lunes, 11 de noviembre de 2013

Sueños, por Samuel Lara



Mi familia empieza a creer que no quiero verles, pero lo cierto es, que cierro los ojos para soñar con un mundo en el que pueda hacer todo de lo que se me ha privado desde aquel día. Paso los días desde el hospital intentando dormir y volver al sueño del que no quiero escapar.

Oigo como algunos de mis familiares hablan de lo ricos que serán todos en cuanto muera, lo que no saben es que no heredarán mi inmensa fortuna, cuando muera, todos mis fondos irán a fundaciones en  contra de las enfermedades cerebrales como la mía y otras investigaciones en contra de las diferentes enfermedades de las que el gobierno sabe que hay cura pero que no lo dicen por no ser rentable para sus bolsillos llenos del fruto de nuestro trabajo.

En mi sueño no existe gente así. Solo estoy yo, volando por encima de las nubes, mirando al infinito preguntándome, ¿por qué el mundo no puede cambiar? Luego sé la respuesta. Porque si cambiaran, sería un sueño.


Me despierto. Entonces veo al lado de mi cama una sombra, la muerte que se aproxima. Al otro lado un sacerdote y mis hijas a las que en este último año he empezado a odiar con toda mi alma. El que ellas estén aquí es en vano, porque cada día miro a la sombra y ella sabe lo que tiene que hacer, guiñarme un ojo y marcharse con cara de cómplice. Y así en sueños, donde me puedo mover, río a carcajadas por lo que hago, no burlo a la muerte, burlo a la que creía que era mi familia.

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