miércoles, 30 de octubre de 2013

El dinosaurio estaba allí, por María del Mar Quesada.



En la recepción de un hotel están sentados un hombre y una mujer de unos setenta años. Ella está bien vestida y recién peinada, él tiene el pelo blanco despeinado por detrás y la cara un poco descompuesta; tembloroso, le cuenta a su mujer:
-       Cariño, ¡no te vas a creer  lo que me ha  pasado! Mientras estabas en la peluquería, me senté en el bar para leer el periódico y tomar un café. Me fui directamente a la sección de cultura, porque la política y la economía  ya no me interesan, me ponen de malas pulgas. Y me encontré con un artículo sobre los microrrelatos, que no son otra cosa que cuentos en miniatura, unas pocas palabras para contar una historia. Bueno pues resulta, que el inventor del microrrelato es un tal  Augusto Monterroso, que ha escrito un relato que solo tiene siete palabras y dice: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Y yo pensé: ¡Vaya porquería de cuento! hasta en la sección de cultura lo ponen a uno de mala leche.  Así que cerré el periódico, pagué el café y me fui a donde habíamos quedado, pero como hacía tanto calor, te esperé dentro.
 De pronto, no sé cómo, sentí que estaba tirado en suelo y un aliento fétido inundaba  mi cara. Cuando me  desperté y abrí los ojos ¡El dinosaurio estaba allí! Me miraba a mí con esos ojos siniestros, su cabeza estaba encima de la mía, era enorme. También sentí como una gran pata presionaba mi pecho, me aplastaba y se hundía en mi cuerpo, ¡Era otro dinosaurio! Estaba aterrorizado ¿Qué estaba pasando? ¿Iba a ser devorado por  dos dinosaurios? Me costaba respirar por la presión,  veía borroso sin mis gafas, apenas oía nada. Imaginé que era el silencio de la muerte.
 Cuando me atreví a mirar al que me pisaba el pecho, vi que era más pequeño y de color gris. Tenía pinta de humano. Rápidamente me pregunté si sería un vigilante, si era así, estaba salvado, él tendría pistola. Así que le grité horrorizado: “¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Dios mío, que nos devora!”
 Poco a poco empecé a escuchar  risas  y me preocupé “¡Dios mío, también caníbales!” No sé si lo dije en voz alta, pero las risas se escucharon más fuertes todavía. Algo me puso las gafas en los ojos y pude ver que había más dinosaurios a mí alrededor. ¿Dónde estaba? Cuando me incorporaron estaba rodeado de humanos. En ese instante, recordé que había quedado contigo en el museo y estábamos de viaje en Teruel.

¡Desde luego, Inocencio! yo sé que la jubilación te da mucho tiempo para pensar y leer historias fantásticas. Pero por favor, deja las pastillas para dormir, que no te hacen falta. 

Talantes, por Matilde López de Garayo.


Me había cansado de las peleas con mis padres, del continuo fracaso en los estudios, de la falta de libertad, del abatimiento general que me acompañaba a todas partes, de los momentos eternos, sentada en el parque sin hacer nada, solo pensando  que no estaba a gusto con mi vida, que no era feliz y que me encontraba tan perdida que ignoraba que dirección elegir.
  
Y por eso me independicé, salí de mi casa sin la aprobación de mis padres, con recursos económicos mínimos, con una carrera universitaria  sin terminar que detestaba, y cargada de fantasmas, complejos  y un provenir totalmente opaco.

Me había costado mucho decidirme, noches de insomnio, búsqueda de piso a compartir barato. Armarme de valor para decir ¡Basta ya! No aguanto más la situación.

Acomodándome en una pequeña habitación del piso que compraría con otras dos chicas intentaba reconstruir una vida que se me antojaba  gris, acompañada siempre de la  sensación de fracaso.

Yo intentaba sonreír a la vida, pero lo debía de hacer mal ya que ella me contestaba con una simple mueca, o eso pensaba yo porque a mi alrededor las cosas comenzaron a cambiar poco a poco. Empecé a aprobar los exámenes,  cuando visitaba a mis padres  me trataban de otra manera, inclusos mis amigos iban notando una transformación hacia una persona más madura, más serena, más equilibrada.

Sin embargo mi daño debía ser profundo porque yo no valoraba estos cambios y me regodeaba sintiéndome infeliz, sin darme cuenta que contaba con toda la libertad  para dirigir las riendas de mi vida hacia donde yo quisiera.

Llevaría unos ochos meses con mi nueva vida cuando recibí una llamada. Era de una antigua compañera de la carrera, Gracia .Me preguntó si me acordaba de ella. ¿Cómo no me iba acordar?

A mi cabeza llegaron retazos de hacía tres años, de una chica perfecta, por lo menos así me lo parecía a mí. Alta, esbelta, estrella en el baloncesto de la facultad y con unas notas altísimas. ¿Por qué algunas personas tenían las cosas tan fáciles?. Era cierto el dicho de que “Unas nacen con estrellas y otras estrelladas”, estaba claro yo era de estas últimas. En las listas de aprobados su apellido resaltaba por ser doblemente compuesto, después debía estar el mío, casi , casi nunca aparecía.

 Le perdí la pista cuando repetí segundo, según mis cálculos y por la trayectoria que llevaba, debería haber terminado en junio del año pasado y con sus notas, seguro que le había fichado alguna firma de auditoria.

