Adam consumía
lentamente el café que le había servido la camarera, sentado en aquella
cafetería alejada junto a la carretera. Cumpliría próximamente 50 años, sus cabellos
ya pintaban canas. De mediana estatura, su rostro curtido y su cuerpo eran
testigos de una vida de duro trabajo físico.
Tenía el semblante sombrío y parecía estar ajeno a cuanto sucedía a su
alrededor. Metió su mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó la fotografía de
una bella y alegre joven que representaba no más de 20 años.
En ese momento llamó su
atención el Ford-Mustang del 96, que aparcaba junto a la puerta de la cafetería.
Era el viejo auto de su amigo Scott, ex marine y de su misma edad, caucasiano y
algo más alto que él. Este penetró en la cafetería. Donde se mezclaban los olores
del beicon, huevo revuelto o perrito, que depositaban sobre la plancha, trató
de orientarse recorriendo con la mirada el local. Adam le hizo una señal con la
mano a la que Scott le respondió, dirigiéndose hacia la mesa del fondo donde se
encontraba sentado.
-Hola
Adam, como te encuentras.
-Siéntate
Scott. Ni te imaginas el infierno que arde en mi interior. Desde la muerte de
Ellen, su madre, Susan era cuanto me quedaba. La única razón por la que seguí
viviendo y trabajando duro, con el objetivo de proporcionarle un futuro seguro.
-Debes
pasar página Adam, no harás más que hacerte daño a ti mismo.
-No
puedo. Me martillea una y otra vez en la cabeza el horror que tuvo que pasar mi
hija, en manos de ese asesino sin escrúpulos. No puedo, sus ojos asustados me
persiguen a todas horas. Y yo no pude ayudarla, no estaba allí. Le había
prometido a Ellen que la cuidaría siempre.
Quedó pensativo,
recordando lo que había sucedido tres meses antes. Susan le llamó aquella tarde
para decirle que no la esperase para cenar, que lo haría con unas amigas. Poco
podía sospechar que sería la última vez que escucharía su voz, alegre y
confiada. Tras tres días desaparecida, su cuerpo se encontró semidesnudo, con
signos de violencia y sin vida. Su asesino por “falta de evidencias” y de una
defensa jurídica sin escrúpulos y bien pagada, quedaría hoy en libertad.
Scott le puso una mano
sobre su hombro, mientras que con la otra le acercaba un paquete.
-Estás
seguro de lo que vas hacer.
Adam le miró fijamente
a los ojos.
-Jamás
he estado tan seguro de algo en toda mi vida. Lo haré aunque sea lo último que
haga. No te preocupes por mí. Ni te sientas culpable de nada. De una u otra
forma la hubiera conseguido. Esto se lo debo a Susan y a Ellen.
Adam apuró su café, se
levantó y dando un golpe en la espalda de Scott, salió despacio pero decidido
de aquella cafetería. Tenía una cita con el destino y no estaba dispuesto a faltar
a ella.
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