retraso.  Decidí llevarla  hasta Santander en mi coche, no la podía dejar sola, me sentía responsable. En aquel momento, mi rabia era tal que si me hubiera encontrado a ese cabrón lo hubiera matado.

Devolvía a Natalia en peores condiciones en que  me la había encontrado. Durante aquel  viaje en coche, ella no hablaba, solo lloraba. Yo solo pensaba cómo una persona podía llegar  a conseguir la anulación física y emocional de otra bajo el paraguas del amor.  Entendí que  Natalia había sido capaz de soportar todas las humillaciones de las personas que quería, porque lo único que anhelaba  era el abrazo y las palabras cariñosas del perdón posterior. Ese momento de disculpa, era  la única prueba de amor que ella conocía.

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