lunes, 28 de octubre de 2013

La gata que quería zapatos rojos de tacón, por Carmen García Vázquez.



Las pesadillas no le habían dejado dormir, gatos maullando, insectos revoloteando, calor, sudor....había pasado mala noche. Ya lo habían anunciado en televisión, abriendo todos los informativos "ola de calor con temperaturas históricas no conocidas desde hace 50 años" Y como siempre aparecían imágenes de Sevilla y sus termómetros superando los 45º. Somos noticia por el calor y el folclore, cuantos tópicos, pensó.

Decidió salir a la calle a despejarse y tomar la temperatura de la ciudad por si misma.

Solo tenía que asomarse al balcón del ático para divisar la más reciente y polémica de las construcciones públicas de los últimos tiempos, el Metrosol Parasol ótambién llamado popularmente "Las Setas"  y algunas cosas más que solo se les puede ocurrir a los sevillanos con su particular guasa.
A ella, en realidad, le gustaba le parecía una obra interesante aunque desmedida para el reducido espacio de la plaza que ocupaba, y no podía dejar de reconocer que había revalorizado la zona ya que hasta entonces deprimida y excluida del casco histórico.

Caminaba lentamente entre los pocos viandantes que a esas horas de la mañana y siendo segunda quincena de agosto habían salido con la excusa de encontrar la super ganga de las rebajas. No sabía porque tenía fijación por el calzado y no podía evitar mirar a todos con cuantos se cruzaba. Realmente la gente se cuida poco los pies y algunos modelos hacían daño a la vista y a su sensibilidad estética. Tenía su preferencia, zapatos de salón color rojo, esos siempre le hacían mirar hacia arriba para ver quién los llevaba y si el resto de su look iba en consonancia. La mayoría de las veces eran mujeres atractivas y seguras de si mismas. Normal un zapato rojo de tacón no lo lleva cualquiera. Disfrutaba mirando los escaparates, aunque en rebajas no tenía mucho interés, carteles que decían "todo al 70%" o "SALES" seguro que los británicos no usan nuestro lenguaje como reclamo, así somos para todo.

Mientras caminaba pasó rápidamente por delante de un espejo, se paró en seco, sacudió la cabeza y volvió sobre sus pasos dando marcha atrás, parpadeó varias veces para asegurarse que la imagen reflejada era la suya.

Siempre se había sentido muy felina con sus ojos azules, luminosos y mirada misteriosa incluso por su andar grácil y sensual pero no podía ser  que semimetizarse hasta ese punto. ¿Que había pasado con su cuerpo?¿Que extraño pelaje le cubría? No se reconocía. Un vistazo rápido por toda ella y se paró en su pezones que estaban apenas a un palmo del adoquinado caliente, maloliente y sucio. ¡Oh Dios! descalza y totalmente desnuda, frente al escaparate de su tienda de zapatos favorita en la zona mas comercial y transitada de la ciudad. Su impulso inicial fue el de cubrirse sus partes intimas con las manos, pero no tenía manos sino patas. 1...2...3...4 las contó para asegurarse y descubrió que en lugar de dedos había garras.

Se asustó cuando de manera instintiva avanzó, con cierta agresividad, su pata delantera izquierda en modo de ataque a un gorrión espabilado que intentaba hacerse con un caramelo pisoteado, el pájaro que ya sabía latín con cuatro aleteos se elevó hasta la marquesina de la tienda esperando una nueva oportunidad. Fue como ver un documental de National Geographic en 3D.

Su agudizado olfato de gata le recordó que tenía hambre, llegaba el olor a fritura desde el bar de la esquina donde siempre había algún guiri que se compadecíade ella y le daba de comer, y con la misma sutileza que se acercaba se marchaba a recorrer mundo tras haberse saciado.

En realidad le gustaba ser gata, le daban cierta pena los perros. Tan dependientes...salir a pasear atados a sus dueños y hacer las necesidades ¿a quien le gusta que otros recojan sus cacas? No era muy digno la verdad. Con lo divertido que es mirar sin ser vistos, ir de tejado en tejado, deambular todo el día y a media tarde volver al hogar.

Divisó la terraza del ático del edificio antiguo, recientemente restaurado, que le resultaba tan familiar. Saltó y se posó como si fuera una artista circense en el estrecho pasamanos de la balaustrada de mármol. Caminó como solo lo hacen los gatos, despacio y con la cabeza alta, desde la calle algunos niños miraban y señalaban admirados de esa habilidad suya que para ella era de lo más normal. Se acercó al ventanal con las contraventanas entornadas, de madera de teka, que aunque nuevas, ya tenían las marcas de sus afiladas uñas. Era su entrada particular a su palacio.

Percibió el olor de perfume algo dulce que embargaba toda la estancia y vio la figura de una mujer que caminaba desnuda y descalza por la moqueta, tan grácil como ella misma. Su ronroneo hizo que la mujer se volviera y sus miradas se cruzaron, ojos azules y felinos de mirada penetrante.


Bajó por el reposacabezas del sofá capitoné  de terciopelo rojo algo gastado. Se acercó a la mujer y arqueando la espalda frotó la cabeza contra la pierna desnuda de la mujer, haciéndole creer, como siempre, que era un gesto de alegría por el reencuentro pero en realidad era su manera de marcar territorio y de impregnarse mutuamente de la feminidad felina que ambas derrochaban....extraña simbiosis gata-mujer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario