miércoles, 16 de octubre de 2013

El Campo, por Samuel Lara.

Sentir la brisa de verano, mientras estoy tumbado en la hierba escuchando música hace que recuerde esos tiempos en los que mi familia se reunía en las barbacoas que se organizaban en fiestas como cumpleaños, fiestas navideñas, comuniones e incluso reuniones familiares en las que las niñas organizaban pases de modelos. Con algunas canciones logro recordar esos días que pasaba con mis primos en una parcela con espacio para dos familias, también siento el tacto del clima en las habitaciones, este era frío  en invierno y cálido en verano.

Sin embargo, cuando ha llovido puedo recordar los días antes de empezar un nuevo curso y los días marcados en mi infancia y mi adolescencia en los que llovía.


Cuando no escucho música el efecto es el mismo, oigo las hojas de los árboles bailando al son del viento, el frescor de la hierba y el calor de la misma, ambos separados entre la luz del sol y la oscuridad de la sombra del árbol en el que estoy apoyado, no necesito mantener los ojos abiertos para ver lo que hay a mi alrededor, uso mis otros sentidos para oír los pájaros cantar, los árboles con sus bailes  acompañando al aire cual música para una persona. Uso el olfato para captar las flores y plantas que hay a mi alrededor, mientras sigo recordando mis felices días en los que disfrutaba con mis amigos en el campo de uno de ellos. Tan solo el olfato era necesario para adivinar lo que se cultivaba y lo que se criaba, una de las cosa que más me gusta era el compartir mi estancia con animales que viven sin temor a convertirse en lo que otros de su especie se han transformado. El campo es el sitio perfecto para olvidar la terrible realidad y vivir en recuerdos creando otros que no se asemejan a los que viviríamos en el mundo corrupto y egoísta en el que estamos.

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