Soy una chica que de los Cárpatos. Vivo en un castillo con mi amo.
Él me contó una vez
cómo me encontró, siendo un bebé, gracias a mi llanto. Abandonada entre bolsas
de basura. Dice que le enternecí tanto cuando mis ojitos enrojecidos se
clavaron en él, que no se pudo resistir a envolverme en su capa y traerme al
castillo.
Su físico nunca cambia,
mi amo no envejece. Su tez morena y sus cabellos negros, dicen lo contrario a
todas esas leyendas que circulan por todo el mundo. Las mismas que ahora lo han
convertido en un mito morboso y sexi del que han sacado muchas versiones,
aunque verdaderamente él no tiene nada que ver con lo que se cuenta en los
libros, o en las películas.
Es como cualquier
hombre, con sus debilidades y sus virtudes. Como un padre que siempre ha
cuidado de mí y ha procurado que nunca me falte nada. A cambio yo le alimento y
también me ocupo de él, de que nunca olvide las pequeñas cosas de la vida que
nos dan esa chispa de calor sacándole una sonrisa. Pero por mucho que él me
sonría, no consigo quitarle esa expresión de melancolía que posee su rostro. Y
es que me apena tanto verlo cada vez que el día cae. Cómo se levanta silencioso
de su ataúd y se sienta junto a la ventana a mirar el bosque que hay más allá del
castillo.
Me pregunto en qué
piensa. A veces lo observo mientras quito el polvo de los muebles, cómo abre un
colgante donde está dibujado el rostro de una mujer y suspira su nombre…
Elisabetha… para después llorar en silencio.
Sé que está maldito,
condenado a vivir eternamente mientras que los demás siguen el curso de la vida
hasta finalmente descansar de este mundo. Pero no sé el por qué de esa
maldición ni quién se la lanzó. Tampoco supe si la mujer a la que nombra con
tanta tristeza fue su esposa, su amante, o una hermana que perdió durante la
época de las cruzadas, hasta que en un libro de historia leí que había sido su
esposa en el siglo XV, y que perdió la vida mientras él luchaba con su
ejército.
Pobre conde, me da
tanta pena… su físico no envejecerá
nunca, pero su mente debe sentirse vieja, cansada y atormentada con los
recuerdos.
Desde que cumplí la
mayoría de edad no sale de caza, no trata con nadie además de mí, y no cruza
las puertas del castillo para ver la evolución de la ciudad.
Se queda cada noche
postrado en esa ventana hasta que llega el amanecer, llorando a una mujer a la
que jamás recuperará en su inmortal vida. Y me asusta pensar qué pasa por su
mente. Qué será de él cuando yo encuentre mi descanso y ya no pueda convencerlo
para que vuelva al ataúd antes de que el sol lo alcance.
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