Emma y Amaro crecieron
juntos desde la escuela, en lo que hoy conocemos como Corme-Porto, en la
fascinante y a su vez adversa Costa da Morte. Tierra de encanto y belleza,
donde cualquiera se estremece ante el ronquido que produce el mar al chocar con
las rocas.
Allí, entre la magia
envolvente de estas tierras, el mar y sus gentes, solo salpicada por el horror
de los naufragios que se producen ante sus costas, pasaron su niñez y
adolescencia.
Emma era una joven
alegre, llena de vida que encontraba en Amaro, serio y cercano, el refugio para
volcar todos sus reveses y preocupaciones. Por eso, cuando aquel día Emma
llorando y desolada le reveló que estaba embarazada, la sintió tan perdida y
desorientada, que no dudó en ofrecerle todo su apoyo. Así antes que el embarazo
supusiese una evidencia física, contrajeron matrimonio, hecho que a nadie
extrañó en exceso por la amistad que siempre les unió.
Pasados los meses nació
Belén, una pequeña adorable, con los mismos ojos grandes y azules de su madre
Emma. Ante todos se mostraban contentos y solícitos con la pequeña, aunque ello
no ocultaba que su comportamiento no se ajustaba al de una pareja de enamorados
al uso. Sus vidas iban transcurriendo con cierta tranquilidad. Amaro trabajaba
en la lonja del puerto, aunque a veces realizaba algunas salidas a la mar. Allí,
en la lonja, trabó amistad con Celso, pronto se hicieron casi inseparables,
viéndoseles juntos con bastante frecuencia. A veces incluso acompañados por
Emma y la pequeña Belén.
Un día a la vuelta de
una de estas salidas, al llegar a casa, encontró en ella a Celso. Tanto éste
como Emma se mostraron sorprendidos y nerviosos ante la inesperada presencia de
Amaro. Aquella noche Amaro y Emma discutieron, y aunque de forma civilizada, se
hicieron cuantos reproches se habían guardados en años, tratando de mantener
una convivencia de apariencias. Al termino de la cual Amaro le dijo que al
amanecer volvería a embarcar y que esta vez estaría varias semanas ausente,
allá por el mar del Norte, en la temporada del bacalao. Pero el destino decidió
jugar una de sus basas. A media mañana se corrió la noticia, el pesquero en que
embarcó Amaro había naufragado. Fuertes corrientes marinas le habían hecho
zozobrar contra las rocas a escasos kilómetros de la costa. No hubo
supervivientes, entre muertos y desaparecidos. Amaro se contaba entre estos
últimos.
Emma lloró al conocer
la noticia, se mostraba desolada y por primera vez percibió el halito de la
soledad. Nadie supo jamás de la discusión de aquella noche, ni el porqué de la
inesperada salida de Amaro, ni la marcha de Celso a los pocos días del suceso.
Emma jamás lo reveló. Ella lloró su desaparición y desde aquel momento dedicó
todo el tiempo al respeto de su memoria. Buscó refugió en el cariño y cuidado
de la pequeña Belén para superar todo lo sucedido.
Así pasaron los años,
Belén creció y Emma siguió viviendo en el recuerdo de Amaro. Para todos cuantos
la conocían, solo la trágica desaparición de Amaro había dado al traste una
vida en común que presumiblemente hubiera sido duradera y feliz.
Pero cuando Emma creyó
que su historia quedaría para siempre oculta en el fondo del mar, de nuevo el
destino jugaría una inesperada pasada. Pasados muchos años, un enorme temporal
devolvió a las costas los restos del pesquero hundido. Curiosa e increíblemente,
el mar y el tiempo habían respetado un departamento estanco en el barco. En él
se encontraron varios objetos pertenecientes a la tripulación, entre ellos una
pequeña caja impermeable, que a deducir por lo encontrado en su interior,
perteneció a Amaro. En las pertenencias una carta dirigida a Emma. En ella le
pedía disculpas por la discusión mantenida la última noche. Que no podía
recriminarle que quisiera buscar determinados afectos, inexistentes en sus
relaciones, que é mismo también lo necesitaba. Pero lo único que le censuraba
es que hubiera sido con Celso, a sabiendas del tipo de sentimientos que les
unía a ambos. Que a pesar de ello entendía su proceder, que disculpara su
reacción. Que tanto ella, como la pequeña Belén, eran parte de su vida y que
las querría siempre.
De esta manera, el
díscolo destino y el siempre bullicioso mar, no quisieron ocultar el cristal
que mostraba el otro color de la historia.
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