lunes, 28 de octubre de 2013

El Saco, por Carmen Gómez Barceló.


Por favor, que no esté, que no esté…suplicaba a no sabía quién, a cualquier deidad que pudiera atender a una niña perdida en medio de la noche.

 Cuando decidía salir de mi habitación, en la puerta de mi cuarto aparecían dos enormes guardianes de plata custodiando la salida. Eran tan altos que sus cabezas llegaban hasta la parte superior del marco de la puerta y tan fornidos que entre los dos no dejaban hueco alguno por donde escabullirse. Yo les empujaba con todas mis fuerzas aunque  parecían no querer moverse,  pero luego ellos compadeciéndome de mí, se separaban un poco y me dejaban escapar por algún resquicio, entonces sentía un poco de alivio, pero  cuando conseguía recuperar el aliento seguidamente, delante de mí, se encontraba  esa cosa horrible, terrorífica y siniestra, el  maldito saco negro. Allí estaba, inmóvil, esperando paciente a que me decidiera a saltar por encima de él. Era la única alternativa ya que la  horrenda saca se encontraba en medio del  pasillo  que había de atravesar para acceder al cuarto de mis padres donde podría descansar en paz. Ellos, ajenos a todo dormían plácidamente.

Yo sentía cómo el saco observaba cada uno de mis movimientos; mi respiración agitada, cada gota de sudor… Me conocía demasiado bien, eran muchas lunas la misma escena. Pero esa noche ante la indecisión de pasar por encima del siniestro talego  o volver a confiar en la misericordia de los hombres de plata,  preferí quedarme allí a esperar sentada en el suelo, pegada a la pared, atreviéndome a mirar de frente por primera vez al espantoso objeto.

Pasaron unos interminables minutos y cuando empezaba a serenarme, el saco pareció moverse tímidamente. Un frío desconocido inundó la estancia, la adrenalina corría a sus anchas por todo mi cuerpo mientras aquello parecía que ganaba en altura; Como si alguien que hubiese estado dormido dentro de él, comenzase a ponerse en pié. Poco a poco  la amorfa masa negra se me iba acercando como si quisiera invadir mi espacio, si, quería que yo retrocediera, que volviese a mi cuarto una vez más. Esperé un poco y empecé a sentirme cada vez más fuerte, más valiente con la suficiente entereza como para gritarle ¡Vete! ¡Fuera de aquí! Lo miré fijamente y simplemente se desvaneció. Hasta los guardianes de plata desaparecieron. Respiré hondo y mi pecho recibió una oleada de aire tan limpio que llenó de paz mi alma.


Esa noche pude dormir tranquila, pero sólo esa noche.

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