lunes, 11 de noviembre de 2013

Surf, por Carmen Gómez Barceló.


Solamente en el mar, Salma se olvidaba de todo y deslizaba su ágil cuerpo por encima de las olas. Los pies fuertemente adheridos a la tabla, las piernas ligeramente flexionadas  y los ojos abiertos, muy abiertos oteando el horizonte. Su vestido no era el habitual que llevaba por las calles de Bangladesh cualquier muchacha ya que Salma debía sustituir la gracia y sensualidad que otorgaba el sari por la comodidad que suponía vestir el salwars kamiz. Esta prenda, un pijama de seda multicolor, se fijaba a su pequeño cuerpo mojado y no era obstáculo para moverse entre la espuma blanca. Ella jugaba con el mar a su antojo subiendo por la cresta de la ola y bajando luego por el túnel de agua que intentaba ahogarla entre efervescentes burbujas nacaradas.

Mientras peleaba con la marea, alzaba la vista buscando la silueta de Abúl que también  luchaba sobre  su tabla por ganarle la batalla a las indomables aguas del Golfo de Bengala.

Era Agosto y el Monzón amenazaba lluvias como cada tarde. Había que abandonar el reino de Neptuno para volver a la inhóspita realidad. Salma llegaría a su chabola en Padma Garments, la ciudad donde ella trabajaba antes del gran incendio de la textil. En primer lugar tendría que soportar el rechazo de la mirada de su padre al que incomodaba muchísimo la afición que ella tenía por el surf, ya que lo que él tenía pensado para Salma es su matrimonio con Mohamed, el dueño del telar. Luego cenaría con su madre y sus hermanas un poco de arroz aderezado con curry, cilantro y jengibre al que con suerte acompañarían unas lentejas. Su madre perdió un ojo en la fábrica por culpa de un chorro de arena empleado normalmente para desgastar los vaqueros que se venden en occidente, por lo que estaba siempre malhumorada, y sus hermanas la volverían a presionar para que buscara trabajo en otra factoría. Salma las oía y guardaba silencio. Unos meses atrás, antes del gran incendio, Salma bajó a la playa para poder respirar algo mejor ya que sufría de asma debido al contacto continuo que mantenía con los tintes en la empresa donde trabajaba y a veces el aerosol no era suficiente. Se encontraba  abducida por la belleza del atardecer de las playas del Golfo de bengala cuando un ligero golpe la devolvió al lugar. El primer impulso fue de indignación ante el causante del impacto, pero no pudo articular palabra ante la imagen que tenía delante. Era un joven de piel aceitunada y amplia sonrisa que se exculpaba muy amablemente ante ella.-Perdone señorita, estaba distraído, le dijo-Ella no estaba acostumbrada a que ningún muchacho le hablara con tanta soltura. Cuando recobró el sosiego se percató de que el joven portaba una especie de concha de calamar gigante en su mano.-¿Qué es eso? Le preguntó-.-Es una tabla de surf, espera y verás para qué sirve.

Ella se recreó en su figura, cuando él caminaba hacia la arena, dejando ver su espalda. Le pareció que no estaba nada mal después de todo el tropiezo, más aún cuando observó la habilidad con la que se puso en pié sobre el artilugio y la destreza que demostró adentrándose en el mar.

A partir de aquel día se hicieron inseparables, él le enseñó a montar en la tabla y desde lo alto de las olas a descubrir un mundo que para ella era totalmente desconocido. Pudo ver que había más vida fuera de las miserias de la fábrica y que ella tenía derecho a conocerla. Por eso empezó a pensar en un futuro diferente, quizás con Abúl, pues este había mostrado en varias ocasiones su intención de ayudarla. Planearon salir del país con la excusa de acompañar al equipo del club de Surf que salía de Bangladesh para disputar el campeonato mundial que se celebraba en las playas de California. A lo mejor podría hacer en América su nueva vida.

Le contó sus planes a su familia y a partir de ahí todo fueron castigos y reproches, pero Salma era obstinada y persistía en su empeño. Todos los días después del trabajo volvía a la playa donde se encontraba con Abúl que llevaba dos tablas, una para cada uno, ya que Salma era pobre y nunca se habría podido permitir comprar una.

Una tarde ocurrió la desgracia que todos estaban esperando. El edificio de la textil  salió ardiendo y se acabó derrumbando, menos mal que toda su familia consiguió salir sin apenas daños.  Fue la prueba definitiva de lo acertado de su decisión.


Llegó el día de la partida. Después de discutir nuevamente con sus padres, Salma se dirigió a la calle central donde le esperaba el equipo del club en un autobús que le llevaría al aeropuerto. Estaba un poco nerviosa pero no tenía tiempo de pensar en ella. Llegaron al aeropuerto, subieron al avión y notó que le faltaba el aire, entonces buscó ansiosamente el aerosol y…no estaba. Tendría que elegir entre volver atrás para respirar o continuar y morir.

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