martes, 29 de enero de 2013

Prejuicios, por Matilde López de Garayo.



Por fin podré pasar la Noche de Navidad con mi familia. Mara, mi mujer vendrá cuando los médicos pasen la consulta,  y me entregarán el deseado sobre con el alta y el horario de la rehabilitación.

Tengo muchas ganas de abrazar a Santi y Susanita,  mis hijos de 8 y 4 años y como no a mi Mara.

Sigo sin poder creer que los dolores de columna hayan desaparecido y que pronto, incluso, podré practicar algún deporte. ¡Creo que hoy no habrá nada ni nadie que me puedan estropear el día!

Estos eran los pensamientos que pasaban por mi cabeza, eran las ocho de la mañana del 24 de diciembre. Pensamientos positivos, optimistas, , hasta que diez minutos más tarde me trajeron a mi nuevo compañero de habitación.

No me fijé en él, ya que los auxiliares me tapaban la vista y enseguida corrieron la cortina, la verdad es que me daba un poco igual. Cuando pasas unos días en el hospital o te haces el despagado o te conviertes en un sensiblero de  miedo, y yo ya había pasado lo mío para ahora interesarme por el inquilino de al lado.

Los sanitarios se habían marchado sin acordarse de abrir la cortina, ¡Mejor!, más intimidad. Al poco comencé a escuchar sollozos, ¿sollozos? ¿Qué había un hombre llorando en la cama 406- B? ¿No me lo podía creer? Habría tenido alguna desgracia más, además de estar en el hospital en estas fechas  Y ahora ¿Qué hago? tengo que orinar y ando todavía muy despacio e inseguro. Bueno, lo saludaré de pasada y  miraré para el suelo.

-Buenos días- Saludo casi en un susurro Al tiempo que pienso,¡Bien, no me responde, voy a pasar por su lado como si fuera invisible!, cuando un suspiro tan hondo y desolado me obligan a mirarle. ¡OH!, ¡No!, Veo a un hombre grueso, de unos sesenta años, con una pierna escayolada y colgada de una polea, y lo reconozco,  es el travesti, mi vecino el travesti, ¿No hay más personas en el mundo, que se hayan podido romper una pierna? Y ¿Por qué ha  ido a parar justo a la cama contigua?, ¡Menos mal que no viene hoy nadie de la oficina!

Inmediatamente me encuentro incómodo, y antes de poder entrar  al refugio, me chilla con una voz potente y quebrada  – Del 7º B,¿Usted vive en mi bloque ¿Verdad?- Me ha pillado, le hago un ademán de que necesito  entrar urgentemente al baño, y cierro bien la puerta, me bajo el pijama y cuando me la sostengo doy un respingo y pienso ¡Tranquilo, que no te va a violar! ¡Tranquilo, no te pongas histérico!

Y mientras permanezco encerrado, me doy cuenta que estoy prejuzgando, sin ningún tipo de caridad, sin conocerle a priori, sin ser en absoluto objetivo, más aún, yo que me considero devoto, creyente  y practicante,  no estoy siendo justo.

Mientras me lavo las manos tomo una determinación, tengo que ser más comprensivo con mi vecino, y además hoy es Noche Buena.

-Álvaro Santamaría – Me presento, él cambia de manos todos los clinex arrugados, su apretón es fuerte, demuestra que a pesar de su aparente debilidad es seguro y sincero consigo mismo, sensación que potencia cuando me mira directamente a los ojos.

-Martín Donaire Montoya –y  parece que da por terminado su llorera con un suspiro profundo. Yo, una vez acostado le pregunto.

-¿Cómo se lo ha hecho?

-Vamos a tutearnos si no te importa – Y sin que me dé tiempo a  replicarle continúa – Ayer, en mi última actuación, bajando hacia los camerinos se rompió el tacón de uno de mis zapatos rojos. Mi madre me había advertido que estaban despegados, que le comprara pegamento y me los arreglaba, pero con esto de las fiestas no  he tenido tiempo. ¿Sabes?, Ella me repasa todo mi vestuario, yo le digo que no hace falta, pero insiste, y además lo hace con tanto cariño que me resulta imposible negárselo – Me cuesta relacionar a este hombre con el personaje que muchas veces llega a las seis y media de la mañana, vestido como una imponente mujer, imponete por su estatura, su volumen, supermaquillada, subido a esos espectaculares tacones culpables de su accidente Me lo cruzo cuando saco a Balton  la mascota de la familia.

