No se lo podía creer…
Tantos años soñando con ese momento y por fin había llegado. Estaba allí,
encima de la mesa blanca del salón, sin conciencia de lo que suponía para ella
aquella imagen… una preciosa raya rosa.
-Es verdad, no me lo
estoy inventando…- decía Mercedes una y otra vez mirando fijamente al pequeño
artilugio de plástico.
Muchos aparatitos como
ese habían hecho acto de presencia en esa casa, tantos como momentos de rabia y
desesperación para ella. Conseguir la raya rosa se convirtió en una obsesión,
por eso, su mesita de noche estaba llena de libros y revistas cuyo objetivo era
encontrar el camino que le llevara hasta ella, y por fin lo había conseguido.
El tiempo de llorar había concluido y comenzaba el de la felicidad, una vida nueva
se abría paso ante ella y no estaba dispuesta a que nada ni nadie se lo
arrebatara, le había costado demasiado.
Mercedes se vistió
rápidamente, se pintó los labios, señal inequívoca de su alegría, se calzó los
tacones rojos y se fue a la calle. Su destino era una tienda al otro lado de la
ciudad. La trayectoria hacia ese lugar lo estuvo planificando muchas veces,
dónde cogería el metro, en qué parada se bajaría, las calles que tendría que
cruzar hasta llegar allí, y por último entrar en la tienda y adquirir todo lo
necesario para arropar su más anhelado tesoro. Le daba igual comprar cositas
rosas o azules, o mejor aún, blancas o amarillas, así seguro que no se
equivocaría. Mercedes una vez en la calle comenzó su aventura.
La casa se había
quedado vacía, las cortinas estaban echadas todas, menos la del salón. Cuando
Fernando entró por la puerta no encontró nada nuevo. Buscó a Mercedes para
avisarle de su llegada pero al no verla por allí, pensó que estaría en la calle
comprando. Luego se quitó la chamarra marrón, la dejó en la entrada encima de
una silla, seguidamente se deshizo del móvil y de las llaves depositándolas en
una bandeja de piel puesta en la mesa de la entrada para este fin, y se dirigió
al salón. En primer lugar encendió el ordenador, ese era el primer paso de su
rutina diaria, después echó un vistazo a su alrededor para comprobar que todo
estaba bien: efectivamente, los libros de zombies en su estantería, los
videojuegos ordenados, las consolas con sus mandos dispuestos para entrar en acción y las revistas de
viajes amontonadas junto al navegador última generación.
-Todo bien,
perfecto-dijo Fernando.
-Vaya, otra vez el Predíctor
encima de la mesa, esta mujer es incansable por lo menos podía haberlo tirado a
la basura.
Fernando se acercó a la
mesa para recoger el aparato. Algo en él
le pareció distinto y se aproximó para observarlo mejor.
-¿Una raya rosa? ¡No
puede ser, Dios mío!
El hombre miró una y
otra vez el ingenio y no tuvo más remedio que creer lo que estaba viendo.
-Pero no puede ser,
creía que estaba claro que era imposible, pero veo que no, lo ha conseguido.
Me ha hundido- pensó-. Yo no quiero asumir
esta carga, no quiero trabas en mi
camino y tener descendencia supone para mí una contrariedad inasumible. Tener
que ocuparme de alguien que no sea yo, no entra en mis cálculos, acabaría con mi
vida, perdería mi libertad, mis amigos, mis viajes, mi tiempo para jugar. Mi
vida ya no sería mía, ni mi dinero, ni mi espacio. No, decididamente no puedo
aceptar esta situación que supondría mi fin. Recogeré mis cosas y me iré.
Quiero mucho a Mercedes, pero no tanto como para enfrentarme a esto, ya le dije
que tener hijos no era para mí.
Fernando recogió sus
cosas y antes de marcharse quiso escuchar un mensaje que parpadeaba en el
contestador. Una voz de hombre hacía una
pregunta: “¿Te has hecho la prueba cariño?”.
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