viernes, 19 de diciembre de 2014

Alma cautiva, por Sonia Quiveu



¿Conocéis la sensación de estar a salvo? ¿De sentirte protegido? Así me sentía yo en mi último cuerpo. Limpio, caliente y cubierto por una vibración y una luz que pocos tenían la dicha de poseer.

Era una esencia bella y pura, y como tal hacía bella y pura la vida que había ocupado esta vez. Atraía la curiosidad de hombres y mujeres que admiraban tal belleza, y en un principio me sentía agraciada por tal admiración. Pero tanta atención no llegó a ser bueno.

Un pintor fue capaz de ver más allá de la piel, y se propuso retratar toda esa belleza que decía ver dentro.

Así lo hizo, y mientras lo hacía, otros fueron admirando su trabajo, hasta que alguien fuerte y oscuro fue inyectando poco a poco su influencia en mi vida humana. La oscuridad y depravación en la que me fue paseando era tan asfixiante y dañina que tuve que huir al único lugar donde podía reconocerme a mí mismo, sin ser consciente de que en realidad sería mi encierro.

Soy inmortal, y al abandonar mi cuerpo y quedar atrapado en este retrato he hecho inmortal al humano donde debía habitar. Cada mañana lo veo pararse ante mí, levantar la sábana y mirarme con una sonrisa de satisfacción al comprobar que mientras yo esté atrapada en este retrato, él puede hacer todo lo que quiera, porque no hay ley de ninguna naturaleza que pueda vencerle ahora. La muerte, la vejez, o la enfermedad no pueden tocarle.

En cambio yo sufro gran parte de todo lo que debería sucederle. Heridas, envejecimiento, deterioro, putrefacción... 

Él se ha dado cuenta y no siente remordimientos, en su lugar, ha decidido taparme y esconderme en el desván para que nadie pueda verme sufrir sus excesos.

Solo rezo para que alguien logre encontrarme y destruya el cuadro, porque esa es la única forma de que pueda salir de aquí y continúe mi camino.


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