Cuando me recuperé de la sorpresa, o más bien del coletazo de autocompasión que me había provocado su llamada, le pregunté que  qué quería, sintiéndome pequeña pensando en quién estaba al otro lado de la línea.
-Necesito que me des clases de Análisis Contable.
-¿Qué? ¿Para un trabajo?–  Respondí
-No, este año me he matriculado de cuarto.
-¿No has terminado?
-Ya te contaré, pero  me han dicho que tus impartes clases particulares.
-Si.., pero no de una asignatura que todavía no he aprobado – No entendía nada ¿Gracia pidiéndome ayuda?
-Necesito las clases, me da igual, que no la hayas aprobado, te las vas preparando a la vez que me las explicas.

La conversación no dio más de sí, llegamos a un acuerdo, se las cobraría más baratas, y como me avisó que alguna vez me daría plantón, si no me avisaba a tiempo me pagaría la mitad.

La primera clase fue extraña, como extraña me pareció su excesiva delgadez y sus ojeras que había intentado tapar con maquillaje. Me contó su último año, empezó a sacar notas más bajas, perdió la beca, y sus padres le atosigaban tanto que calló en una depresión. Un día decidió no levantarse de la cama y permaneció así cinco meses. Ahora se encontraba mejor y su psicóloga le había aconsejado que retomara las clases. Me confesó que se encontraba sin fuerzas.

No es fácil expresar lo que sentí cuando me despedí de ella hasta la siguiente clase, que me dio plantón y la siguiente y la siguiente. Extrañada me atreví a llamar a su casa. Sus padres ignoraban que su hija hubiera pedido ayuda para los estudios, y de mala manera me informaron que al novio le había salido un trabajo en el extranjero y se había ido con él, ¡Que ingrata! Eso fue lo último que escuche antes de colgar.

Muchas veces he pensado en Gracia, me he preguntado si le fue bien en el extranjero.
Espero que sí. Son historias que sólo conoces retazos, que nunca, o quien sabe, sabrás lo que le pasó. Pero si es verdad que me hizo meditar en aquel tiempo, y que muchas veces la tengo presente en mi vida.

Un hecho aislado  no te da la solución a tu vida, no es la panacea para entenderla, pero si para darte un empujoncito hacia delante. En mi ofuscamiento de ser una pequeña victima de la vida no me di cuenta de muchas cosas, entre ellas de que prejuzgamos a las personas sin conocerlas, jamás pensé en las tensiones que podía estar sufriendo Gracia, sólo veía una parte de su vida, la social. Tampoco valoraba todas las aptitudes que la Vida  me había obsequiado.

Poco a poco he aprendido que aunque tu camino parece trazado de antemano, lo puedes modificar con tu actitud ante la adversidad, y ¡Cómo no! Me he convencido de que la vida sonríe a quien le sonríe a ella.

El Desliz, por Ana Cruz Carrillo.


La sala de incineración del cementerio estaba absolutamente llena. Isabel, en la primera fila de asientos, rodeada de sus cuatro hijos, apoyaba la cabeza sobre Pedro; el mayor de ellos. Sentía sus brazos rodeándole los hombros. Estaba abrumada por los acontecimientos de los dos últimos días, se sentía como borracha, sin el control de sus sentidos. Claro que también contribuía a ese estado como de embriaguez el Diazepam que le venían administrando cada seis horas desde el jueves a las cuatro de la tarde. Cuando encontraron a Pedro desangrado en la puerta de su casa. 
Todos los allí presentes desfilaron ante ella y sus hijos para darles el pésame por la terrible pérdida sufrida. Besos, abrazos y lágrimas, propios y extraños, que contribuían aún más a acrecentar esa sensibilidad como de no estar allí.
Tenían costumbres Pedro y ella que eran ya rutinas afianzadas en su largo y tranquilo convivir, matrimonio de más de cuarenta años. En la casa de la playa, levantada palmo a palmo por este hombre que es un manitas, de tan perfeccionista rayando en la manía, acicalada con unas perras que vinieron cuando lo obligaron a prejubilarse: estas ventanas, el un aire acondicionado, otra habitación para los nietos... La rutina era parte del descanso: Pedro se levanta temprano, va a por el pan y juntos desayunan. Mientras da su paseo matutino su mujer va preparando el almuerzo. A él no le gusta mucho la playa, sin embargo Isabel esta todo el año tostada. Así que ella se baja a media mañana y cuando Pedro termina de sus habituales obras de  bricolaje, más pronto o más tarde según la envergadura, va a buscarla. Se paran a tomar un aperitivo en "Casa el Tique" y si está alguno de sus hijos los esperan por aquí, ellos van a su ritmo. Por eso el jueves Isabel se extrañó de que fueran más de las dos y Pedro no andaba por allí aun. 
Es extraña esta sensación de frio, pensaba Pedro. "No  quiero pensar que esto sea así. No puede ser. ¡Pero parece que va a ser... Dios mío! Si me escuchas, ayúdame, nadie más me escucha, no tengo voz. No me puedo mover. Y me estoy helando..."
"Bajaré a comprar las escuadras para el estante del baño. Me acerco a la ferretería y después me paso a por esta mujer, que como me pare a ponerlas, y mira que sería un momento, se enfadara porque tardo".

En el descansillo que hay entre los dos tramos de escaleras hay una burda pero según Isabel muy decorativa imitación de un alto jarrón chino. Pedro con la cabeza puesta en las escuadras que debe escoger sufre un desliz. El último desliz. Un traspiés que le hace caer de bruces sobre el dichoso jarrón. Se hizo añicos. Veras Isabel, pensó, subiré a pie la escoba. No se apercibió del reguero de sangre que iba dejando al subir las escaleras hasta que al intentar meter la llave en la cerradura todo se volvió borroso. Y entonces sintió un escozor bajo el brazo izquierdo, se llevó la mano a la zona que notaba cada vez más fría y extrajo un trozo de porcelana incrustado en su carne. Aún más rápido que sus rezos se le escapó la vida por aquella sección de la aorta.

lunes, 28 de octubre de 2013

Hora: las 5 y 23 minutos, por María del Mar Quesada.


