-Pero mamá es mío, ¿Porqué tengo
que dárselo?- Refunfuña por enésima vez la cría de cinco años. Sus ojos negros
y vivos expresan no sólo la contrariedad sino la rabia contenida.
A Carmela está a punto de que se le salten las
lágrimas. No comprende por que tiene que
desprenderse de uno de sus juguetes favoritos. Para ella, Puchi es su compañero
de baño, con él juega hasta que se enfría el agua y empieza a tiritar. Al
patito de plástico duro se le han borrado las línea negras que le señalaban las
alas plegadas, el pico hace tiempo que dejó de ser naranja y el amarillo
chillón se ha convertido en un amarillo apagado. Tiene un agujero en el fondo
por donde le entra agua, Carmela lo pone boca abajo, lo aprieta y lo suelta,
con una gran técnica adquirida de la experiencia hasta que se llena y después
lo apretuja entre sus dos manos dirigiendo el chorrito a cualquier parte de su
cuerpo.
Hoy se le ha antojado a Mª Mar, sobre todo desde que su
prima le confesó que era uno de sus juguetes preferidos. No hay que decir que
esta niña está un poco consentida y al ser dos años mayor que la pequeña ejerce un poder sobre ella que ninguna de las
madres respectivas se dan cuenta. Además la madre de Carmela se siente en deuda
con su hermano, ya que le ha conseguido un trabajo a su marido. La prima mayor
no desea para nada ese juguete descolorido, sólo le quiere hacer daño a
Carmela. Todos sabemos lo crueles que pueden llegar a ser los niños.
Por su parte la dueña del patito
se siente totalmente indefensa por todas las ocasiones en que se ha sentido
tratada injustamente, pero esta vez se resiste.
-Carmela, no sea antojadiza, si
sólo es un juguete viejo- Responde la madre
–¡No es viejo!- Chilla la niña
como si le hubieran insultado y pone las manos en jarras intentando retar a la
madre.
-Mira Carmela, se me está
acabando la paciencia. ¡Haz el favor de dárselo! – Cuando ve que a su hija le
empiezan a temblar los mofletes le chilla -¡Y no llores como una niña chica!
¡Dáselo ya! O te castigo
Mª del Mar se ha acercado a
Carmela con cara de mosquita muerta y le tira de la manga exigiendo su trofeo.
En esos momentos Carmela le tiraría de los rizos tan cursi, la pisotearía, pero
gimoteando se dirige al cuarto de baño, donde se encuentra el culpable rodeado
de jabones y esponjas. Delante va su prima que anda con paso marcial, incluso
se vuelvela cara de desesperada de su prima. La pequeña está horrorizada
pensando que le van a arrebatar a su compañero de juegos acuáticos y piensa que
es el momento de actuar ¡Ahora o nunca!.
Se sube la manga, coge el patito, abre el retrete y lo tira, acto seguido lo
recoge y chorreando se lo tiende a su prima.
-¿Qué has hecho? ¡Cochina! Y retira la mano
colocándosela detrás a modo de protección, se da media vuelta y corre a
chivatearse, escandalizada.
-¡Máma!, ¡Titaaaaaaaaa!, lo ha
tirado al retrete – E intenta llorar para que se le note el fingido dolor.
Carmela rodea con cariño al pato con la toalla, lo seca con rapidez , y se
dirige a la habitación donde se encuentran la madre y la tía intentando
comprender lo que les quiere decir su prima lloriqueando con chilliditos
histéricos más de rabia que de otra cosa.
-¡Carmela! ¿Has tirado el pato al
retrete? –Pregunta la madre mirándole a
los ojos. La niña ve de reojo a su prima, que la encuentra feísima ya
que está todo colorada y con la cara desencajada y le tiende la mano con el
juguete –Toma a Puchi. – A la vez
que mira a la madre con cara de ángel, como si fuera el ángel más ángel
del cielo y le contesta- ¡No! No mamá , eso es una cochinada.
-Cógelo Mar –le insta la tía a su
hija. Mª del Mar, con cara de asco lo rechaza, ni osa tocarlo. La madre ha
perdido la paciencia y le chilla –¡Qué lo cojas! -Ahora la niña si llora de
verdad, y sale huyendo, con los rizos flotando al viento.
Las madres se miran extenuadas
por la rabieta de las primas, mueven la cabeza de incomprensión y se encogen
los hombros. Son cosas de niñas, y dan por terminada la discusión.
Carmela prudente y con voz baja
se atreve a preguntar- ¿Me lo puedo llevar?
-Si hija llévatelo y no
aparezcas por aquí en un rato. ¡Pues no me han dado dolor de cabeza! -Le comenta a su cuñada.
Carmela se siente bien, no habrá
ganado la guerra pero si esta batalla.
Cuando se acuesta se queda
dormida con una sonrisa en los labios y esta noche Puchi sin lavar ni nada, cambia la compañía
de jabones y esponjas perdiéndose entre
las sábanas de la niña.
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