¿Conocéis la sensación de
estar a salvo? ¿De sentirte protegido? Así me sentía yo en mi último cuerpo. Limpio,
caliente y cubierto por una vibración y una luz que pocos tenían la dicha de poseer.
Era una esencia bella y
pura, y como tal hacía bella y pura la vida que había ocupado esta vez. Atraía
la curiosidad de hombres y mujeres que admiraban tal belleza, y en un principio
me sentía agraciada por tal admiración. Pero tanta atención no llegó a ser
bueno.
Un pintor fue capaz de ver
más allá de la piel, y se propuso retratar toda esa belleza que decía ver
dentro.
Así lo hizo, y mientras
lo hacía, otros fueron admirando su trabajo, hasta que alguien fuerte y oscuro
fue inyectando poco a poco su influencia en mi vida humana. La oscuridad y
depravación en la que me fue paseando era tan asfixiante y dañina que tuve que
huir al único lugar donde podía reconocerme a mí mismo, sin ser consciente de
que en realidad sería mi encierro.
Soy inmortal, y al
abandonar mi cuerpo y quedar atrapado en este retrato he hecho inmortal al
humano donde debía habitar. Cada mañana lo veo pararse ante mí, levantar la
sábana y mirarme con una sonrisa de satisfacción al comprobar que mientras yo
esté atrapada en este retrato, él puede hacer todo lo que quiera, porque no hay
ley de ninguna naturaleza que pueda vencerle ahora. La muerte, la vejez, o la
enfermedad no pueden tocarle.
En cambio yo sufro gran
parte de todo lo que debería sucederle. Heridas, envejecimiento, deterioro, putrefacción...
Él se ha dado cuenta y no
siente remordimientos, en su lugar, ha decidido taparme y esconderme en el
desván para que nadie pueda verme sufrir sus excesos.
Solo rezo para que
alguien logre encontrarme y destruya el cuadro, porque esa es la única forma de
que pueda salir de aquí y continúe mi camino.
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