Mauricio llegó a la pequeña
residencia de estudiantes un mes después de comenzar el curso. Su equipaje
consistía en una enorme y vieja maleta y
un estuche que contenía un violonchelo. Acababa de terminar una gira con
su cuarteto de música barroca por algunos pueblos del norte de España. Pero
ahora estaba en la capital, como un universitario más y deseando comenzar la
carrera de psicología.
Su pelo largo recogido en un
coletero, su gabán tres cuartos de un color impreciso entre el beige y verde de
constitución delgada, metro sesenta y cuatro de estatura y su aparente desaliño
parecía definir a un joven débil. Sin embargo también denotaba una mirada
inteligente, una sonrisa franca y unas cuidadas manos que desentonaban un poco
con su aspecto general.
Llamó al timbre de lo que iba a ser
su hogar en los próximos meses ignorando que también se iba a convertir en su
infierno en los siguientes días. Era carne de cañón. El único novato de la
residencia. El resto de los inquilinos rozaban los veinte cinco años,
repetidores asiduos, incluso alguno en el último año de la carrera.
Esa misma noche fue víctima de la
primera novatada. Lo levantaron a las tres de la mañana y lo obligaron a
ducharse con agua fría. Después permaneció en la calle tiritando durante una
hora. Ya le habían avisado de la práctica de semejantes pruebas, aunque siempre
pensó que eran exageraciones
Al día siguiente lo acorralaron
entre varios. Tirado en el suelo lo inmovilizaron entre cuatro para raparle la
cabeza. Intento liberarse de sus agresores, lo que le ocasionó una visita al
ambulatorio para que le curasen algunos cortes en la cabeza. Después en una
peluquería intentaron arreglarle como pudieron los trasquilones. Cuando llegó a
la residencia sus compañeros le esperaban en el salón y le chillaron cuando
pasó de largo:
-¡Eh! Novato, ¡Qué lo hacemos para
espabilarte! ¡Qué pareces recién salido del pueblo! –Y se quedaron cuchicheando
y riendo, posiblemente planificando la siguiente novatada.
Mauricio se miró al espejo y
exclamó- ¡Serán bestias! Los cortes que me han hecho... -Se probó como pudo un gorro de lana y viendo
que le molestaba dijo- No hace frío, y ¡Qué más da, el pelo crece!
No habían pasado tres días cuando
sin saber cómo habían conseguido una copia de la llave de su habitación.
Estuvieron interrumpiéndole durante horas incluso por la noche. Esa novatada
acabó cuando entró el más veterano. Mauricio le estaba esperando detrás de la
puerta y le sujetó del brazo al mismo
tiempo que le hacía una zancadilla. El veterano, Tomás, cogido por sorpresa
sólo consiguió escuchar -¡Basta ya! ¿Vale? Cuando cerró la puerta la atrancó
como pudo. No le encontraba sentido a aquellas vejaciones, que ellos llamaban
novatadas. Había estado a punto de comportarse igual, pero menos mal que en el
último momento le agarró. Y él no era así. Quizás lo más inteligente sería
encontrar otra residencia, pero a estas alturas del curso sería bastante
difícil. Ya le había costado encontrar ésta.
La respuesta no se hizo esperar al
día siguiente en el comedor le retiraron la silla y se calló. Le empezaron
a insultar ¡Palurdo! ¡Inútil! . Se
levantó como pudo. Divisó a Tomás al fondo ajeno a lo que estaba pasando. Se
cruzaron las miradas Tomás negó con la cabeza, ésta vez no había intervenido en
la novatada. Mauricio y se dirigió a su
cuarto. Notaba pasos detrás de él. Le estaban siguiendo.
Su cara colorada y rígida mostraba la tensión que
estaba soportando. Abrió la puerta de su habitación, deseando refugiarse en las
cuatro paredes. Encerrarse con llave y alejarse durante un rato de las bromas.
Se quedó boquiabierto cuando vio en
que se había reducido su dormitorio. No se imaginaba como lo habían conseguido
pero los muebles habían desaparecido: Cama, mesa de estudio, mesilla y las
puertas abiertas del armario mostraban las perchas y los cajones vacíos. Todo se había evaporado
excepto una silla en mitad de la habitación y el estuche del violonchelo que
permanecía apoyado en un rincón. Rezó para que no le hubieran tocado el
instrumento
Escuchó las risotadas de sus
compañeros detrás de él. Y sentía como sus miradas se le calvaban en la nuca.
Involuntariamente se le humedecieron los ojos y sintió como se les deslizaban
las lágrimas de indignación por la cara. Movía un pie hacia delante y hacia
atrás como meditando la decisión que iba a tomar de inmediato. Abría y cerraba
las manos con fuerza. Se estaba conteniendo. Esperó en silencio. Reparó en las
dos únicas cosas que le habían dejado dentro. El ritmo cardiaco de le aceleró y
numerosas partituras le vinieron a la cabeza. Decidió actuar como siempre había
hecho cuando las circunstancias le desbordaban.
Entró en la habitación cogió el
violonchelo. Se sentó en la silla. Abrió los cierres lentamente sin mirar a su
público que lo observaba con sonrisa
sarcástica. Respiró profundamente, habían respetado el instrumento. Se inclinó para pillar el puntal con la cinta a la pata de la silla.
Después sus piernas rodearon el chelo y
lo inclinó contra él. Lo acarició y colocó sus dedos a distinta distancia del
mástil. Empezó a frotar el arco contra las cuerdas para afinarlo. Su
concentración le iba absorbiendo poco a poco. Empezó a tocar. Las lágrimas
habían dejado de brotar hacía minutos.
Aquel acoso, aquella humillación nunca
justificada por diversión o por una malentendida integración se fue eclipsando
con las notas del violonchelo. El sonido que Mauricio le arrancaba era como su
voz.Una voz humana desgarrada por la ira, por la cólera, por el inconformismo.
Hasta que poco a poco se fue apaciguando.
Su propósito había sido calmarse,
huir de aquel momento. Pero sus efectos además fueron otros: No sólo la música
llegó a todos los rincones de la residencia sino también al corazón de sus
agresores. Avergonzados
los residentes que habían pretechado la última gamberrada empezaron a devolver
sus cosas colocando los muebles y la ropa en su sitio. Si hicieron ruido él no
se enteró.
Cuando terminó al cabo de hora y
media, sin descaso, levantó los ojos y miró a su alrededor. Se sintió aliviado.
Habían colocado hasta la papelera en el mismo sitio. Se asomó al pasillo que
estaba desierto y silencioso. Cerró la puerta. Se apoyó en ella y llevándose la
mano a la cabeza mientras se acariciaba un incipiente pelo exclamó: ¡Por
fin!¡Por fin! Se acabaron las novatadas.
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