Cintia vino a casa a eso
de las ocho, como cada mañana. Hizo su trabajo, recogiendo y limpiando todo, y
me dejó la comida preparada. No suele ser muy
habladora, pero últimamente se estaba abriendo un poco más. Parecía estar un
poco más dispuesta a quedarse un rato para charlar.
La invité a quedarse a
comer, y sorprendentemente había aceptado. Contando que soy un militar
retirado, que bien podría ser su padre, fue toda una sorpresa para mí que
accediese a quedarse y hacerme compañía un poco más.
Me agradó ver su rostro
sonriente por primera vez, sus hombros relajados mientras cortaba el filete y
lo mojaba en la salsa a la vez que me contaba lo que había pasado en la cola
del supermercado. Cuando terminamos de
comer ella se ofreció a hacer café y yo me puse a buscar fotos de unas de las
misiones que hice con mi batallón.
Su móvil sonó cuando se
disponía a entrar en la cocina. Ella miró la pantalla y su rostro palideció.
Pobre niña, le tembló la mano con la que sujetaba el teléfono. Me preocupó ver
ese acto de miedo, me hizo recordar aquellas caras asustadas de las pobres
víctimas que recuperábamos con vida en aquellas misiones.
Dejé la caja de fotos en
el estante y me acerqué a ella.
-¿Ocurre algo, dulce?-
Siempre la llamaba así, y ella en lugar de reprenderme por la palabra como
solía hacer, la obvió esta vez, más bien no reparó en ella.
-No… no es importante,
p-pero es… mejor que vuelv-vuelva a casa.
Acto seguido cogió sus
cosas y se marchó corriendo.
Di varias vueltas por el
salón, no podía dejar de pensar en ello. En el temblor de sus manos, el
tartamudeo en sus palabras, y la palidez extrema que había vuelto sus labios
azules. Pasaba algo, estaba en peligro, debería de ir a ver si estaba bien. No
tenía su dirección, no sabía donde vivía, ella nunca había dicho cuál era.
Nunca quiso un contrato legal ni una nómina. Se lo había ofrecido, pero ella
prefería el sueldo en efectivo y en dinero negro, que no estuviera registrada
en la seguridad social. Siempre me había parecido que quería esconderse, pero
no se veía una persona que huyese de la ley, más bien huía de alguien, y esa
llamada corroboraba sus sospechas.
Cogí las llaves y fui en
coche hasta la parada del autobús, ella cogía esa línea todos los días. Allí
estaba, de pie, mirando en la dirección por donde tenía que venir el
transporte. Me mantuve a distancia y esperé, observándola. Sujetaba el bolso
con demasiada presión, y movía las piernas con ritmo impaciente. Cogí los
prismáticos de la guantera. Era de locos tener unos prismáticos guardados en el
coche. Y una pistola. Pero cada cierto tiempo necesitaba irme en medio de la
nada y disparar a algo vivo, aves, conejos, lo que fuera para calmar esa sed
violenta de matar que me había creado el ejército.
El autobús llegó y ella
se pasó los ojos por las manos antes de coger la cartera. La vi sentarse por
las ventanas del vehículo y taparse las manos con la cara. Seguí al bus de
cerca y me enfureció ver que ella miraba a todas partes, fijándose en las caras
que tenía alrededor con el ceño fruncido y tocándose la boca con dedos
temblorosos.
-¡Maldita sea!- No me
había equivocado, huía de alguien.
Iba conduciendo justo
detrás de ella. No me preocupaba que me descubriera, Cintia nunca había visto mi
coche. Le tenía prohibido entrar en el garaje para que no viera el arsenal de
armas que poseía, los uniformes y algunos informes de mi pasado que no quería
que nadie supiera.
El autobús había
recorrido media ciudad cuando ella se bajó. En un barrio de obreros donde la
gente solía detenerse a hablar con los vecinos. Pobre muchacha, se
escondía de alguien, se había separado de sus seres queridos para huir de ese
alguien, echaba de menos a esas personas y sustituía esa añoranza por el roce
verbal de un barrio de vecinos cotillas.
Aparqué el coche al otro
lado de la cera, frente al portal por el que ella había entrado. Calculé el
tiempo que tardaría en subir al primer piso, no hubo movimiento en la casa. El
segundo, tampoco. El tercero y último. Unas cortinas se corrieron, las otras
permanecieron abiertas. Pasó el tiempo y todo
parecía normal, pero algo no estaba bien, mi instinto me decía que no me fuera
todavía.
Pasaron los minutos…
media hora… una… hora y media… Nada, y sin embargo mis entrañas me decían que
siguiera vigilando. Ella había estado demasiado asustada para que no fuera
nada. Una ventana se abrió en
el piso de Cintia y un hombre se asomó y encendió un cigarro.
Cogí los prismáticos para
ver más de cerca, el tipo sonreía, sujetaba el cigarro con una mano con
nudillos ensangrentados, la camisa interior estaba rota y manchada de sangre, y
el cabrón aún tenía sudor en el cuerpo del esfuerzo de poder sobre Cintia. Algo se apoderó de mí,
una mezcla de odio y anticipación. Era como si la rabia por darle su merecido
se combinase con el nerviosismo de montar en una atracción esperada por mucho
tiempo.
Cogí el arma y fui hasta
el bloque de pisos de Cintia. Subí al tercero y destrocé la cerradura de un
disparo. El agresor se giró sin entender qué sucedía, eso me encantó. Guardé el
arma en el bolsillo de mi cazadora y
caminé hasta él, despacio, disfrutando de su confusión.
-¿Quién eres tú?
Le noqueé la nariz con un
golpe seco, se la hundí en la cabeza de modo que la sangre se le atorara en la
boca y no lo dejara hablar, lo giré antes de que pudiese reaccionar, y reí en
su oído.
-Alguien que desearías
que no estuviese aquí en este momento.
Estampé su cabeza contra
la pared, lo abofeteé cuando vi que perdía el equilibrio, no quería que
perdiese el conocimiento. Lo saqué a tirones del salón y busqué por la casa,
encontré a Cintia tirada en el suelo del baño, medio inconsciente. En el lavabo
había restos de sangre, el espejo estaba roto y contenía mechones de su pelo.
Su frente estaba abierta, y ella intentaba mantenerse despierta, sin ver
realmente qué sucedía a su alrededor.
-Angel…
Escuché, en un susurro
que salía de sus labios amoratados.
-¡Eh! Mira hacia delante.
El tío lloriqueó cuando
le agarré del pelo, se atragantó con su propia sangre y miró hacia el espejo,
le estampé la cara contra los cristales rotos. Gritó y pidió que parase.
-Mira al lavabo
-No… ¡No!
Lo estampé contra el
lavabo y lo dejé caer al suelo. Su cuerpo empezó a convulsionar, hacía
gorgoritos con la sangre que se acumulaba en su garganta, puse un pie en su
pecho y lo mantuve allí cuando intentó incorporarse. Y esperé hasta que dejó de
moverse, hasta que su mirada se perdió en el techo. Ya no haría daño a Cintia
nunca más. Ella podría recuperar esa vida que había estado añorando.
-Angel… me has escuchado
Angel... Ella creía que
era un ángel. Le acarició la cabeza y le sonrió antes de irse. En la calle paró a una
adolescente y le pidió prestado el móvil. Llamó a la policía, describió lo que
había sucedido y le entregó el móvil a la chica antes de montarse en el coche.
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