lunes, 17 de marzo de 2014

Una raya rosa, por Carmen Gómez Barceló


No se lo podía creer… Tantos años soñando con ese momento y por fin había llegado. Estaba allí, encima de la mesa blanca del salón, sin conciencia de lo que suponía para ella aquella imagen… una preciosa raya rosa.

-Es verdad, no me lo estoy inventando…- decía Mercedes una y otra vez mirando fijamente al pequeño artilugio de plástico.

Muchos aparatitos como ese habían hecho acto de presencia en esa casa, tantos como momentos de rabia y desesperación para ella. Conseguir la raya rosa se convirtió en una obsesión, por eso, su mesita de noche estaba llena de libros y revistas cuyo objetivo era encontrar el camino que le llevara hasta ella, y por fin lo había conseguido. El tiempo de llorar había concluido y comenzaba el de la felicidad, una vida nueva se abría paso ante ella y no estaba dispuesta a que nada ni nadie se lo arrebatara, le había costado demasiado.

Mercedes se vistió rápidamente, se pintó los labios, señal inequívoca de su alegría, se calzó los tacones rojos y se fue a la calle. Su destino era una tienda al otro lado de la ciudad. La trayectoria hacia ese lugar lo estuvo planificando muchas veces, dónde cogería el metro, en qué parada se bajaría, las calles que tendría que cruzar hasta llegar allí, y por último entrar en la tienda y adquirir todo lo necesario para arropar su más anhelado tesoro. Le daba igual comprar cositas rosas o azules, o mejor aún, blancas o amarillas, así seguro que no se equivocaría. Mercedes una vez en la calle comenzó su aventura.

La casa se había quedado vacía, las cortinas estaban echadas todas, menos la del salón. Cuando Fernando entró por la puerta no encontró nada nuevo. Buscó a Mercedes para avisarle de su llegada pero al no verla por allí, pensó que estaría en la calle comprando. Luego se quitó la chamarra marrón, la dejó en la entrada encima de una silla, seguidamente se deshizo del móvil y de las llaves depositándolas en una bandeja de piel puesta en la mesa de la entrada para este fin, y se dirigió al salón. En primer lugar encendió el ordenador, ese era el primer paso de su rutina diaria, después echó un vistazo a su alrededor para comprobar que todo estaba bien: efectivamente, los libros de zombies en su estantería, los videojuegos ordenados, las consolas con sus mandos dispuestos  para entrar en acción y las revistas de viajes amontonadas junto al navegador última generación.

-Todo bien, perfecto-dijo Fernando.
-Vaya, otra vez el Predíctor encima de la mesa, esta mujer es incansable por lo menos podía haberlo tirado a la basura.
Fernando se acercó a la mesa para recoger el aparato. Algo  en él le pareció distinto y se aproximó para observarlo mejor.
-¿Una raya rosa? ¡No puede ser, Dios mío!

El hombre miró una y otra vez el ingenio y no tuvo más remedio que creer lo que estaba viendo.

-Pero no puede ser, creía que estaba claro que era imposible, pero veo que no, lo ha conseguido. 

Me ha hundido- pensó-. Yo no quiero asumir esta carga, no quiero  trabas en mi camino y tener descendencia supone para mí una contrariedad inasumible. Tener que ocuparme de alguien que no sea yo, no entra en mis cálculos, acabaría con mi vida, perdería mi libertad, mis amigos, mis viajes, mi tiempo para jugar. Mi vida ya no sería mía, ni mi dinero, ni mi espacio. No, decididamente no puedo aceptar esta situación que supondría mi fin. Recogeré mis cosas y me iré. Quiero mucho a Mercedes, pero no tanto como para enfrentarme a esto, ya le dije que tener hijos no era para mí.


Fernando recogió sus cosas y antes de marcharse quiso escuchar un mensaje que parpadeaba en el contestador. Una voz de hombre  hacía una pregunta: “¿Te has hecho la prueba cariño?”.

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