lunes, 10 de marzo de 2014

El color del cristal, por José García



Emma y Amaro crecieron juntos desde la escuela, en lo que hoy conocemos como Corme-Porto, en la fascinante y a su vez adversa Costa da Morte. Tierra de encanto y belleza, donde cualquiera se estremece ante el ronquido que produce el mar al chocar con las rocas.

Allí, entre la magia envolvente de estas tierras, el mar y sus gentes, solo salpicada por el horror de los naufragios que se producen ante sus costas, pasaron su niñez y adolescencia.

Emma era una joven alegre, llena de vida que encontraba en Amaro, serio y cercano, el refugio para volcar todos sus reveses y preocupaciones. Por eso, cuando aquel día Emma llorando y desolada le reveló que estaba embarazada, la sintió tan perdida y desorientada, que no dudó en ofrecerle todo su apoyo. Así antes que el embarazo supusiese una evidencia física, contrajeron matrimonio, hecho que a nadie extrañó en exceso por la amistad que siempre les unió.

Pasados los meses nació Belén, una pequeña adorable, con los mismos ojos grandes y azules de su madre Emma. Ante todos se mostraban contentos y solícitos con la pequeña, aunque ello no ocultaba que su comportamiento no se ajustaba al de una pareja de enamorados al uso. Sus vidas iban transcurriendo con cierta tranquilidad. Amaro trabajaba en la lonja del puerto, aunque a veces realizaba algunas salidas a la mar. Allí, en la lonja, trabó amistad con Celso, pronto se hicieron casi inseparables, viéndoseles juntos con bastante frecuencia. A veces incluso acompañados por Emma y la pequeña Belén.

Un día a la vuelta de una de estas salidas, al llegar a casa, encontró en ella a Celso. Tanto éste como Emma se mostraron sorprendidos y nerviosos ante la inesperada presencia de Amaro. Aquella noche Amaro y Emma discutieron, y aunque de forma civilizada, se hicieron cuantos reproches se habían guardados en años, tratando de mantener una convivencia de apariencias. Al termino de la cual Amaro le dijo que al amanecer volvería a embarcar y que esta vez estaría varias semanas ausente, allá por el mar del Norte, en la temporada del bacalao. Pero el destino decidió jugar una de sus basas. A media mañana se corrió la noticia, el pesquero en que embarcó Amaro había naufragado. Fuertes corrientes marinas le habían hecho zozobrar contra las rocas a escasos kilómetros de la costa. No hubo supervivientes, entre muertos y desaparecidos. Amaro se contaba entre estos últimos.

Emma lloró al conocer la noticia, se mostraba desolada y por primera vez percibió el halito de la soledad. Nadie supo jamás de la discusión de aquella noche, ni el porqué de la inesperada salida de Amaro, ni la marcha de Celso a los pocos días del suceso. Emma jamás lo reveló. Ella lloró su desaparición y desde aquel momento dedicó todo el tiempo al respeto de su memoria. Buscó refugió en el cariño y cuidado de la pequeña Belén para superar todo lo sucedido.

Así pasaron los años, Belén creció y Emma siguió viviendo en el recuerdo de Amaro. Para todos cuantos la conocían, solo la trágica desaparición de Amaro había dado al traste una vida en común que presumiblemente hubiera sido duradera y feliz.

Pero cuando Emma creyó que su historia quedaría para siempre oculta en el fondo del mar, de nuevo el destino jugaría una inesperada pasada. Pasados muchos años, un enorme temporal devolvió a las costas los restos del pesquero hundido. Curiosa e increíblemente, el mar y el tiempo habían respetado un departamento estanco en el barco. En él se encontraron varios objetos pertenecientes a la tripulación, entre ellos una pequeña caja impermeable, que a deducir por lo encontrado en su interior, perteneció a Amaro. En las pertenencias una carta dirigida a Emma. En ella le pedía disculpas por la discusión mantenida la última noche. Que no podía recriminarle que quisiera buscar determinados afectos, inexistentes en sus relaciones, que é mismo también lo necesitaba. Pero lo único que le censuraba es que hubiera sido con Celso, a sabiendas del tipo de sentimientos que les unía a ambos. Que a pesar de ello entendía su proceder, que disculpara su reacción. Que tanto ella, como la pequeña Belén, eran parte de su vida y que las querría siempre.


De esta manera, el díscolo destino y el siempre bullicioso mar, no quisieron ocultar el cristal que mostraba el otro color de la historia.

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