Cecilia supo que su marido no volvería, el día que
descubrió que se había llevado el dinero del banco y todas las cosas de valor
de la casa.
Pese a que era una soñadora, tuvo que aprender a ser
práctica y resolutiva a fuerza de
empujones. Con treinta y seis años, una casa y un sueño de ser madre que iba a pasar de largo
por su puerta, supo que tenía que trabajar cuando las deudas se empezaron a acumular. Desconocía
cuáles eran sus habilidades, los únicos dones que tenía, si podían llamarse
así, eran ser paciente, saber escuchar y una cara que emitía dulzura y calidez; y su
posesión más valiosa era la casa de sus padres. Así que se armó de valor estéril y vendió muebles y
enseres; solo se quedó con los muebles de una salita baja que
transformó, con mucha imaginación, en su kiosco. Había una razón poderosa para montar un
kiosco y no otro negocio, en él estaría
siempre rodeada de niños, sería su maternidad fingida.
Con los años Cecilia, Ceci como la llamaban en el
barrio, se convirtió en aquello que se había propuesto. Tenía cierta devoción
por aquellos pequeños cuya vida familiar
era un fracaso desde el mismo momento en que sus padres se conocieron. Ella era
el abrigo de calor y cariño que estos niños no tenían en sus casas. Vendía
caramelos y dulces, pero regalaba su alegría, su amor y su tiempo. Tiempo, porque también ayudaba a los pequeños a hacer
sus deberes escolares en aquella mesa camilla tan familiar, bajo su lema
enmarcado: El conocimiento y la
educación te darán libertad de elección.
Con los años, el barrio también se fue transformado
y las casas bajas habían dado paso a edificios de tres plantas. Las antiguas
viviendas colindantes a la casa de Cecilia habían quedado vacías y semiderruidas. Un día de primavera se presentó el mismo señor
trajeado, empapado en colonia cara, que
había construido los bloques de edificios, Don Gregorio Sánchez de Arévalo,
promotor inmobiliario. Llevaba una propuesta suculenta para comprar la casa de
Cecilia, ella evidentemente la rechazó,
él la quiso engatusar con un piso nuevo en el barrio y la tranquilidad
de no tener que trabajar nunca más.
- ¿Y
quién le ha dicho a usted, que yo quiero
dejar de trabajar y me quiero mudar a un piso nuevo?
- Señora,
es una oportunidad única, además dentro de poco tendrá daños colaterales si se
queda, pues los solares vacíos durante mucho tiempo, solo dan problemas de
humedad, suciedad, ratas…
- Gracias,
por su preocupación, pero ese es mi
problema. No me interesa vender mi casa, ni hoy, ni ningún otro día.
Don Gregorio volvió más veces
y la respuesta siempre fue la misma.
Hasta que una mañana se encontró una pintada en una pared, que decía:
LASESI NO SERRARA NUNCA
(LA CECI NO CERRARÁ NUNCA)
Cecilia sabía perfectamente quien lo había escrito,
con solo ver el seseo de las palabras. Había sido su Curro, un demonio de 9
años con cara de ángel que se pasaba media vida en la calle y la otra media en
el kiosco. Ese día, don Gregorio le dijo a su asistente:
- Ya
sabes lo que tienes que hacer, tengo que
tener esa casa antes de fin de mes. Me
iré de viaje unos días, para que nadie me relacione con lo que ocurra. No quiero saber los detalles ¿Entendido?
Alguien detrás de un buzón de correos, había estado
observando y escuchando.
Pasados unos días, antes de acabar el mes, Don
Gregorio se llegó al barrio y vio que la policía estaba en la puerta del
kiosco, pero no fue solo la presencia de la policía lo que llamó su atención,
sino que la pintada había sido modificada. Habían escrito una E delante,
habían tachado S y habían cambiado NUNCA por SIEMPRE.
Don Gregorio pudo leer el futuro:
ELASESI NO SERRARA NUNCA
SIEMPRE
(EL ASESINO ERRARÁ SIEMPRE)
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