Soy Gregorio de Loors, y en el año 753 de Nuestro
Señor, me he propuesto restaurar la latinidad. Fue en el mismo año, pero antes
de Cristo, cuando se fundó Roma. Y una nueva Roma es la que me he propuesto
fundar yo.
Estos
bárbaros no respetan nada, ni siquiera lo más sagrado y antiguo. Movidos por la
codicia, desatan guerras por doquier y felonías sin número.
La
cabeza de mi más eficiente colaborador cuelga del poste de la plaza Mayor, como
escarmiento para los clérigos más audaces. Mi amigo Bernard, que así se llamaba
mi discípulo, descansa en paz, sin sufrimientos, sin todo el sufrimiento que
horas antes había padecido en el potro de torturas. Afortunadamente, no le
consiguieron sacar ni una sola palabra. Su boca estuvo sellada como las puertas
del cielo lo están para Satanás.
Primero
empezaron tirándole, literalmente, de la lengua, hasta que consiguieron
arrancársela. Después, le sacaron los ojos. No podría leer más las Odas, los Epodos de Horacio. Por último, le cortaron las orejas. Murió
desangrado. Separaron su cabeza de su cuerpo y la han expuesto para que sirva
de ejemplo. Un combatiente menos en la estéril lucha por preservar la latinidad
pura.
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