miércoles, 30 de octubre de 2013

El dinosaurio estaba allí, por María del Mar Quesada.



En la recepción de un hotel están sentados un hombre y una mujer de unos setenta años. Ella está bien vestida y recién peinada, él tiene el pelo blanco despeinado por detrás y la cara un poco descompuesta; tembloroso, le cuenta a su mujer:
-       Cariño, ¡no te vas a creer  lo que me ha  pasado! Mientras estabas en la peluquería, me senté en el bar para leer el periódico y tomar un café. Me fui directamente a la sección de cultura, porque la política y la economía  ya no me interesan, me ponen de malas pulgas. Y me encontré con un artículo sobre los microrrelatos, que no son otra cosa que cuentos en miniatura, unas pocas palabras para contar una historia. Bueno pues resulta, que el inventor del microrrelato es un tal  Augusto Monterroso, que ha escrito un relato que solo tiene siete palabras y dice: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Y yo pensé: ¡Vaya porquería de cuento! hasta en la sección de cultura lo ponen a uno de mala leche.  Así que cerré el periódico, pagué el café y me fui a donde habíamos quedado, pero como hacía tanto calor, te esperé dentro.
 De pronto, no sé cómo, sentí que estaba tirado en suelo y un aliento fétido inundaba  mi cara. Cuando me  desperté y abrí los ojos ¡El dinosaurio estaba allí! Me miraba a mí con esos ojos siniestros, su cabeza estaba encima de la mía, era enorme. También sentí como una gran pata presionaba mi pecho, me aplastaba y se hundía en mi cuerpo, ¡Era otro dinosaurio! Estaba aterrorizado ¿Qué estaba pasando? ¿Iba a ser devorado por  dos dinosaurios? Me costaba respirar por la presión,  veía borroso sin mis gafas, apenas oía nada. Imaginé que era el silencio de la muerte.
 Cuando me atreví a mirar al que me pisaba el pecho, vi que era más pequeño y de color gris. Tenía pinta de humano. Rápidamente me pregunté si sería un vigilante, si era así, estaba salvado, él tendría pistola. Así que le grité horrorizado: “¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Dios mío, que nos devora!”
 Poco a poco empecé a escuchar  risas  y me preocupé “¡Dios mío, también caníbales!” No sé si lo dije en voz alta, pero las risas se escucharon más fuertes todavía. Algo me puso las gafas en los ojos y pude ver que había más dinosaurios a mí alrededor. ¿Dónde estaba? Cuando me incorporaron estaba rodeado de humanos. En ese instante, recordé que había quedado contigo en el museo y estábamos de viaje en Teruel.

¡Desde luego, Inocencio! yo sé que la jubilación te da mucho tiempo para pensar y leer historias fantásticas. Pero por favor, deja las pastillas para dormir, que no te hacen falta. 

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