miércoles, 23 de octubre de 2013

El Fantasma de Ella, por José Manuel Rodríguez de Haro.



Algo les pasaba a mis manos.

Primero empezó como una leve grieta en el dedo índice derecho. Así se mantuvo durante unos ocho meses. Después se extendió al resto de los dedos de la mano diestra. A los dos años, ya se habían visto también invadidos los de la izquierda. Eran unas rajitas rojas rodeadas de manchas blanquecinas. No me impedían desarrollar una vida más o menos normal, pero llegaban a escocer lo suficiente para que me recordaran,
durante todas las horas de insomnio, que estaban ahí y que no pensaban irse en un breve plazo de tiempo.

- Mire -me dijo el médico-, eso que ha desarrollado se llama psoriasis, es hereditario y no se cura nunca. Morirá con usted.
Yo me sentí muy apesadumbrado, pero en seguida me repuse y le pregunté:
- ¿Y no existe algún alivio, algo que me haga olvidar este escozor durante un tiempo al menos?
- Hay cremas, sobre todo de urea, que le serán de gran ayuda. Le voy a recetar una que ha salido al mercado hace poco y que está dando muy buenos resultados.
Cogí el papel que me tendió, salí dándole las gracias y enfilé mis pasos hacia la farmacia más cercana.
Ya en la casa, me apliqué el remedio sobre todos los dedos y me recosté sobre el sofá para descansar un rato y dejar que la pomada hiciera su trabajo. Me quedé dormido.

Soñé.

Desperté con la sensación, en la boca, en el gusto, de que me había comido una suela de alpargata. Había soñado que una mujer, vestida de verde, me había estado acariciando las manos, al tiempo que me decía “no temas, no temas”, una y otra vez.

Fui al lavabo a lavarme las manos, pues las tenía grasientas de la pomada. La psoriasis, al contrario de lo que yo esperaba, seguía allí. Entonces…, el sueño…, ¿para qué, para qué tanto sueño?

Ella se despidió con una sonrisa cómica.

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