Ahora mi oído va más allá de sus palabras y mis ojos más allá de sus gestos, me doy cuenta que lo estoy analizando como si analizara un fenómeno que acabara de descubrir. Y parece que he desaparecido de la estancia y que él ha aprovechado esta oportunidad para abrirse, para desahogarse, y cuando me doy cuenta me está contando su vida.

Fue el último de cuatro hermanos, su madre siempre le  había dicho que  le estuvo esperando toda la vida, y el paso de los años le había demostrado que era así. Sus hermanos se independizaron pronto y no había vuelto a saber de ellos. –Calla durante algunos momentos y proseguía- Su padre bebía, pasaba semanas sin aparecer por la casa, y cuando se le acababa el dinero volvía a por más. Sui madre trabajaba en una portería y los pocos ahorros que conseguía juntar el padre se los sacaba a base de golpes, dejaba a su madre con moratones y algún hueso roto y volvía a desaparecer.

Su semblante ha cambiado, ya no veo al blandengue de hace una hora, sino a un hombre que ha debido sufrir mucho. Continúa recordando. A sus catorce cumpleaños su madre le había hecho una tarta y se disponían a cenar cuando llegó el padre, borracho como de costumbre, su madre suplicó que los dejara tranquilos que estábamos celebrando su cumpleaños, y entonces mi padre lo hizo, de un manotazo tiró al suelo la tarta y las catorce velas que se fueron apagando a media que caían al suelo, igual que su adolescencia estrenada, como me dijo..

Me cuenta que es el único ataque de furia que ha tenido en su vida, con sus ochenta dos kilos y mi uno setenta y ocho de estatura, que ya contaba, cargado de ira, arremetío contra su padre y lo tumbó en el suelo, lo golpeaba sin piedad, y le hizo tragars toda la tarta que consiguió alcanzar con las manos. Mientras le chillaba y le hacía jurar que no volviera a aparecer por sus vidas, y así lo hizo hasta que le llamaron unos cinco años después, para que le reconociera en el sanatorio, su madre nunca se enteró, que murió atropellado.

Descansa para tomar aliento, y quizás para ordenar sus pensamientos. Me cuenta que estudió teatro, que se le daba bien, y de su afición a las varietés y  que para nada rechaza su sexo, ni sus genitales, sino que le gusta ser flexible, y adoptar ambos géneros.
Que tiene un club nocturno y que de allí viene todos los días cuando me lo encuentro paseando al perro.

Ahora su silencio se dilata en el tiempo, con sus dedos regordetes no para de arrugar un pañuelo, y no se da cuenta que lo está deshaciendo, me mira, ahora sus ojos denotan tristeza, y me comenta.

-Siempre pongo el Belén con mi madre, y comemos en el salón, con la vajilla que compré hace años, este día cocino yo, y ella como una princesa me mira, y disfruta .  Hoy lo va a pasar sola, la primera Navidad que pasa sin mí, y María la muchacha que le cuida no puede quedarse, por eso estaba tan mal cuando me trajeron- Se interrumpe cuando alguien pasa a la habitación, es el médico.

Sentado en el coche, de vuelta a casa, recapacito sobre estas dos horas, toso un poco y le digo a mi mujer: Mara tenemos que hablar.  
      

Realmente hoy no ha habido nada ni nadie que me haya estropeado el día, todo lo contrario,  y pienso en Martín, el pobre solo en la habitación, pero quizás feliz de que su madre no pase esta noche sola. Mientras que la miro me devuelve una mirada húmeda, pero llena de gratitud, sentada a mi lado, agarrando mi mano que prácticamente no la ha soltado durante toda la cena, mis ojos se tropiezan con los de Mara, le envío una mirada cómplice y le lanzo un beso con los labios, después alzamos las copas y brindamos por la Navidad.

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