lunes, 28 de octubre de 2013

Hora: las 5 y 23 minutos, por María del Mar Quesada.


La llamada que temía, llegó. Llegó un viernes por la tarde a las 5 y 23 minutos. La llamada era de su hermana para comunicarle que su abuela se estaba muriendo, aún estaba consciente, así que podía  ir si quería despedirse de ella.

Fabián sabía que esta vez tendría que ir, no podía escudarse otra vez en el trabajo, como había hecho en los últimos meses. Él no podía confesar abiertamente que no sabía cómo enfrentarse a ciertos miedos, y uno de ellos era la enfermedad terminal de una de las mujeres más importantes de su vida, su abuela María.

La última vez que la visitó fue en Navidad, se aventuró a visitarla solo, y cuando salió de la casa, Fabián se sintió confuso, apenado, triste y furioso. Le impactó tanto el deterioro físico de su abuela, una mujer convertida en  un  saquito de huesos y piel con el pelo blanco, corto y la mirada perdida, que decidió  negar la evidencia de lo real, esconderse y  no viajar al pueblo.

Pero aquel viernes de mayo sabía que tendría que ir. Llegó al pueblo el sábado por la mañana y se dirigió a casa de su hermana, como ella no estaba, se quedó con sus sobrinos charlando cerca de una hora. Mientras se dirigía andando a la casa de su  infancia, se detuvo con todos los vecinos que encontró a su paso. El tiempo apremiaba, pero Fabián lo dilataba.

Cuando llegó, le abrió la puerta su hermana y ésta se echó a llorar, él pensó que había llegado tarde, pero ella le comentó, entre sollozos, que había pasado toda la noche llamándolo, parecía que lo estuviera esperando. Entró en el dormitorio de su abuela y se encontró un ser que no tenía nada que ver con aquella mujer fuerte que lo había criado. Tenía los ojos cerrados, parecía dormida, Fabián se sentó en la cama, le tomó la mano y dijo en voz baja:

-          Abuela,  soy Fabián, tu nieto.
María abrió poco a pocos sus ojos ciegos y preguntó:
-          ¿Fabián?
-          Sí abuela, tu nieto.
-          Mi nieto, hace tiempo que no lo veo.
De pronto, Fabián sintió como la olla a presión llena de emociones contenidas que  guardada en su interior, estalló. Rompió a llorar, un llanto callado que le abrasaba. Se acercó más a  su abuela y le susurró al oído entre hipidos:
-          Abuela, lo siento… Siento no haber venido a verte, he sido un cobarde. No quiero perderte. Abuela, te quiero. Eres la mujer más importante  de mi vida. Te quiero tanto,…abuela…



María cerró los ojos, respiro lentamente, levantó torpemente el brazo para buscar la cara de Fabián y  éste  le sujetó su mano huesuda.

-          Fabián, mi nieto… es un niño tan sensible. Él  quiere ser fuerte y parecer fuerte, pero su corazón está muy dañado… Perdió a sus padres tan pequeño…. No viene  porque le da miedo verme enferma y vieja,… Mi pequeño. Lo conozco… sé que me quiere, siempre me lo dice en voz baja, teme que si lo dice en alto, me apartarán de su mundo.... Fabián, estoy muy cansada, cuida de nuestro nieto y dile que lo quiero mucho y que estaré con él, siempre.

El brazo de  María se deslizó hasta la cama, sus ojos cerrados se relajaron. A las 5 y 23 minutos, dejó de respirar y dejó este mundo. El médico confirmó el fallecimiento y puso en el informe, hora del deceso: las 5 y 21 minutos.

Cuando Fabián lo leyó, pidió rectificar la hora y lo explicó:


-          Mire doctor, ha fallecido las 5 y  23 minutos. Si le quita los últimos dos minutos, a ella le arranca  vida y a mí me quita sus palabras. Yo sé que suena ridículo y que dos minutos parecen nada, pero para ella han supuesto morir en paz, y para mí, suponen  paz en mi vida.

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