miércoles, 30 de octubre de 2013

Talantes, por Matilde López de Garayo.


Me había cansado de las peleas con mis padres, del continuo fracaso en los estudios, de la falta de libertad, del abatimiento general que me acompañaba a todas partes, de los momentos eternos, sentada en el parque sin hacer nada, solo pensando  que no estaba a gusto con mi vida, que no era feliz y que me encontraba tan perdida que ignoraba que dirección elegir.
  
Y por eso me independicé, salí de mi casa sin la aprobación de mis padres, con recursos económicos mínimos, con una carrera universitaria  sin terminar que detestaba, y cargada de fantasmas, complejos  y un provenir totalmente opaco.

Me había costado mucho decidirme, noches de insomnio, búsqueda de piso a compartir barato. Armarme de valor para decir ¡Basta ya! No aguanto más la situación.

Acomodándome en una pequeña habitación del piso que compraría con otras dos chicas intentaba reconstruir una vida que se me antojaba  gris, acompañada siempre de la  sensación de fracaso.

Yo intentaba sonreír a la vida, pero lo debía de hacer mal ya que ella me contestaba con una simple mueca, o eso pensaba yo porque a mi alrededor las cosas comenzaron a cambiar poco a poco. Empecé a aprobar los exámenes,  cuando visitaba a mis padres  me trataban de otra manera, inclusos mis amigos iban notando una transformación hacia una persona más madura, más serena, más equilibrada.

Sin embargo mi daño debía ser profundo porque yo no valoraba estos cambios y me regodeaba sintiéndome infeliz, sin darme cuenta que contaba con toda la libertad  para dirigir las riendas de mi vida hacia donde yo quisiera.

Llevaría unos ochos meses con mi nueva vida cuando recibí una llamada. Era de una antigua compañera de la carrera, Gracia .Me preguntó si me acordaba de ella. ¿Cómo no me iba acordar?

A mi cabeza llegaron retazos de hacía tres años, de una chica perfecta, por lo menos así me lo parecía a mí. Alta, esbelta, estrella en el baloncesto de la facultad y con unas notas altísimas. ¿Por qué algunas personas tenían las cosas tan fáciles?. Era cierto el dicho de que “Unas nacen con estrellas y otras estrelladas”, estaba claro yo era de estas últimas. En las listas de aprobados su apellido resaltaba por ser doblemente compuesto, después debía estar el mío, casi , casi nunca aparecía.

 Le perdí la pista cuando repetí segundo, según mis cálculos y por la trayectoria que llevaba, debería haber terminado en junio del año pasado y con sus notas, seguro que le había fichado alguna firma de auditoria.

Cuando me recuperé de la sorpresa, o más bien del coletazo de autocompasión que me había provocado su llamada, le pregunté que  qué quería, sintiéndome pequeña pensando en quién estaba al otro lado de la línea.
-Necesito que me des clases de Análisis Contable.
-¿Qué? ¿Para un trabajo?–  Respondí
-No, este año me he matriculado de cuarto.
-¿No has terminado?
-Ya te contaré, pero  me han dicho que tus impartes clases particulares.
-Si.., pero no de una asignatura que todavía no he aprobado – No entendía nada ¿Gracia pidiéndome ayuda?
-Necesito las clases, me da igual, que no la hayas aprobado, te las vas preparando a la vez que me las explicas.

La conversación no dio más de sí, llegamos a un acuerdo, se las cobraría más baratas, y como me avisó que alguna vez me daría plantón, si no me avisaba a tiempo me pagaría la mitad.

La primera clase fue extraña, como extraña me pareció su excesiva delgadez y sus ojeras que había intentado tapar con maquillaje. Me contó su último año, empezó a sacar notas más bajas, perdió la beca, y sus padres le atosigaban tanto que calló en una depresión. Un día decidió no levantarse de la cama y permaneció así cinco meses. Ahora se encontraba mejor y su psicóloga le había aconsejado que retomara las clases. Me confesó que se encontraba sin fuerzas.

No es fácil expresar lo que sentí cuando me despedí de ella hasta la siguiente clase, que me dio plantón y la siguiente y la siguiente. Extrañada me atreví a llamar a su casa. Sus padres ignoraban que su hija hubiera pedido ayuda para los estudios, y de mala manera me informaron que al novio le había salido un trabajo en el extranjero y se había ido con él, ¡Que ingrata! Eso fue lo último que escuche antes de colgar.

Muchas veces he pensado en Gracia, me he preguntado si le fue bien en el extranjero.
Espero que sí. Son historias que sólo conoces retazos, que nunca, o quien sabe, sabrás lo que le pasó. Pero si es verdad que me hizo meditar en aquel tiempo, y que muchas veces la tengo presente en mi vida.

Un hecho aislado  no te da la solución a tu vida, no es la panacea para entenderla, pero si para darte un empujoncito hacia delante. En mi ofuscamiento de ser una pequeña victima de la vida no me di cuenta de muchas cosas, entre ellas de que prejuzgamos a las personas sin conocerlas, jamás pensé en las tensiones que podía estar sufriendo Gracia, sólo veía una parte de su vida, la social. Tampoco valoraba todas las aptitudes que la Vida  me había obsequiado.

Poco a poco he aprendido que aunque tu camino parece trazado de antemano, lo puedes modificar con tu actitud ante la adversidad, y ¡Cómo no! Me he convencido de que la vida sonríe a quien le sonríe a ella.

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