martes, 26 de noviembre de 2013

"Pildorazos", por Sonia Quiveu


Adela es una mujer de ochenta y cuatro años que vive en la misma residencia de ancianos que Rafael, su marido.

La llegada de los dos a este centro fue curiosa. Llegaron a un punto que estar los dos juntos demasiado tiempo sólo llevaba a indirectas para resaltar el defecto del otro y a discusiones.

Rafael fue el primero en irse a la residencia para no aguantar las refriegas de Adela. Pero la mujer empezó a echar de menos a su marido cuando vio que no tenía con quién discutir, y lo siguió al asilo.

Sus hijos se turnan para ir a verlos, porque dicen que con tanta gente no oyen los "pildorazos" que se tiran entre ellos.  Como la vez que Adela dijo que si volviera a tener veinte años y en esta época, aprovecharía todos los pretendientes posibles antes de amarrarse a un hombre. Que así hubiese sabido escoger mejor, o al menos habría tenido tiempo de mentalizarse con lo que se quedaba antes de casarse. O eso, o hubiese escogido a otro. Pero no, en su época se conformaban con la vista, porque era como comprar huevos, si no los rompías no sabías si estaban buenos.

Rafael, le contestó diciendo que daba igual, que de todas formas aunque uno estudie todos los huevos se lleva siempre el que está podrido. Y si no, que se lo dijeran a él.

Eso era lo más bonito que podían decirse, pero lo curioso era que se buscaban el uno al otro para comer juntos en el comedor. Donde sacaban su guarnición de pastillas de varios colores y miraban y contaban de reojo la del otro. Cuando uno tenía algún color que el otro no llevaba empezaban las negociaciones. Adela siempre tenía más pastillas que Rafael por lo que aquí la ventaja era de ella.

También intentaban competir con el cariño de los bisnietos, pero eso tuvieron que dejar de hacerlo, porque los dejaron de llevar cuando los chiquillos terminaban mareados sin saber por quién decantarse y se ponían a llorar.

Adela y Rafael son uno de los muchos matrimonios ancianos que, de profesarse un amor lleno de carantoñas, mimos y palabras bonitas, han pasado a profesarse otro repleto de manías, sermones y frases sarcásticas a cual más ocurrente y ofensiva al mismo tiempo. Que por la costumbre de soltarlas termina convirtiéndose en una muestra de afecto camuflada dentro de las palabras. Con lo cual y por retorcido que parezca, no deja de significar un “te quiero”.da dentro de las palabras. Con lo cual y por retorcido que parezca, no deja de significar un “te quiero”.


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