La llamada que temía, llegó. Llegó un viernes por la
tarde a las 5 y 23 minutos. La llamada era de su hermana para comunicarle que su
abuela se estaba muriendo, aún estaba consciente, así que podía ir si quería despedirse de ella.
Fabián sabía que esta vez tendría que ir, no podía
escudarse otra vez en el trabajo, como había hecho en los últimos meses. Él no podía
confesar abiertamente que no sabía cómo enfrentarse a ciertos miedos, y uno de
ellos era la enfermedad terminal de una de las mujeres más importantes de su
vida, su abuela María.
La última vez que la visitó fue en Navidad, se
aventuró a visitarla solo, y cuando salió de la casa, Fabián se sintió confuso,
apenado, triste y furioso. Le impactó tanto el deterioro físico de su abuela,
una mujer convertida en un saquito de huesos y piel con el pelo blanco,
corto y la mirada perdida, que decidió negar la evidencia de lo real, esconderse y no viajar al pueblo.
Pero aquel viernes de mayo sabía que tendría que ir.
Llegó al pueblo el sábado por la mañana y se dirigió a casa de su hermana, como
ella no estaba, se quedó con sus sobrinos charlando cerca de una hora. Mientras
se dirigía andando a la casa de su infancia, se detuvo con todos los vecinos que
encontró a su paso. El tiempo apremiaba,
pero Fabián lo dilataba.
Cuando llegó, le abrió la puerta su hermana y ésta se
echó a llorar, él pensó que había llegado tarde, pero ella le comentó, entre
sollozos, que había pasado toda la noche llamándolo, parecía que lo estuviera
esperando. Entró en el dormitorio de su abuela y se encontró un ser que no tenía
nada que ver con aquella mujer fuerte que lo había criado. Tenía los ojos
cerrados, parecía dormida, Fabián se sentó en la cama, le tomó la mano y dijo
en voz baja:
-
Abuela, soy
Fabián, tu nieto.
María abrió poco a pocos sus ojos ciegos y preguntó:
-
¿Fabián?
-
Sí abuela, tu nieto.
-
Mi nieto, hace tiempo que no lo veo.
De pronto, Fabián sintió como la olla a presión
llena de emociones contenidas que guardada en su interior, estalló. Rompió a
llorar, un llanto callado que le abrasaba. Se acercó más a su abuela y le susurró al oído entre hipidos:
-
Abuela, lo siento… Siento no haber venido a verte,
he sido un cobarde. No quiero perderte. Abuela, te quiero. Eres la mujer más
importante de mi vida. Te quiero tanto,…abuela…
María cerró los ojos, respiro lentamente, levantó
torpemente el brazo para buscar la cara de Fabián y éste le
sujetó su mano huesuda.
-
Fabián, mi nieto… es un niño tan sensible. Él quiere ser fuerte y parecer fuerte, pero su
corazón está muy dañado… Perdió a sus padres tan pequeño…. No viene porque le da miedo verme enferma y vieja,… Mi
pequeño. Lo conozco… sé que me quiere, siempre me lo dice en voz baja, teme que
si lo dice en alto, me apartarán de su mundo.... Fabián, estoy muy cansada, cuida
de nuestro nieto y dile que lo quiero mucho y que estaré con él, siempre.
El brazo de
María se deslizó hasta la cama, sus ojos cerrados se relajaron. A las 5
y 23 minutos, dejó de respirar y dejó este mundo. El médico confirmó el
fallecimiento y puso en el informe, hora del deceso: las 5 y 21 minutos.
Cuando Fabián lo leyó, pidió rectificar la hora y lo
explicó:
-
Mire doctor, ha fallecido las 5 y 23 minutos. Si le quita los últimos dos
minutos, a ella le arranca vida y a mí
me quita sus palabras. Yo sé que suena ridículo y que dos minutos parecen nada,
pero para ella han supuesto morir en paz, y para mí, suponen paz en mi vida.
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