La llamada que temía, llegó. Llegó un viernes por la tarde a las 5 y 23 minutos. La llamada era de su hermana para comunicarle que su abuela se estaba muriendo, aún estaba consciente, así que podía  ir si quería despedirse de ella.

Fabián sabía que esta vez tendría que ir, no podía escudarse otra vez en el trabajo, como había hecho en los últimos meses. Él no podía confesar abiertamente que no sabía cómo enfrentarse a ciertos miedos, y uno de ellos era la enfermedad terminal de una de las mujeres más importantes de su vida, su abuela María.

La última vez que la visitó fue en Navidad, se aventuró a visitarla solo, y cuando salió de la casa, Fabián se sintió confuso, apenado, triste y furioso. Le impactó tanto el deterioro físico de su abuela, una mujer convertida en  un  saquito de huesos y piel con el pelo blanco, corto y la mirada perdida, que decidió  negar la evidencia de lo real, esconderse y  no viajar al pueblo.

Pero aquel viernes de mayo sabía que tendría que ir. Llegó al pueblo el sábado por la mañana y se dirigió a casa de su hermana, como ella no estaba, se quedó con sus sobrinos charlando cerca de una hora. Mientras se dirigía andando a la casa de su  infancia, se detuvo con todos los vecinos que encontró a su paso. El tiempo apremiaba, pero Fabián lo dilataba.

Cuando llegó, le abrió la puerta su hermana y ésta se echó a llorar, él pensó que había llegado tarde, pero ella le comentó, entre sollozos, que había pasado toda la noche llamándolo, parecía que lo estuviera esperando. Entró en el dormitorio de su abuela y se encontró un ser que no tenía nada que ver con aquella mujer fuerte que lo había criado. Tenía los ojos cerrados, parecía dormida, Fabián se sentó en la cama, le tomó la mano y dijo en voz baja:

-          Abuela,  soy Fabián, tu nieto.
María abrió poco a pocos sus ojos ciegos y preguntó:
-          ¿Fabián?
-          Sí abuela, tu nieto.
-          Mi nieto, hace tiempo que no lo veo.
De pronto, Fabián sintió como la olla a presión llena de emociones contenidas que  guardada en su interior, estalló. Rompió a llorar, un llanto callado que le abrasaba. Se acercó más a  su abuela y le susurró al oído entre hipidos:
-          Abuela, lo siento… Siento no haber venido a verte, he sido un cobarde. No quiero perderte. Abuela, te quiero. Eres la mujer más importante  de mi vida. Te quiero tanto,…abuela…



María cerró los ojos, respiro lentamente, levantó torpemente el brazo para buscar la cara de Fabián y  éste  le sujetó su mano huesuda.

-          Fabián, mi nieto… es un niño tan sensible. Él  quiere ser fuerte y parecer fuerte, pero su corazón está muy dañado… Perdió a sus padres tan pequeño…. No viene  porque le da miedo verme enferma y vieja,… Mi pequeño. Lo conozco… sé que me quiere, siempre me lo dice en voz baja, teme que si lo dice en alto, me apartarán de su mundo.... Fabián, estoy muy cansada, cuida de nuestro nieto y dile que lo quiero mucho y que estaré con él, siempre.

El brazo de  María se deslizó hasta la cama, sus ojos cerrados se relajaron. A las 5 y 23 minutos, dejó de respirar y dejó este mundo. El médico confirmó el fallecimiento y puso en el informe, hora del deceso: las 5 y 21 minutos.

Cuando Fabián lo leyó, pidió rectificar la hora y lo explicó:


-          Mire doctor, ha fallecido las 5 y  23 minutos. Si le quita los últimos dos minutos, a ella le arranca  vida y a mí me quita sus palabras. Yo sé que suena ridículo y que dos minutos parecen nada, pero para ella han supuesto morir en paz, y para mí, suponen  paz en mi vida.

La gata que quería zapatos rojos de tacón, por Carmen García Vázquez.



Las pesadillas no le habían dejado dormir, gatos maullando, insectos revoloteando, calor, sudor....había pasado mala noche. Ya lo habían anunciado en televisión, abriendo todos los informativos "ola de calor con temperaturas históricas no conocidas desde hace 50 años" Y como siempre aparecían imágenes de Sevilla y sus termómetros superando los 45º. Somos noticia por el calor y el folclore, cuantos tópicos, pensó.

Decidió salir a la calle a despejarse y tomar la temperatura de la ciudad por si misma.

Solo tenía que asomarse al balcón del ático para divisar la más reciente y polémica de las construcciones públicas de los últimos tiempos, el Metrosol Parasol ótambién llamado popularmente "Las Setas"  y algunas cosas más que solo se les puede ocurrir a los sevillanos con su particular guasa.
A ella, en realidad, le gustaba le parecía una obra interesante aunque desmedida para el reducido espacio de la plaza que ocupaba, y no podía dejar de reconocer que había revalorizado la zona ya que hasta entonces deprimida y excluida del casco histórico.

