Volar, por Juan Carlos García Reyes
Yacía
en el suelo sin moverse, sin respirar. La cara hundida entre la arena; el
cuerpo desmadejado. La ropa estaba intacta y seca, lo que le hacía pensar que
no había sido arrastrado hasta el pie del acantilado por el mar. Lo observaba
con temor, con precaución, pues no quería acercarse demasiado al borde del
precipicio y caer.
Aquella
silueta le resultaba familiar: su forma de vestir, su menudo cuerpo… sus
zapatillas de deporte. El pelo era de un extraño color plomizo como el suyo.
Pero algo resultaba extraño: en su pueblo no había nadie con un pelo como él.
Debía ser el hijo de algún turista que se encontrara por la zona.
La
forma en la que el cuerpo estaba sobre la arena le hizo pensar que aquel joven
individuo se había lanzado o tal vez caído desde el acantilado, cerca de donde
Luis se encontraba.
Él
acababa de llegar corriendo y no había observado nada extraño. No se veía por
allí ningún otro niño que pudiera estar jugando con quien estaba tirado sobre
la arena. Debía ser otro solitario como Luis, al que le gustara también ver
ponerse el sol sobre la línea del horizonte, donde las nubes y los reflejos del
mar se mezclan formando un caleidoscopio de sensaciones.
Tuvo
la intención de acercarse un poco más, pero el miedo que tenía a las alturas le
hizo desistir de ello. Se extrañó cuando algunos niños llegaron al borde del
acantilado y no repararon en él. Los llamó a gritos, les avisó del peligro de
acercarse tanto, pero no le oían. Hacían como si no lo vieran, como si él no
estuviese allí.
De
pronto oyó a lo lejos unas sirenas sonar. Vio cómo se acercaba la policía por
la playa hasta el cuerpo inerte. Empezaron a bajar agentes de los vehículos… y
una mujer que lloraba desconsolada.
La
observó porque creía reconocerla. ¡Era su madre! ¿Qué hacía su madre allí? – se
preguntó -. La vio llevarse las manos a la cara cuando los agentes empezaron a
girar el cuerpo. La nitidez de la escena era clara. Reconoció en el cadáver su
propio rostro. Se hallaba destrozado por el impacto contra el suelo, pero aun
así pudo verlo fácilmente. En ese momento recordó cómo había discutido en su
casa y salió corriendo queriendo escapar, dejarlo todo… volar.
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