“Hace muchos años, tantos que no vale la pena de
contarlos, existió una niña llamada Gabriela, que solía perder muy a menudo un zapato. Sólo uno, no los dos.
…..
Alguna vez, a lo
largo de su vida, Gabriela perdió un solo zapato. Entonces acudían a su memoria
ráfagas, retazos de un país y de unas criaturas que ella conoció, y a las que
creyó pertenecer ”
(CON UN SOLO PIE DESCALZO -
ANA MARIA MATUTE)
Hoy a Gabriela le hubiera gustado volver a tener
seis años, encontrar a Homolumbú y que le trasportara al País del Pie Descalzo.
Un país donde aquellas niñas que habían perdido un zapato encontraban amor y
comprensión en los demás seres que lo habitaban. Seres que habían perdido una
tapadera, que se habían descascarillado por un golpe, seres que habían sido
abandonados por no ser perfectos. A Gabriela en estos momentos le faltaba
ilusión, fuerzas para no sentirse pequeña y
fracasada.
Hoy no le hubiera importado
sentirse tan sola como entonces, si este hecho hubiera contribuido a tener la
suficiente fantasía para transportarse a un país imaginario, donde todos sus
problemas pudieran desaparecer gracias a la compañía de una sartén rota,
una familia de cubertería disgregada...
Que sus números infantiles escritos en una pizarrita, o sus lápices de colores
minúsculos de tanto sacarles punta cobraran vida y le pudieran hacer olvidar
durante un rato su problema.
Hoy sentada en un banco de madera
del parque cercano a su oficina se veía ridícula con su traje chaqueta de alta
costura y sus zapatos de tacón, bueno con uno sólo, ya que el otro lo había
vuelto a perder, después de tantos años.
Se acordó de su niñez, cuando le
tachaban de rara y ella se inventó ese universo fantástico, que le protegía del
resentimiento hacia el mundo que no entendía, hacia su madre, sus hermanas, las
monjas del colegio. Hasta que conoció a Gabriel su alma gemela, hasta que
Tomasa, la criada, la llamó a solas para obsequiarle por primera vez con una
croqueta, haciéndole prometer que no le diría
nada a sus hermanas, a las que siempre les había ofrecido la mitad de
una de esas delicias y hasta que su madre le dijo con orgullo que se había
convertido en una jovencita muy bella.
Hoy Gabriela se encontraba
totalmente desmoralizada y queriendo volver a esa edad infantil. Sentirse niña
y que en su vulnerabilidad, encontrase a alguien que la rescatara.
No supo cuánto tiempo estuvo
esperando, ni qué esperaba. Había desconectado el móvil para que nadie pudiera
localizarla, se había marchado de la oficina en cuanto le entregaron el sobre,
sin esperar a que le dieran una explicación ¿Para qué? Introdujo el sobre
deprisa en su amplísimo bolso y había salido corriendo de la oficina intentando
contener las lágrimas para que sus compañeros no leyeran en su cara la derrota.
Y ahora estaba descalza moviendo las piernas de arriba a bajo. Con ambas manos
aferradas a la madera y con miedo a enfrentarse a su destino.
Recordó todos los años de
sacrificio, todo el tiempo dedicado al bufete, para que ahora le entregaran un
sobre, a sus cuarenta y dos años. Así de simple. Otro despido, con el suyo
seria el sexto, incluido su jefe que lo habían
destituido hacía una semana.
La vida seguía siendo injusta, lo
peor es que ya no era una niña, y por tanto no se podía proteger en un mundo de
fantasía y además no tenía dónde ni en quién refugiarse.
Respiró profundamente, observó
que la vida seguía rodando ajena a sus problemas. Se resignó y viendo el futuro
que le esperaba, se decidió a levantarse y afrontar la realidad ¡Su despido!
Recogió el único zapato que le quedaba que no se lo puso por la altura del
tacón. Iría hasta la oficina descalza
¡Ya qué más daba!
Al coger el bolso notó un objeto
dentro de él. Metió la mano y sacó el otro zapato, el que supuestamente había
perdido, lo estuvo observando sin
explicarse cómo había ido a parar ahí y porqué. Intentó analizar la situación,
miraba el zapato como si fuera la primera vez que lo veía. Fue entonces cuando
se atrevió a sacar el sobre, lo sopesó y sin abrirlo encendió el móvil. Vio que
tenía once mensajes, cinco de ellos del
director general. Llamó.
-Gabriela ¿Qué te ha pasado?
¡Estás bien? – Escuchó la voz de su compañero al otro lado del teléfono.
-Yo... yo- Tartamudeaba sin saber
como salir del paso- Me he encontrado indispuesta, y...y...
-¡Anda! ven para acá, te estamos
esperando todos para darte la enhorabuena.
-¿Qué?- Dijo estupefacta
-¡Gabriela! -¿Es que no has leído tu nombramiento?
-¿Qué? ¿Qué nombramiento? –
Entonces se dio cuenta. Colgó y abrió nerviosamente el sobre, leyó que el nuevo
jefe llevaba su nombre, No sabía si llorar o echarse a reír. ¡Vaya ridículo que
había hecho! Se calzó con sus dos zapatos que le hacía diez centímetros más
alta, se sacudió la falda de miguillas inexistentes, se repasó con los dedos el
borde de los ojos y se encaminó hacia la oficina.
Se acordó de cuando era niña y
los problemas que le había ocasionado perder un zapato y se prometió así misma
no volverlo a perder ¡Bueno! no volverlo a perder hasta que no fuera
estrictamente necesario.
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