Caminaba lentamente entre los pocos viandantes que a esas horas de la mañana y siendo segunda quincena de agosto habían salido con la excusa de encontrar la super ganga de las rebajas. No sabía porque tenía fijación por el calzado y no podía evitar mirar a todos con cuantos se cruzaba. Realmente la gente se cuida poco los pies y algunos modelos hacían daño a la vista y a su sensibilidad estética. Tenía su preferencia, zapatos de salón color rojo, esos siempre le hacían mirar hacia arriba para ver quién los llevaba y si el resto de su look iba en consonancia. La mayoría de las veces eran mujeres atractivas y seguras de si mismas. Normal un zapato rojo de tacón no lo lleva cualquiera. Disfrutaba mirando los escaparates, aunque en rebajas no tenía mucho interés, carteles que decían "todo al 70%" o "SALES" seguro que los británicos no usan nuestro lenguaje como reclamo, así somos para todo.

Mientras caminaba pasó rápidamente por delante de un espejo, se paró en seco, sacudió la cabeza y volvió sobre sus pasos dando marcha atrás, parpadeó varias veces para asegurarse que la imagen reflejada era la suya.

Siempre se había sentido muy felina con sus ojos azules, luminosos y mirada misteriosa incluso por su andar grácil y sensual pero no podía ser  que semimetizarse hasta ese punto. ¿Que había pasado con su cuerpo?¿Que extraño pelaje le cubría? No se reconocía. Un vistazo rápido por toda ella y se paró en su pezones que estaban apenas a un palmo del adoquinado caliente, maloliente y sucio. ¡Oh Dios! descalza y totalmente desnuda, frente al escaparate de su tienda de zapatos favorita en la zona mas comercial y transitada de la ciudad. Su impulso inicial fue el de cubrirse sus partes intimas con las manos, pero no tenía manos sino patas. 1...2...3...4 las contó para asegurarse y descubrió que en lugar de dedos había garras.

Se asustó cuando de manera instintiva avanzó, con cierta agresividad, su pata delantera izquierda en modo de ataque a un gorrión espabilado que intentaba hacerse con un caramelo pisoteado, el pájaro que ya sabía latín con cuatro aleteos se elevó hasta la marquesina de la tienda esperando una nueva oportunidad. Fue como ver un documental de National Geographic en 3D.

Su agudizado olfato de gata le recordó que tenía hambre, llegaba el olor a fritura desde el bar de la esquina donde siempre había algún guiri que se compadecíade ella y le daba de comer, y con la misma sutileza que se acercaba se marchaba a recorrer mundo tras haberse saciado.

En realidad le gustaba ser gata, le daban cierta pena los perros. Tan dependientes...salir a pasear atados a sus dueños y hacer las necesidades ¿a quien le gusta que otros recojan sus cacas? No era muy digno la verdad. Con lo divertido que es mirar sin ser vistos, ir de tejado en tejado, deambular todo el día y a media tarde volver al hogar.

Divisó la terraza del ático del edificio antiguo, recientemente restaurado, que le resultaba tan familiar. Saltó y se posó como si fuera una artista circense en el estrecho pasamanos de la balaustrada de mármol. Caminó como solo lo hacen los gatos, despacio y con la cabeza alta, desde la calle algunos niños miraban y señalaban admirados de esa habilidad suya que para ella era de lo más normal. Se acercó al ventanal con las contraventanas entornadas, de madera de teka, que aunque nuevas, ya tenían las marcas de sus afiladas uñas. Era su entrada particular a su palacio.

Percibió el olor de perfume algo dulce que embargaba toda la estancia y vio la figura de una mujer que caminaba desnuda y descalza por la moqueta, tan grácil como ella misma. Su ronroneo hizo que la mujer se volviera y sus miradas se cruzaron, ojos azules y felinos de mirada penetrante.


Bajó por el reposacabezas del sofá capitoné  de terciopelo rojo algo gastado. Se acercó a la mujer y arqueando la espalda frotó la cabeza contra la pierna desnuda de la mujer, haciéndole creer, como siempre, que era un gesto de alegría por el reencuentro pero en realidad era su manera de marcar territorio y de impregnarse mutuamente de la feminidad felina que ambas derrochaban....extraña simbiosis gata-mujer.

Como una familia cualquiera, por Sonia Quiveu.


Todo comenzó un domingo de otoño cuando me desperté y vi el otro lado de cama vacío. Me levanté y busqué a mi pareja, estaba en el garaje, junto a nuestros coches y una serie de cochecitos miniaturizados que correteaban a su alrededor, quemando ruedas como si estuvieran en un rally.

-          ¿Dónde has comprado eso? – Le pregunté emocionado al ver aquellas cositas moviéndose a toda velocidad.

Al principio me reí de la cara de mi pareja, parecía estupefacta con los cochecitos, pero rápidamente me di cuenta de que no había mando ni nada que dijera que los “micromachines” eran teledirigidos. Entonces mi sonrisa pasó a un frunce de ceño mientras me fijaba en nuestros coches… estaban un poco sucios, cosa extraña en el de mi novia porque era nuevo y lo habíamos traído el día anterior, era la primera noche que pasaba en casa.

-          No… - Levanté la mano intentando encontrar una explicación lógica a lo que estaba deduciendo, pero era imposible encontrarla.

-          Yo he pensado lo mismo, ¿qué otra cosa puede ser? – Me respondió ella, dando por lógica la conclusión.
Me encogí de hombros, no supe qué responder. Por suerte mi novia, que es una persona muy resolutiva, se puso manos a la obra y se fue a la farmacia a buscar cosas para los “bebés” mientras yo me quedaba cuidando de los cochecitos.

Eran unos torbellinos, algunos habían incluso desgastado las ruedas y le colgaban los hilitos de goma por los bordes. Había dos de ellos que animaban a que los otros corrieran abriendo y cerrando el capó y las puertas, se me escapó un “ohhh” al verlos emocionados cómo seguían la carrera de sus hermanos. Uno de los que participaban iba el primero con ventaja.

