lunes, 14 de enero de 2013

Lo inevitable, por Carmen Gómez Barceló.


-Ha sucedido. Se ha atrevido a hacerlo y he recibido la notificación que nunca esperé tener que leer: “Petición de divorcio”.

Dieciocho años han pasado desde el día en que le pedí matrimonio y ella contra todo pronóstico aceptó.  Nunca me ha engañado, pues yo sabía la verdad,  y aún así el día que me dijo que se casaría conmigo se convirtió en el más feliz de mi vida. Era tan bonita, tan resuelta y tan simpática para todo el mundo como falsa para conmigo.  Yo lo sabía, pero siempre me decía a mí mismo que un día cambiaría, que llegaría a quererme. Lo que hubiera dado por ver en su rostro una sombra del color de sus mejillas cada vez que casualmente  se encontraba con “el imbécil”.

El imbécil” ha marcado nuestras vidas desde el comienzo, pero mi amor por ella quiso que me convirtiera en sordo para no oir su llanto en la soledad de nuestra alcoba, ciego por no querer ver sus  ojeras y mudo para no gritarle que se dignase a mirarme solamente de vez en cuando, que se compadeciese de mí y me respetase siquiera un poco y que se olvidase de ese que ni lloraba por ella, ni la miraba, ni la respetaba.
Alguien pensará que he sido un estúpido al soportar este calvario a cambio de nada, que no tengo dignidad ni soy un hombre, pero ¿Para qué quiero ser un hombre sin vida? Si mi existencia no vale nada sin ella, si solo quiero morirme si no la veo, si me arrastraría hasta el infierno porque me quisiera siquiera un poco…Y de un beso, del sueño de un beso, eso ya hubiera sido como abrir las puertas del cielo y perderse en él.

Tantos años intentando lo imposible hasta la extenuación y no he podido evitar el final que nunca quise pensar a pesar de la evidencia. Y me deja. Se va seguramente con él aunque no me lo haya dicho. Le dará los besos que no se merece, y le dirá las palabras que su boca nunca pronunciaron para mí

No me rindo, me obligan a rendirme y me voy. No dejaré salir al animal que me habita al que he tenido que apaciguar durante dieciocho años y solo me queda poder comprobar que el imbécil sea digno de tamaño sacrificio.

Adiós mi  amor, mi vida, mi razón de ser. No creo que pueda nunca dejar de amarte.

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