martes, 11 de marzo de 2014

Libre, por Carmen Gómez Barceló


-¿Otra vez?- preguntó la muchacha a su marido

-Esto no es lo que parece Natalia.

Esa frase había pasado de familiar a cansina para ella. Arturo, que así se llamaba él, se apresuró a cerrar el ordenador y se disponía a soltar de nuevo todo el repertorio de explicaciones, pero… no fue necesario. El cuerpo de Natalia aparecía ante él como nunca antes lo había visto. Parecía haber dejado su brío en cualquier esquina igual que un perro apaleado muchas veces, vencido y cansado.

-Natalia…escúchame por favor.

-Te escucho Arturo, pero por primera vez no te oigo, y es maravilloso. No siento nada, ni bueno ni malo, ni todo lo contrario. ¡Qué sensación!, es la indolencia total.

Arturo no estaba acostumbrado a esta nueva forma de respuesta por parte de Natalia, además ella no seguía preguntando y eso era algo que no entendía muy bien, es más, lo descolocaba bastante  ya que le desmontaba su estructurada batería de respuestas.

-Bueno cariño, será mejor que te tomes la medicación y te acuestes un ratito, está claro que no estás bien.

Natalia le miró tranquilamente y empezó a pasearse por la habitación. No hacía frio allí, o quizás ella no lo sentía, el caso era que nada de lo que  veía le alteraba lo más mínimo. La pantalla del ordenador que acababa de apagarse, le era indiferente, y el móvil…que ese pequeño aparato no le hiciese daño como antes, era toda una victoria. No tenía el más mínimo interés en ojear sus coloridas letras y eso le parecía perfecto. Mientras caminaba, deslizaba su mano sobre los muebles del despacho y  se topó por casualidad con la siempre custodiada agenda azul, y como era de esperar, sintió como la mano impetuosa de Arturo se la arrebataba.

-Perdona Natalia, pero es la agenda del trabajo, ya sabes, es muy importante para mí.

-Tu agenda…tu móvil…tu ordenador…yo… Tus cosas Arturo, tus cosas.

Arturo pensaba en lo complicadas que le parecían las mujeres. “Están locas.”Era lo que siempre decía cuando salía el tema en cualquier reunión. Cuanto más observaba a Natalia, más intranquilo se iba encontrando. Esto no era lo habitual en ella. Lo normal  en esta situación, era escuchar una serie de improperios lanzados en forma de preguntas insinuantes, adornados con gritos y llantos, además de algún lanzamiento de objetos al uso y terminaba con la ingesta de algo que pusiese fin al ataque de ansiedad correspondiente, que siempre era ella quién lo sufría. Pero esto…esto no tenía sentido y lo estaba confundiendo.

-¡Me estás poniendo nervioso Natalia!  ¿Quieres por favor irte a la cama?

-Ay Arturito, no sé qué me está pasando, pero es maravilloso. No sufro… Me importan  poco “tus cosas”.

-Pero Natalia…Ya no me quieres. Eso es lo que te pasa, que ya no me quieres.


-No lo sé. De lo que estoy segura es de que ya, no me “tienes”, y por eso estoy feliz.

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