Me había cansado de las peleas
con mis padres, del continuo fracaso en los estudios, de la falta de libertad,
del abatimiento general que me acompañaba a todas partes, de los momentos
eternos, sentada en el parque sin hacer nada, solo pensando que no estaba a gusto con mi vida, que no era
feliz y que me encontraba tan perdida que ignoraba que dirección elegir.
Y por eso me independicé, salí de
mi casa sin la aprobación de mis padres, con recursos económicos mínimos, con
una carrera universitaria sin terminar
que detestaba, y cargada de fantasmas, complejos y un provenir totalmente opaco.
Me había costado mucho decidirme,
noches de insomnio, búsqueda de piso a compartir barato. Armarme de valor para
decir ¡Basta ya! No aguanto más la situación.
Acomodándome en una pequeña
habitación del piso que compraría con otras dos chicas intentaba reconstruir
una vida que se me antojaba gris,
acompañada siempre de la sensación de
fracaso.
Yo intentaba sonreír a la vida,
pero lo debía de hacer mal ya que ella me contestaba con una simple mueca, o
eso pensaba yo porque a mi alrededor las cosas comenzaron a cambiar poco a
poco. Empecé a aprobar los exámenes,
cuando visitaba a mis padres me
trataban de otra manera, inclusos mis amigos iban notando una transformación
hacia una persona más madura, más serena, más equilibrada.
Sin embargo mi daño debía ser
profundo porque yo no valoraba estos cambios y me regodeaba sintiéndome
infeliz, sin darme cuenta que contaba con toda la libertad para dirigir las riendas de mi vida hacia
donde yo quisiera.
Llevaría unos ochos meses con mi
nueva vida cuando recibí una llamada. Era de una antigua compañera de la
carrera, Gracia .Me preguntó si me acordaba de ella. ¿Cómo no me iba acordar?
A mi cabeza llegaron retazos de
hacía tres años, de una chica perfecta, por lo menos así me lo parecía a mí.
Alta, esbelta, estrella en el baloncesto de la facultad y con unas notas
altísimas. ¿Por qué algunas personas tenían las cosas tan fáciles?. Era cierto
el dicho de que “Unas nacen con estrellas y otras estrelladas”, estaba claro yo
era de estas últimas. En las listas de aprobados su apellido resaltaba por ser
doblemente compuesto, después debía estar el mío, casi , casi nunca aparecía.
Le perdí la pista cuando repetí segundo, según
mis cálculos y por la trayectoria que llevaba, debería haber terminado en junio
del año pasado y con sus notas, seguro que le había fichado alguna firma de
auditoria.
Cuando me recuperé de la
sorpresa, o más bien del coletazo de autocompasión que me había provocado su
llamada, le pregunté que qué quería,
sintiéndome pequeña pensando en quién estaba al otro lado de la línea.
-Necesito que me des clases de
Análisis Contable.
-¿Qué? ¿Para un trabajo?– Respondí
-No, este año me he matriculado
de cuarto.
-¿No has terminado?
-Ya te contaré, pero me han dicho que tus impartes clases
particulares.
-Si.., pero no de una asignatura
que todavía no he aprobado – No entendía nada ¿Gracia pidiéndome ayuda?
-Necesito las clases, me da
igual, que no la hayas aprobado, te las vas preparando a la vez que me las
explicas.
La conversación no dio más de sí,
llegamos a un acuerdo, se las cobraría más baratas, y como me avisó que alguna
vez me daría plantón, si no me avisaba a tiempo me pagaría la mitad.
La primera clase fue extraña,
como extraña me pareció su excesiva delgadez y sus ojeras que había intentado
tapar con maquillaje. Me contó su último año, empezó a sacar notas más bajas,
perdió la beca, y sus padres le atosigaban tanto que calló en una depresión. Un
día decidió no levantarse de la cama y permaneció así cinco meses. Ahora se
encontraba mejor y su psicóloga le había aconsejado que retomara las clases. Me
confesó que se encontraba sin fuerzas.
No es fácil expresar lo que sentí
cuando me despedí de ella hasta la siguiente clase, que me dio plantón y la
siguiente y la siguiente. Extrañada me atreví a llamar a su casa. Sus padres
ignoraban que su hija hubiera pedido ayuda para los estudios, y de mala manera
me informaron que al novio le había salido un trabajo en el extranjero y se
había ido con él, ¡Que ingrata! Eso fue lo último que escuche antes de colgar.
Muchas veces he pensado en
Gracia, me he preguntado si le fue bien en el extranjero.
Espero que sí. Son historias que
sólo conoces retazos, que nunca, o quien sabe, sabrás lo que le pasó. Pero si
es verdad que me hizo meditar en aquel tiempo, y que muchas veces la tengo
presente en mi vida.
Un hecho aislado no te da la solución a tu vida, no es la
panacea para entenderla, pero si para darte un empujoncito hacia delante. En mi
ofuscamiento de ser una pequeña victima de la vida no me di cuenta de muchas
cosas, entre ellas de que prejuzgamos a las personas sin conocerlas, jamás
pensé en las tensiones que podía estar sufriendo Gracia, sólo veía una parte de
su vida, la social. Tampoco valoraba todas las aptitudes que la Vida me había obsequiado.
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