Por curiosidad cogí a uno de ellos para mirarle el motor, creo que no le hizo mucha gracia que lo sacara de la competición, porque empezó a pitar y rodar las ruedas como loco cuando lo puse boca arriba, como si me estuviese metiendo prisa para que lo soltara.

Alucinado examiné su carrocería, se parecía tanto a mi coche que no pude dudar que era el padre de este enano. Una sensación de orgullo me inundó ¡Qué muchachote! Un día a solas con el coche de mi novia y ya tenía unas réplicas diminutas de ellos dos.

Mi pareja llegó cargada de todo; chupetes, gasas, y hasta traía anticongelante, aceite y una lata llena de gasolina con unas jeringuillas para surtirlos en sus pequeñitos depósitos. Supuse que tendrían que comer. – Dijo ella cuando me plantó las latas ante los pies, alimentarlos iba a ser cosa mía. Aunque no comprendí lo de los chupetes hasta que se los colocó en el capó y se quedaron quietos y entretenidos con el chupeteo, y empezaron a manchar los retalitos de gasas de aceite sucio.

Con el tiempo los coches pasaron a tener el tamaño de los teledirigidos.

Los padres de los niños nos miraban descolocados cuando íbamos de paseo hacia las pistas de minicars con una hilera de coches pequeños siguiéndonos y sujetos con correas para que no se escapasen, pero se descuadraban más cuando empezábamos a animarlos mientras se desfogaban dando vueltas enloquecidos por las pistas.

Seguimos cuidando de ellos en esta vida surrealista que nos ha tocado en la que intentamos adaptarnos con la mayor normalidad, con la excepción de que nuestras crías no son niños, sino unos pequeños vehículos que van creciendo poco a poco hasta que sean adultos.

Ahora están en la adolescencia y hemos decidido no sacarlos durante un tiempo, no es plan que la familia aumente. Ya no damos a basto en seguros, impuestos y revisiones, como para arriesgarnos que en una salida nos vengan chocados, o peor aún, nos traigan a casa otros coches.


Aún nos estamos planteando qué vamos a hacer cuando sean adultos, qué profesión les vamos a buscar, si la de taxi, coche de policía, de vigilancia… dos de ellos sabemos que son coches de carrera, lo llevan en los manguitos. Los iremos observando y dependiendo de la personalidad de cada uno, así decidiremos su futuro.

El Saco, por Carmen Gómez Barceló.


Por favor, que no esté, que no esté…suplicaba a no sabía quién, a cualquier deidad que pudiera atender a una niña perdida en medio de la noche.

 Cuando decidía salir de mi habitación, en la puerta de mi cuarto aparecían dos enormes guardianes de plata custodiando la salida. Eran tan altos que sus cabezas llegaban hasta la parte superior del marco de la puerta y tan fornidos que entre los dos no dejaban hueco alguno por donde escabullirse. Yo les empujaba con todas mis fuerzas aunque  parecían no querer moverse,  pero luego ellos compadeciéndome de mí, se separaban un poco y me dejaban escapar por algún resquicio, entonces sentía un poco de alivio, pero  cuando conseguía recuperar el aliento seguidamente, delante de mí, se encontraba  esa cosa horrible, terrorífica y siniestra, el  maldito saco negro. Allí estaba, inmóvil, esperando paciente a que me decidiera a saltar por encima de él. Era la única alternativa ya que la  horrenda saca se encontraba en medio del  pasillo  que había de atravesar para acceder al cuarto de mis padres donde podría descansar en paz. Ellos, ajenos a todo dormían plácidamente.

Yo sentía cómo el saco observaba cada uno de mis movimientos; mi respiración agitada, cada gota de sudor… Me conocía demasiado bien, eran muchas lunas la misma escena. Pero esa noche ante la indecisión de pasar por encima del siniestro talego  o volver a confiar en la misericordia de los hombres de plata,  preferí quedarme allí a esperar sentada en el suelo, pegada a la pared, atreviéndome a mirar de frente por primera vez al espantoso objeto.

Pasaron unos interminables minutos y cuando empezaba a serenarme, el saco pareció moverse tímidamente. Un frío desconocido inundó la estancia, la adrenalina corría a sus anchas por todo mi cuerpo mientras aquello parecía que ganaba en altura; Como si alguien que hubiese estado dormido dentro de él, comenzase a ponerse en pié. Poco a poco  la amorfa masa negra se me iba acercando como si quisiera invadir mi espacio, si, quería que yo retrocediera, que volviese a mi cuarto una vez más. Esperé un poco y empecé a sentirme cada vez más fuerte, más valiente con la suficiente entereza como para gritarle ¡Vete! ¡Fuera de aquí! Lo miré fijamente y simplemente se desvaneció. Hasta los guardianes de plata desaparecieron. Respiré hondo y mi pecho recibió una oleada de aire tan limpio que llenó de paz mi alma.


Esa noche pude dormir tranquila, pero sólo esa noche.

miércoles, 23 de octubre de 2013

El Fantasma de Ella, por José Manuel Rodríguez de Haro.



Algo les pasaba a mis manos.

Primero empezó como una leve grieta en el dedo índice derecho. Así se mantuvo durante unos ocho meses. Después se extendió al resto de los dedos de la mano diestra. A los dos años, ya se habían visto también invadidos los de la izquierda. Eran unas rajitas rojas rodeadas de manchas blanquecinas. No me impedían desarrollar una vida más o menos normal, pero llegaban a escocer lo suficiente para que me recordaran,
durante todas las horas de insomnio, que estaban ahí y que no pensaban irse en un breve plazo de tiempo.

