jueves, 24 de enero de 2013

Distinto, por Carmen Gómez Barceló.



Esta mañana hemos quedado Alejandro y yo para estudiar en la biblioteca. Es Domingo y no creo que se despierte antes de las doce pues anoche no le oí llegar y quién sabe a la hora que se acostaría. Cuando aparezca por la cocina esperaré a que se tome algo de leche y nos iremos. Por supuesto no le preguntaré dónde ha estado porque sería inútil esperar una respuesta, Alejandro es hermético casi con todo  pero lo es aún más si cabe tocante a su vida privada.

Tiene pocos amigos y aún no me explico cómo le queda alguno, ya que es la sinceridad hecha hombre. Esta cualidad que podría parecer algo positivo cuando se dice de otra persona, en él es tan extrema que  resulta un asalto moral. Tanto es así, que si quieres saber su opinión sobre cualquier tema tienes que estar preparado para oir cualquier cosa, y si lo que le preguntas es referente a ti estás expuesto a la respuesta más cruel que has oído nunca, más ten por sentado que vas a escuchar la verdad más absoluta, sin tapujos ni paños calientes y sin ni la más mínima compasión. Pero a la vez es la única persona que conozco a quién le puedes hacer el comentario más comprometido, ya que  vas a obtener  una respuesta totalmente objetiva y ecuánime dando igual quién salga perdiendo o ganando  en esa conversación.

Él no es un charlatán por sí, pero puede ser agotador si le preguntas sobre algún tema filosófico. Es capaz de construir un argumento  imposible de seguir mentalmente, obligándote a hacer un profundo ejercicio de comprensión, para, una vez que te ha convencido, rebatirse así mismo, dicho argumento y volverte a convencer de lo contrario. Yo que lo sé procuro no entrar para nada en estos temas, aún exponiéndome a que le resulte mi compañía aburridísima y  de un plumazo, me lo haga saber. Así y todo, Alejandro me parece un tipo genial, de los que no quedan, de los que no te mienten y de los que te puedes fiar.

Cuando por fin ha bajado a la cocina para desayunar, algo me ha sorprendido muchísimo: Alejandro parecía que sonreía. Sí, tal como lo digo, ha sonreído y eso es tan inusual como que nieve en Sevilla. No recuerdo que sucediera nada especial de ayer a hoy, pero algo ha debido de pasar, porque  el semblante de Alejandro habitualmente es serio, pero serio en el más estricto sentido de la palabra por lo que me sorprende sobremanera ese atisbo de sonrisa. En fin, ya me enteraré de lo que le pasa, espero.

-Buenos días Alex. ¿Has terminado? Vámonos, que llegamos tarde.
-Vamos.
-Por cierto, ¿se puede saber qué te pasa?
¿Porqué exactamente?
-No sé, estás distinto.

Es inútil seguir preguntando así que  permanecemos callados hasta  llegar a la biblioteca donde hemos  conseguido sentarnos en uno de los pocos sitios donde hay ordenador. Alejandro pone en marcha el aparato un tanto inquieto y veo que no abre el programa que nos interesa, sino que se va directamente al faccebok. Al poco empieza a recobrar el mismo semblante de siempre, pasa paulatinamente del gesto temporalmente  humanizado al rostro mecánico carente de emociones.

La curiosidad me puede y hecho el ojo a su pantalla. Puedo ver la imagen de una chica castaña de pelo rizado, sonriente, abrazada a un chaval que por supuesto no es Alejandro, más bien se podría decir que es su antagonista. Creo que ya entiendo lo que le pasa, la verdad le ha vuelto a jugar una mala pasada. Por supuesto no hago referencia al tema, ya que además de resultar inútil, seguro que le haría empeorar aún más su carácter.

¡Ay Alejandro! pienso. Me parece que tu forma de pensar te va a resultar incompatible con la vida en este planeta.

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