jueves, 13 de marzo de 2014

Amor invisible: duelo real, por María del Mar Quesada


Ana no puede creer que  haya escupido todo lo que le llenaba el corazón. Lo ha expulsado como menos esperaba y en el momento menos indicado, pero, por fin, se  siente  libre. La intención de Ana era consolar a su amiga que acaba de enviudar. Llevaban tiempo sin verse porque últimamente habían discutido varias veces. La causa de esas discusiones era que las actitudes de Paloma desequilibraban la estabilidad de Ana.

Tumbada en el sofá de su casa con una infusión de tila alpina, rememora una y otra vez la conversación en casa de su amiga Paloma. Todo empezó cuando ésta le confesó que había sido una convalecencia muy larga, por fin se había acabado todo.

-          Paloma, ¿Cómo puedes decir que deseabas que muriera pronto?

-          ¡Estaba en fase terminal!  Iba a morir igualmente. ¿Por qué alargar su agonía y la mía? - masculló Paloma.

-          ¡Era tu marido! Hasta el último minuto no perdió la esperanza,... ni la sonrisa.- exclamó demasiado alto Ana, no era lo que pretendía.

-          ¡La sonrisa! ¡Eso era lo más irritante! ¡Siempre sonriendo, cuando yo tenía ganas de llorar y de gritar! Si, hasta cuando le diagnosticaron la enfermedad, decía que dormíamos tres en la  cama: él, el cáncer y yo.

Ana disimuladamente inspiró para serenarse, no quería discutir, así que con voz calmada le dijo:

-          Tu marido siempre ha sido una persona alegre y vital.  ¿Por qué iba a cambiar con su enfermedad? No entiendes que él pretendía que todo siguiera  normal.

-          ¿Normal? ¿Cómo va ser normal mi vida?

Paloma  quería que Ana la consolara por la situación que se le venía encima, no quería hablar de lo maravilloso que  era Adrián. Por otro lado, Ana intentaba, por todos los medios, no enfrascarse en una disputa, manteniendo a raya su creciente malestar,  seguía hablando de Adrián:

-          ¿Tú crees que él quería morirse? ¡Adrián era un enamorado de la vida!

-           ¿Y de qué sirve ahora?, si ya no está. De qué sirve toda esa alegría... Tengo un marido muerto, tres niños y una hipoteca que pagar con un solo sueldo. ¡Qué mierda de esperanza y normalidad es esa!

Ana cada vez se notaba más colorada la cara y el corazón le latía más rápido, pero continuaba su particular forma de hablar como si se dirigiera a una niña cabezota:

-          Paloma, ¿por qué siempre te quedas con lo negativo de todo? Has vivido una vida feliz con él y durante su enfermedad solo quiso que no sufrieras por él.

-          ¡Pues que hubiera empezado el tratamiento antes! Pero no,  él nunca iba ¿para qué?  Mira dónde está ahora, bajo tierra.

Paloma lo dijo de un modo despectivo, muy propio en ella. Esta forma de hablar refiriéndose  a  Adrián siempre sacaba de quicio a Ana.

-          ¡Paloma no te reconozco! ¡No tienes corazón!.... Has tenido a tu lado un hombre maravilloso, alegre, inteligente, cariñoso....

A Ana comienza a temblarle los labios y asomar lágrimas en sus ojos y Paloma se levanta y comienza a mirar su móvil.

-          ¡Dios mío,  Paloma!  ¿Cómo puedes ser tan egoísta...?

-          ¿Cómo?

-          Adrián se ha muerto  y tú...

-          ¿Y yo qué? Venga, dilo ya. – pregunta retándola.

-          ¡Tú...tú nunca has valorado a Adrián!... Cualquier mujer hubiera pagado por tener un hombre como él.

-          ¿Cualquier  mujer? Dime una.

Ana no puede más y comienza a llorar,  el dolor de sus lágrimas  le está desgarrando el alma.

-          ¡Yo, hubiera pagado con  mi alma!... Yo he amado a Adrián siempre. No me explico cómo no tienes el alma rota por su pérdida. Yo quiero morirme solo de  pensar que no volveré a verlo nunca, que no escucharé su risa, su voz grave,... sus manos... Tú sabes lo que yo hubiera dado porque sus manos acariciaran mi cuerpo, porque sus ojos se hubieran posado en mí,  por haber sido suya,... Sólo piensas en ti, eres una egoísta...

-          ¿Egoísta? – le interrumpió Paloma - Soy su mujer y tengo todo el derecho a estar enfadada con él  porque me ha dejado tirada...Ya sé que estabas enamorada de él,  pero, ¿sabes? Adrián era muy exquisito y adoraba la belleza física y... ¡tú nunca la has conocido!- Le grita en la cara a su amiga.

En ese momento Ana se levanta y grita con toda la fuerza:


-          ¡Paloma eres odiosa! ¡Eres despreciable! Mi dolor sí es  real, ¿te enteras?... ¡Ojalá te hubieras muerto tú!

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