- Mire -me dijo el médico-, eso que ha desarrollado se llama psoriasis, es hereditario y no se cura nunca. Morirá con usted.
Yo me sentí muy apesadumbrado, pero en seguida me repuse y le pregunté:
- ¿Y no existe algún alivio, algo que me haga olvidar este escozor durante un tiempo al menos?
- Hay cremas, sobre todo de urea, que le serán de gran ayuda. Le voy a recetar una que ha salido al mercado hace poco y que está dando muy buenos resultados.
Cogí el papel que me tendió, salí dándole las gracias y enfilé mis pasos hacia la farmacia más cercana.
Ya en la casa, me apliqué el remedio sobre todos los dedos y me recosté sobre el sofá para descansar un rato y dejar que la pomada hiciera su trabajo. Me quedé dormido.

Soñé.

Desperté con la sensación, en la boca, en el gusto, de que me había comido una suela de alpargata. Había soñado que una mujer, vestida de verde, me había estado acariciando las manos, al tiempo que me decía “no temas, no temas”, una y otra vez.

Fui al lavabo a lavarme las manos, pues las tenía grasientas de la pomada. La psoriasis, al contrario de lo que yo esperaba, seguía allí. Entonces…, el sueño…, ¿para qué, para qué tanto sueño?

Ella se despidió con una sonrisa cómica.

La Reina y el Pirata, por Samuel Lara.


En un reino de otro mundo diferente al nuestro, existía una mujer de ojos oscuros y cabello negro como la oscuridad misma. La mujer conoció a un poderoso rey que podía proporcionarle lo que quisiera, él la amaba, sin embargo ella no sentía amor, sino un afecto que no entendía. Para que el reino no cayese, ambos se casaron e hicieron lo que estaba en sus manos para que la gente del reino no sufriera. Al cabo de unos años, tuvieron un hijo, pero que no sería rey en el futuro puesto que un reinado no estaba determinado por la familia sino por la persona.

Un día, mientras la reina paseaba por el muelle para tomar aire fresco, vio un barco de gran belleza y dureza, capaz de sobrevivir miles de tormentas gracias a la madera de la que estaba hecho el barco, que era un tipo de madera encantada por una magia antigua.


_ ¿Le gusta?, es el barco más veloz y seguro que existe-dijo una voz detrás del timón del barco.

Era un hombre de ojos bellos con mirada segura pero burlona, vestido de cuero negro, era el capitán del barco.

Cuando sus miradas se cruzaron el tiempo dejó de avanzar por unos segundos, ambos se enamoraron en el acto. Empezaron a hablar de las hazañas de él, ella no parecía querer que las historias no acabasen, al mismo tiempo se daba cuenta de que ella también quería ver mundos y vivir arriesgando si temer a perder pues ella creía que hasta la muerte, no se podía perder nada.

Esa noche, la reina le contó a su marido lo que le había ocurrido, ella temía su reacción, pero le sorprendió ver en su rostro, una sonrisa. Al rey solo le importaba la felicidad del reino y de su mujer, de la que anuló su matrimonio y la dejó marchar durante tres años. Cuando volvió le contó al rey todo lo que había visto, pero enseguida una extraña mujer con harapos y ojos cosidos les interrumpió, era una profetisa.

_ Vengo a pronunciar la profecía del próximo rey, _decía mientras los dos temían lo que iba a suceder_ “Al cabo de nueve meses nacerá el elegido, pero solo uno de vosotros será de su sangre, no será humano, será el ser definitivo, hasta que empiece su búsqueda dentro de veinte años, ambos se exiliarán en dos mundos diferentes al suyo”


Al cabo de los nueve meses, ella tuvo mellizos, un hijo de ojos oscuros y cabello negro al igual que su madre, sin embargo su hermana era muy diferente. Después de las separación de los tres hermanos y antes de su exilio el rey le preguntó por el nombre del padre del chico y ella le contestó que probablemente nunca lo volvería a ver, aun así  pronunció el nombre por el que le conocían. “Hook”.

Dioses de la Intolerancia, por José García.


El invierno de 1994 daba sus últimos coletazos; pensativo y reclinado sobre el sillón Pedro, observaba como el coñac empañaba la copa cuando lo agitaba para percibir sus aromas o tras cada pequeño sorbo para disfrute del paladar. Sin embargo repasaba una y otra vez lo acontecido estas últimas semanas, desde la llamada temprana, que casi le saca de la cama, del viejo profesor Fulgencio Sánchez. Le interesaba por los restos aparecidos en las obras de un parking subterráneo en Sevilla, al parecer relacionados con los hallados anteriormente en las obras de remodelación del antiguo Cuartel de Intendencia, hoy sede de la Diputación Provincial de Sevilla.

Efectivamente, los restos aparecidos en aquellas obras estaban relacionados entre sí, y no había la menor duda, se trataba de un cementerio o necrópolis hebrea, los enterramientos estaban alineados, con estructuras simples abovedados con ladrillos, en ataúd sobre tierra con el difunto en decúbito supino, sin ajuar y con la cara mirando al Este, es decir hacia Jerusalén. Aunque sí solían acompañar el enterramiento con los libros del difunto, y entre ellos en una de las tumbas se encontró una especie de diario asombrosamente conservado, su lectura estaba llena de belleza pero también de dolor e incomprensión.

