Solamente en el mar,
Salma se olvidaba de todo y deslizaba su ágil cuerpo por encima de las olas.
Los pies fuertemente adheridos a la tabla, las piernas ligeramente flexionadas y los ojos abiertos, muy abiertos oteando el
horizonte. Su vestido no era el habitual que llevaba por las calles de
Bangladesh cualquier muchacha ya que Salma debía sustituir la gracia y
sensualidad que otorgaba el sari por la comodidad que suponía vestir el salwars
kamiz. Esta prenda, un pijama de seda multicolor, se fijaba a su pequeño cuerpo
mojado y no era obstáculo para moverse entre la espuma blanca. Ella jugaba con
el mar a su antojo subiendo por la cresta de la ola y bajando luego por el
túnel de agua que intentaba ahogarla entre efervescentes burbujas nacaradas.
Mientras peleaba con la
marea, alzaba la vista buscando la silueta de Abúl que también luchaba sobre su tabla por ganarle la batalla a las
indomables aguas del Golfo de Bengala.
Era Agosto y el Monzón
amenazaba lluvias como cada tarde. Había que abandonar el reino de Neptuno para
volver a la inhóspita realidad. Salma llegaría a su chabola en Padma Garments,
la ciudad donde ella trabajaba antes del gran incendio de la textil. En primer
lugar tendría que soportar el rechazo de la mirada de su padre al que incomodaba
muchísimo la afición que ella tenía por el surf, ya que lo que él tenía pensado
para Salma es su matrimonio con Mohamed, el dueño del telar. Luego cenaría con
su madre y sus hermanas un poco de arroz aderezado con curry, cilantro y jengibre
al que con suerte acompañarían unas lentejas. Su madre perdió un ojo en la fábrica
por culpa de un chorro de arena empleado normalmente para desgastar los
vaqueros que se venden en occidente, por lo que estaba siempre malhumorada, y
sus hermanas la volverían a presionar para que buscara trabajo en otra
factoría. Salma las oía y guardaba silencio. Unos meses atrás, antes del gran
incendio, Salma bajó a la playa para poder respirar algo mejor ya que sufría de
asma debido al contacto continuo que mantenía con los tintes en la empresa
donde trabajaba y a veces el aerosol no era suficiente. Se encontraba abducida por la belleza del atardecer de las
playas del Golfo de bengala cuando un ligero golpe la devolvió al lugar. El
primer impulso fue de indignación ante el causante del impacto, pero no pudo
articular palabra ante la imagen que tenía delante. Era un joven de piel
aceitunada y amplia sonrisa que se exculpaba muy amablemente ante ella.-Perdone
señorita, estaba distraído, le dijo-Ella no estaba acostumbrada a que ningún
muchacho le hablara con tanta soltura. Cuando recobró el sosiego se percató de
que el joven portaba una especie de concha de calamar gigante en su mano.-¿Qué
es eso? Le preguntó-.-Es una tabla de surf, espera y verás para qué sirve.
Ella se recreó en su
figura, cuando él caminaba hacia la arena, dejando ver su espalda. Le pareció
que no estaba nada mal después de todo el tropiezo, más aún cuando observó la
habilidad con la que se puso en pié sobre el artilugio y la destreza que demostró
adentrándose en el mar.
A partir de aquel día
se hicieron inseparables, él le enseñó a montar en la tabla y desde lo alto de
las olas a descubrir un mundo que para ella era totalmente desconocido. Pudo
ver que había más vida fuera de las miserias de la fábrica y que ella tenía
derecho a conocerla. Por eso empezó a pensar en un futuro diferente, quizás con
Abúl, pues este había mostrado en varias ocasiones su intención de ayudarla.
Planearon salir del país con la excusa de acompañar al equipo del club de Surf
que salía de Bangladesh para disputar el campeonato mundial que se celebraba en
las playas de California. A lo mejor podría hacer en América su nueva vida.
Le contó sus planes a
su familia y a partir de ahí todo fueron castigos y reproches, pero Salma era
obstinada y persistía en su empeño. Todos los días después del trabajo volvía a
la playa donde se encontraba con Abúl que llevaba dos tablas, una para cada
uno, ya que Salma era pobre y nunca se habría podido permitir comprar una.
Una tarde ocurrió la
desgracia que todos estaban esperando. El edificio de la textil salió ardiendo y se acabó derrumbando, menos
mal que toda su familia consiguió salir sin apenas daños. Fue la prueba definitiva de lo acertado de su
decisión.
Llegó el día de la
partida. Después de discutir nuevamente con sus padres, Salma se dirigió a la
calle central donde le esperaba el equipo del club en un autobús que le
llevaría al aeropuerto. Estaba un poco nerviosa pero no tenía tiempo de pensar
en ella. Llegaron al aeropuerto, subieron al avión y notó que le faltaba el
aire, entonces buscó ansiosamente el aerosol y…no estaba. Tendría que elegir
entre volver atrás para respirar o continuar y morir.
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