Para Alberto la Navidad
empieza aproximadamente el 15 de septiembre o, a más tardar, a partir del 2 o
el 3 de noviembre, justo cuando pasan los días "de los santos". En
cuanto se acaban las vacaciones de verano y vuelve al colegio, él siente que la
Navidad se acerca. Pero si pregunta a sus
padres le contestan que falta mucho
todavía. Aún así, Alberto insiste porque sabe que para los mayores el tiempo va
a un ritmo diferente al de los niños.
El chaval, rubio y
delgadillo, ha cumplido 9 años en pleno
verano. Es el benjamín de la familia y aunque él se ve mayor, sus padres lo
tratan como si fuera aún más pequeño. Se equivocan. Alberto es un gran
observador, percibe cualquier cosa que sucede a su alrededor, se expresa con
precisión y tiene buena memoria. Por eso recuerda perfectamente que su "seño"
les dijo que al terminar el primer trimestre llegarían las vacaciones de
Navidad.
Así que este año, no ha
cesado en sus intentos y ha logrado instalar su nacimiento doce días antes del
puente de la Inmaculada. Sacó las cajas del armario de la cocina y en poco más
de una hora lo tenía colocado en la vieja cómoda que en casa se usa a modo de
entradita. Le ha quedado muy resultón, aunque en el huerto hacen falta más
verduras. Así se lo ha trasmitido a su madre en varias ocasiones en los días
siguientes. Ella no le ha prestado mucha atención, pero Alberto sabe que al
final sucumbirá a sus peticiones.
Como cada año, la familia
de Alberto hace una visita a la ciudad para disfrutar de la decoración navideña
dando un paseo por las calles más céntricas. La calle San Fernando, la avenida
de la Constitución, la plaza Nueva y la de San Francisco, la calle Sierpes, la
calle Tetuán, la Plaza del Salvador. ....Todas ellas lucen espléndidas con
grandes bolas, estrellas o lámparas luminosas que deslumbran la mirada del
chiquillo. A él le gustan mucho, pero su mayor interés está en los puestos de
los belenes, donde podría pasarse el día entero contemplando figuras, animales
de todo tipo y complementos variadísimos. Alberto se lo compraría todo.
Durante un buen rato, han
transitado de puesto en puesto comprobando las distintas clases de verduras que
el niño anhelaba. Había tantas que no sabía cuales elegir. El frío de la tarde
iba en aumento así que sin pensarlo más decidió comprar tres matas de tomates,
dos hileras de zanahorias y una de lechugas. ¡Ahora sí que tendré un huerto
bonito! pensó el muchacho ilusionado. Con la bolsita de sus tesoros en la mano
fueron camino de la estación del metro de la Puerta de Jerez deseando llegar a
casa y plantar su adquisición. En el andén había mucha gente y el grupo
familiar se unió instintivamente. Alberto sentía cómo su madre apretaba su mano
derecha mientras él sujetaba con la otra la bolsa. Su padre arropaba a ambos
por detrás, a él le parecía una gran
muralla protectora y se sentía seguro. Sin embargo, cuando llegó el tren la
marabunta de personas que salían del mismo chocó con los cientos de hombres,
mujeres y niños que, misteriosamente, se
habían puesto de acuerdo para volver a casa. Y formando parte de aquel río
desbocado, nuestro amigo, sin soltar la mano de su madre, entraba en el vagón
asustado, pero aliviado por seguir junto a los suyos. Sin embargo, al instante
se percató de que algo le faltaba en su otra mano.
Al parecer, en pleno barullo
había soltado la bolsa sin darse cuenta. Antes siquiera de decir nada miró a
través del cristal repleto de huellas y se le rompió el alma al observar debajo
de un gran zapato negro las rojas letras bordeadas en negro de La casa del
belenista. Era su bolsa, estaba seguro y ya no había remedio. Bueno, pensó
Alberto, creo que tenemos plastilina en casa. Mi madre seguro que sabe hacer
algunas de las verduras que he perdido. En unos segundos sus ojos brillaron de
nuevo imaginando el gran número de hortalizas caseras que, gracias a la
destreza de su madre, convertirían su
infantil plantación en el vergel que había soñado.
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