El autor del diario parecía ser o llamarse Yosef, al menos así se desprende del manuscrito:  

…”Desde que cumplí los 17 años, asisto cada mañana a la Yeshivá (Centro de Estudios del Torá y Talmud), no es que sea profundamente religioso pero lo hago con ilusión, pienso que es conocimiento y preparación para una vida que has de vivir y compartir con los demás, al tiempo que colaboro en el negocio familiar.”

…”Cada día, camino de la escuela me detengo ante ese patio, simplemente su contemplación es un espectáculo. El zaguán es amplio enlozado en mármol, su interior está lleno de luz. En el patio y bajo el pórtico o zona arcada las paredes exhibían un zócalo alicatado; de frente, al fondo igualmente alicatado, una fuente vierte agua sobre un pequeño pilón. En el centro del patio una pequeña palmera, alrededor y repartidas por todo el patio un centenar de macetas, aspidistras, helechos, nardos, geranios y junto a cada columna una planta enredadera, entre ellas un jazmín, que suben por las mismas hasta alcanzar las rejas de balcones y ventanas para desde ahí volver a colgar hacia el patio con sus pequeñas florecillas blancas, rojas o azules.”

…”Observo el ceremonial diario de la persona que cuida ese patio, lo hace con mimo y delicadeza pero al mismo tiempo con la energía necesaria para su poda. Le conozco de entrar en el comercio de mi padre, y como si estuviera entre las plantas, sus movimientos son siempre acompasados, serenos, parece una persona seria y callada.”

…”Hoy el cielo está limpio, su azul es intenso, el sol amanece con fuerza por lo que será un día especialmente caluroso. Llevo años contemplando este patio y a la persona que lo cuida, con la que a pesar de ser joven como yo, no había cruzado conversación alguna más allá de un saludo o comentario sobre las plantas o en el comercio para atenderle, jamás le había mirado de manera que no lo hubiera hecho con otras personas, pero ayer cuando me detuve frente al patio, le vi junto a la fuente se echaba agua, tenía el torso desnudo y mojado las gotas de agua le resbalaban brillando sobre su piel morena al reflejo del sol, algo cambio en mi cuerpo pues por primera vez le estaba mirando distinto, cuando se percató de mi presencia se oculto, yo retrocedí, salí a la calle, estaba un tanto azorado no comprendía que me había pasado ni mi reacción.”

…”Desde ese día nada es igual, mis ojos ven distinto, mis pensamientos no son míos, me siento realmente confuso.”
…”Mi padre esta achacoso no se encuentra bien de salud por lo que paso la mayor parte del tiempo en el comercio, hace unos días, a punto de cerrar y mientras revisaba unas mercancías le vi entrar, mientras miraba el género le miraba como nunca lo había hecho,  me acerqué y sin pensarlo le besé. Moshé, que así se llama, mostró sorpresa pero no rechazo, levantó la mirada y poniendo una mano sobre mi hombro, dijo tranquilo “no te preocupes” y marchó en ese momento.”

…”Viví días de zozobra temiendo su reacción, pero todos mis miedos se disiparon, el siguiente encuentro fue afable por su parte y compartimos más de lo habitual, lo cual me confortó gratamente.”

…”Nuestra relación se hace cada día más cercana, compartimos cada vez más nuestras preocupaciones y alegrías, lo cual nos hace disfrutar de momentos de felicidad.”

…”Felicidad que no puede ser completa pues nuestra más intima relación hemos de mantenerla oculta a los ojos de los demás, es una relación prohibida. Aunque nos une un sentimiento limpio y bello, como es el amor.”

…”La situación general, es decir las relaciones interconfesionales, se han ido agravando de forma alarmante, el deterioro de la convivencia se hace manifiesto por momentos, temíamos lo peor a primeros de año hubo un conato de asalto a la judería, pero en junio los peores augurios se dieron. Moshé y yo nos encontrábamos en el interior del comercio, todo nos cogió por sorpresa, escuchamos el tumulto y nos apresuramos a cerrar, pero fue tarde, entraron enloquecidos lo destrozaban todo, Moshé trato de impedirlo y cayó herido sangraba profusamente, traté de socorrerle y fui igualmente herido, perdiendo el conocimiento, posiblemente me dieron por muerto. Cuando desperté estaba en un lugar improvisado para atender a cuantos habían corrido la misma suerte, a Moshé no volví a verle jamás. A pasado el tiempo y las secuelas de aquello me hacen padecer cada día más, no sé si tendré la oportunidad de volver a escribir pues siento que las fuerzas abandonan a este agotado cuerpo.”


Pedro agotaba los últimos sorbos de coñac y reflexionaba observando el fondo de la copa. No entendiendo la cerrazón, cuando lo que se enfrenta son concepciones de un mismo dios. Y que la verdadera libertad está en reconocer la grandeza del ser humano, su diversidad.                                                                    


Fuerza de voluntad, por Matilde López de Garayo.


Margaret Michell consiguió el premio Pulitzer en el 1937, por su única novela,. También dejó claro que no volvería a escribir un libro. No le hizo falta. Obtuvo un éxito que ni ella misma pudo haber sospechado. En el 1940, llevada su historia al cine, alcanzaron la categoría de inmortales prácticamente todos sus personajes.

Quizás el libro no haya sido leído por tanta gente como visto la película pero, lectores o no, cinéfilos o no, personas mayores o jóvenes ¿Quién no reconoce la silueta de una mujer vestida con harapos, mirando al ocaso, aún más oscuro por los estragos de una guerra civil que dejó desolado a su país? ¿Quién no reconoce su postura erguida, orgullosa y desafiante con el brazo derecho alzado y en su mano un puñado de tierra, de su amada tierra, sentenciando las siguientes palabras?

 “A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, ¡a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!”

