lunes, 18 de noviembre de 2013

La niña perdida, por Sonia Quiveu



Hace algo más de una semana sentí algo extraño mientras dormía. Imaginé que mi hija se subía a la cama, como acostumbraba a hacer. Me quise volver para decirle que su cuarto era el de enfrente cuando la oí en su propia habitación, dándose la vuelta y haciendo el ruido que suele provocar cuando se mueve de un lado a otro. Así que supe que no era ella la que estaba colocando las rodillas sobre el colchón y se aupaba para acostarse a mi lado. Pero tal como se acostó la sensación desapareció.

Una semana y media después volví a sentir lo mismo; sus rodillas sobre el colchón y su cuerpecito deslizándose hasta acostarse tras de mí, cogiéndome la mano y llevándola hasta ella.

Abrí los ojos para decirle algo y caí inmediatamente en que mi hija no era. Mi mano estaba suspendida en el aire, sujeta por algo o alguien, esa niña quizás. Y creo saber de quién puede tratarse. De una pequeña que meses atrás vi a mi lado, horas después de haberle dado el pésame a un abuelo por su nieta en mi lugar de trabajo. Me pregunto si no se habrá venido conmigo, sintiéndose sola y perdida en un mundo que no conoce, que cualquier pequeño desconocería y en el que se sentiría aislado.

Desde el principio no me ha importado que esté ahí el tiempo que necesite, no hace nada malo. Pero como pequeña que es, también quiere jugar y siente curiosidad.


Días antes de que cogiera mi mano, mi hija me miró mientras estábamos sentadas para decirme: - Mamá, alguien me ha tocado el pie - No quise darle importancia, pero posteriormente también lo hizo conmigo.


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