Esta mañana hemos quedado Alejandro y yo para estudiar en la
biblioteca. Es Domingo y no creo que se despierte antes de las doce pues anoche
no le oí llegar y quién sabe a la hora que se acostaría. Cuando aparezca por la
cocina esperaré a que se tome algo de leche y nos iremos. Por supuesto no le
preguntaré dónde ha estado porque sería inútil esperar una respuesta, Alejandro
es hermético casi con todo pero lo es
aún más si cabe tocante a su vida privada.
Tiene pocos amigos y aún no me explico cómo le queda alguno,
ya que es la sinceridad hecha hombre. Esta cualidad que podría parecer algo
positivo cuando se dice de otra persona, en él es tan extrema que resulta un asalto moral. Tanto es así, que si
quieres saber su opinión sobre cualquier tema tienes que estar preparado para
oir cualquier cosa, y si lo que le preguntas es referente a ti estás expuesto a
la respuesta más cruel que has oído nunca, más ten por sentado que vas a
escuchar la verdad más absoluta, sin tapujos ni paños calientes y sin ni la más
mínima compasión. Pero a la vez es la única persona que conozco a quién le
puedes hacer el comentario más comprometido, ya que vas a obtener
una respuesta totalmente objetiva y ecuánime dando igual quién salga
perdiendo o ganando en esa conversación.
Él no es un charlatán por sí, pero puede ser agotador si le
preguntas sobre algún tema filosófico. Es capaz de construir un argumento imposible de seguir mentalmente, obligándote
a hacer un profundo ejercicio de comprensión, para, una vez que te ha
convencido, rebatirse así mismo, dicho argumento y volverte a convencer de lo
contrario. Yo que lo sé procuro no entrar para nada en estos temas, aún exponiéndome
a que le resulte mi compañía aburridísima y
de un plumazo, me lo haga saber. Así y todo, Alejandro me parece un tipo
genial, de los que no quedan, de los que no te mienten y de los que te puedes
fiar.
Cuando por fin ha bajado a la cocina para desayunar, algo me
ha sorprendido muchísimo: Alejandro parecía que sonreía. Sí, tal como lo digo,
ha sonreído y eso es tan inusual como que nieve en Sevilla. No recuerdo que
sucediera nada especial de ayer a hoy, pero algo ha debido de pasar, porque el semblante de Alejandro habitualmente es
serio, pero serio en el más estricto sentido de la palabra por lo que me
sorprende sobremanera ese atisbo de sonrisa. En fin, ya me enteraré de lo que
le pasa, espero.
-Buenos días Alex. ¿Has terminado? Vámonos, que llegamos
tarde.
-Vamos.
-Por cierto, ¿se puede saber qué te pasa?
¿Porqué exactamente?
-No sé, estás distinto.
Es inútil seguir preguntando así que permanecemos callados hasta llegar a la biblioteca donde hemos conseguido sentarnos en uno de los pocos
sitios donde hay ordenador. Alejandro pone en marcha el aparato un tanto
inquieto y veo que no abre el programa que nos interesa, sino que se va
directamente al faccebok. Al poco empieza a recobrar el mismo semblante de
siempre, pasa paulatinamente del gesto temporalmente humanizado al rostro mecánico carente de
emociones.
La curiosidad me puede y hecho el ojo a su pantalla. Puedo
ver la imagen de una chica castaña de pelo rizado, sonriente, abrazada a un
chaval que por supuesto no es Alejandro, más bien se podría decir que es su
antagonista. Creo que ya entiendo lo que le pasa, la verdad le ha vuelto a
jugar una mala pasada. Por supuesto no hago referencia al tema, ya que además
de resultar inútil, seguro que le haría empeorar aún más su carácter.
¡Ay Alejandro! pienso. Me parece que tu forma de pensar te
va a resultar incompatible con la vida en este planeta.
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