Me imagino que ya habréis adivinado de quien hablo - Escarlet O´Hara-  y el libro - Lo que el viento se llevó - Y os hagáis la siguiente pregunta: Con tantos personajes en la literatura, ¿Porqué precisamente he elegido esté?

Quizás porque representa a una mujer decidida, de gran fuerza, que lo demuestra a medida que los acontecimientos  se ceban sobre ella y su familia, donde la guerra, el hambre, el desamor no son capaces de mermar su gran tenacidad

En los tiempos que corren, donde todos los principios se tambalean, donde mentalmente me intento agarrar a algún tronco que posiblemente va a la derriba, donde la imagen del ser Supremo en el que creía desde hace tiempo, se encuentra deslucida, donde el enemigo se disfraza de dirigente, ese que está ahí porque supuestamente ama su país, pero lo único que ama es su bolsillo..,

En estos tiempos necesito pensar que existen personas como ella, héroes aún sin descubrir, con un espíritu de lucha que le empujen a ir en contra de las leyes de la sociedad, una persona valiente en todas sus actuaciones, sin vacilación, con una  visión anticipada en el tiempo, espontánea, con un carácter tan contradictorio, pero a la vez tan humano, cumpliendo siempre sus promesas. Necesito saber que hay personas que son capaces de controlar los impulsos, como los controlaba ella, sus conductas y dirigir los pasos hacia donde ellos quieran.

Al fin y al cabo necesito creer que dentro de mí   existe esa persona que es capaz de canalizar sus acciones hacia un objetivo concreto, sin desviarse, sin disipar sus verdaderas intenciones por causa banales, superfluas, sociales, o familiares, saber que aunque la vida se ponga en contra mía puedo alzar la mano y retarla, quisiera ser un poco ella.

Son las doce de la noche acabo de terminar de escribir este relato y no tengo ganas de analizar profundamente todo lo que he querido decir, sólo se que me encuentro en un maremagnum  de dudas, de incertidumbre y porque no decirlo de miedos. Dejaré mis problemas encima de  la mesilla de noche apagaré la luz y como decía Escarlet:


“Hoy estoy muy cansada para pensar, ya lo pensaré mañana. Después de todo mañana será otro día...” 

martes, 22 de octubre de 2013

Contrastes, por María del Mar Quesada.



Disfruto el otoño, sus colores: el marrón como fusión de todos, el verde vida, el amarillo ocaso, el ocre de lo antiguo, de lo vivido, de lo amado, ocre atemporal. El silencio de la  mañana, el ruido de la noche fría que se calienta con un abrazo. La luz que decae al atardecer y huele a infancia, a cuaderno nuevo, a libro sin estrenar con tantos misterios que aprender, aunque al final sean realidades. El olor de una taza humeante de té negro, acompañado de la dulce compañía de una charla amarga.  Las castañas asadas en el fuego otoñal de una chimenea, el rumor de unas migas en el campo, el sabor de la conversación y la luz de una risa compartida.

No disfruto el verano del sur, tan largo, tan intenso, tan excesivo en la luz, en la temperatura, tan insomne. No disfruto nada las horas interminables de hastío, de dejadez obligada, de horas perdidas en la latencia de nuestro ánimo. La claridad intensa que daña la visión de los blancos y el calor del negro.

Sí, me gusta el otoño y el verano de otros territorios más al norte, sin embargo me quedo con el invierno de aquí. Lleno de alegría, de días vividos, de calidez en el día y frescura relajada en la noche. 

Sí, soy de contrastes, anhelo lluvia en verano y sol en invierno. A veces me pregunto: ¿seré  constantemente inconstante?

lunes, 21 de octubre de 2013

Qué le gusta y qué no, por Carmen García Vázquez.


Una pedalada detrás de la otra al son de la música, buen ritmo, siguiendo las instrucciones del monitor, es feliz. Deben ser las endorfinas, la glándula pituitaria está haciendo bien su trabajo, a falta de sexo y chocolate, maldita dieta, no le queda otra que recurrir al spinning para dejar de sentir la ansiedad que últimamente le embarga demasiado a menudo.

Se compenetra con la estática como hace tiempo que no le ocurre con un hombre. Sus piernas duras trabajan y el corazón, su músculo más debilitado, se acelera.

Aunque el ejercicio más duro es salir a la calle cada día con la sonrisa puesta. Ser la chica que siempre tiene buen humor;

-Es imposible que algo le vaya mal.... piensan al verla.
-Realmente ¿hay algo que vaya bien? se pregunta ella.


Busca señales que le orienten, esta tan perdida, mira el  reloj: las 20:02 otra vez un número capicúa, “alguien me manda un mensaje cifrado pero yo no lo capto, a ver si es más claro.”

Hoy la mochila pesa demasiado, parece que los pies se hayan pegado al suelo y como le angustia la sensación de no avanzar.

-Alas necesito unas alas es la única manera, batirlas fuerte y elevarme. ¿Cómo podría conseguirlas? En los desfiles de Victoria´s Secret las chicas las llevan ¿tendrán venta online?

No sabía cómo pero había ido pasando por la vida como de puntillas la suerte le acompañó hasta el día en el que aquel hombre se cruzó en su camino.  Su nuevo jefe un tipo de buen porte, hombros anchos,  líder nato, inteligente, culto… No podía creer que esa historia le hubiera ocurrido a ella.


Uno… dos… tres… arriba vamos ¿hay alguien que no esté sudando todavía? El grito del monitor macizo le devuelve al presente. Esfuerzo, sudor… casi al límite de sus pulsaciones el corazón bombea a gran velocidad la sangre fresca que su cuerpo necesita.