-¿Otra vez?- preguntó la muchacha a su marido
-Esto no es lo que parece Natalia.
Esa frase había pasado de familiar a cansina para
ella. Arturo, que así se llamaba él, se apresuró a cerrar el ordenador y se
disponía a soltar de nuevo todo el repertorio de explicaciones, pero… no fue
necesario. El cuerpo de Natalia aparecía ante él como nunca antes lo había
visto. Parecía haber dejado su brío en cualquier esquina igual que un perro
apaleado muchas veces, vencido y cansado.
-Natalia…escúchame por favor.
-Te escucho Arturo, pero por primera vez no te oigo,
y es maravilloso. No siento nada, ni bueno ni malo, ni todo lo contrario. ¡Qué
sensación!, es la indolencia total.
Arturo no estaba acostumbrado a esta nueva forma de
respuesta por parte de Natalia, además ella no seguía preguntando y eso era
algo que no entendía muy bien, es más, lo descolocaba bastante ya que le desmontaba su estructurada batería
de respuestas.
-Bueno cariño, será mejor que te tomes la medicación
y te acuestes un ratito, está claro que no estás bien.
Natalia le miró tranquilamente y empezó a pasearse
por la habitación. No hacía frio allí, o quizás ella no lo sentía, el caso era
que nada de lo que veía le alteraba lo
más mínimo. La pantalla del ordenador que acababa de apagarse, le era
indiferente, y el móvil…que ese pequeño aparato no le hiciese daño como antes,
era toda una victoria. No tenía el más mínimo interés en ojear sus coloridas
letras y eso le parecía perfecto. Mientras caminaba, deslizaba su mano sobre
los muebles del despacho y se topó por
casualidad con la siempre custodiada agenda azul, y como era de esperar, sintió
como la mano impetuosa de Arturo se la arrebataba.
-Perdona Natalia, pero es la agenda del trabajo, ya
sabes, es muy importante para mí.
-Tu agenda…tu móvil…tu ordenador…yo… Tus cosas
Arturo, tus cosas.
Arturo pensaba en lo complicadas que le parecían las
mujeres. “Están locas.”Era lo que siempre decía cuando salía el tema en
cualquier reunión. Cuanto más observaba a Natalia, más intranquilo se iba encontrando.
Esto no era lo habitual en ella. Lo normal
en esta situación, era escuchar una serie de improperios lanzados en
forma de preguntas insinuantes, adornados con gritos y llantos, además de algún
lanzamiento de objetos al uso y terminaba con la ingesta de algo que pusiese
fin al ataque de ansiedad correspondiente, que siempre era ella quién lo
sufría. Pero esto…esto no tenía sentido y lo estaba confundiendo.
-¡Me estás poniendo nervioso Natalia! ¿Quieres por favor irte a la cama?
-Ay Arturito, no sé qué me está pasando, pero es
maravilloso. No sufro… Me importan poco
“tus cosas”.
-Pero Natalia…Ya no me quieres. Eso es lo que te
pasa, que ya no me quieres.
-No lo sé. De lo que estoy segura es de que ya, no
me “tienes”, y por eso estoy feliz.
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