S. Pellegrini |
¿Qué cómo se lo tomó ella?
Con miel.
El dulzor de aquel condimento solaparía el sabor amargo de
esa bebida.
Nadie se sintió culpable de aquello puesto que ella siempre
había mostrado su deseo de ir allí cuando llegara la hora. Es más, cuando
atravesó el umbral del edificio, todo le pareció bastante agradable. La
señorita del mostrador se mostró simpática y cercana. La estancia era bastante
luminosa y colorista. Después de las correspondientes firmas la acompañaron a lo que iba a ser su nuevo
lugar de descanso. Todo parecía acorde con sus expectativas.
A la mañana siguiente, Aurora, siempre jovial y optimista
por naturaleza, empezó a planificar el nuevo día. Se presentaría a sus nuevos
compañeros, desayunarían un café calentito y unas buenas tostadas. Después les
propondría un paseo por el bonito jardín que aparecía en el folleto y seguirían
con alguna actividad como una partidita de cartas o mejor aún, un ratito en el
ordenador.
Se pudo dar una ducha sin demasiados problemas y se vistió
de domingo o de guapa, como le gustaba decir a ella. Acto seguido se encaminó hacia el salón grande que se encontraba al final del largo
pasillo .Le habían explicado que allí estaba el comedor y la sala de estar.
Antes de abrir la puerta que le conduciría a su nueva vida,
respiró hondo. Estaba algo nerviosa y el corazón saltaba en su pecho como un
gorrión enjaulado. Entró y pudo observar algo que no esperaba: Silencio. Aurora
no entendía aquel silencio.
En la sala resonó su “Buenos días” y solo se oyó la
respuesta de algunas enfermeras. Esperó
un poco y pudo oir a lo lejos otra voz. Era una voz de hombre. Aquello la animó
bastante y pensó que no había por qué preocuparse. Sería cuestión de tiempo que aquella gente
callada mostrara otra actitud sin duda más animosa.
Optó por sentarse en la mesa de aquél señor.-Hola, me llamo
Aurora y usted ¿cómo se llama? –Soy Ángel. La veo a usted muy animada, de lo
que me alegro. Como verá aquí no es lo normal.
Aurora, ahora más sosegada empezó a girar el cuello para
echar una ojeada al salón. Percibió cierta sensación de apatía. Miró con detenimiento
el rostro de cada uno de sus compañeros. Algunos le devolvían algo parecido a
una sonrisa, otros reflejaban en su expresión, desesperanza, decepción y
temor-¿Porqué están así, Ángel?
-Porque se han rendido, respondió el.
-Pues te digo una cosa Ángel, no voy a permitir que me
ocurra lo mismo. Además pienso motivar a todos los compañeros para que
despierten del letargo al que se han abandonado.
-Inténtalo. Quizás tú puedas Aurora.
-No entiendo cómo tú no lo has hecho ya, hombre, le increpó
ella.
-Yo no estoy aquí para eso mujer.
Aurora trabajó mucho para conseguir que aquellas personas
recobraran su identidad y su dignidad. Pero su esfuerzo no producía ningún
progreso y lo que es peor, se daba cuenta que cada vez , su estado emocional y
físico se parecía más al de los que allí vivían.
Demasiado tarde,
pensó. He llegado demasiado tarde.
De pronto y sin saber por qué ,el agotamiento invadía su
hasta ahora vivaz cuerpo como una marea negra que acaba poco a poco con todo
resquicio de vida.
Empezó a dormir largos periodos de tiempo. Sus movimientos
se iban enlenteciendo y el abatimiento invadió su alma. Solamente al recordar
momentos pasados esbozaba una tenue sonrisa, aunque a veces se preguntaba si su
vida había tenido algún sentido.
Una mañana haciendo un enorme esfuerzo por levantarse de la
cama para obligarse a desayunar, cuando se sentó a la mesa de costumbre, no vio
a Ángel. Preguntó a la cuidadora por él
y ella le respondió - Aquí no hay nadie con ese nombre Aurora, debes de haberte
confundido.
-No, perdona, debes haberte confundido tú, Ángel está aquí desde que yo entré. De
hecho fue el primero en saludarme.
La cuidadora la miró
de una forma extraña y se alejó en silencio. Se dirigió a Lola- su compañera - y
le dijo algo en voz baja…otra.
Aurora que aún conservaba la lucidez que la caracterizaba,
supo que ya era la hora.
Fue a su habitación, sacó las veinte almendras amargas que tenía
guardadas, las machacó con un pequeño vasito de cristal que tenía en la mesita,
las echó en un cuenco e intentó tomárselas
con agua. Notó que la bebida
estaba demasiado amarga y le
añadió una buena cucharada de miel.
Aurora, ya con el rostro sereno , sonrió y se durmió.
Es triste, es una de las historias mas duras, sencillas y tiernas al mismo tiempo que he leído. Me ha conmovido.
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